Como cada año por estas fechas, la familia real española se ha desplazado a Mallorca para celebrar sus vacaciones. Unos días de descanso para el monarca y su familia después de un duro año de trabajo. En esta ocasión, además, la fecha coincide en el impás entre la investidura fallida de Pedro Sánchez y la posibilidad de una repetición electoral.
Durante las próximas semanas, los telediarios españoles compartirán imágenes de la Casa Real participando en recepciones, cenas y cruceros en barco por la más grande de las Islas Baleares, con su sede oficial en el Palacio de Marivent, situado en la Cala Mayor de Palma.
Una familia real capitaneada por el rey, Su Majestad Don Felipe VI, que en los últimos años se ha acostumbrado a pasar de su papel ceremonial para tomar parte activa en la política interna del país. Ni su padre, conocido por sus indiscreciones, se atrevió nunca a influir en la política española -salvo alguna excepción, como el golpe de estado del 23-F, con todavía mucho que esclarecer-.
El intrusismo del monarca llegó en las últimas semanas a condicionar una nueva investidura de Pedro Sánchez, a quién recrimina que la solicitara, en primer lugar, sin tener los apoyos suficientes. Felipe VI debería recordar que su función es meramente decorativa, y que el rey no es nadie para tomar este tipo de decisiones.
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España no es la única monarquía europea, pero sí la que está peor valorada por sus habitantes. En los últimos diez años, coincidiendo con los escándalos protagonizados por el Rey emérito, Juan Carlos I, las personas que se definieron como republicanos en varias encuestas publicadas oscilaban entre el 30 y el 45%. La tendencia se estabilizó con el cambio de monarca, pero Felipe VI no ha conseguido recuperar los índices de principios de siglo, que situaban los apoyos a una República en menos del 25%.
Esta tendencia es más destacada entre los jóvenes, que ya son más republicanos que monárquicos. Estos datos podrían asegurar un cambio en el sistema democrático español del futuro, pero todavía deberán superar un último escollo: el régimen del 78.
Edificado sobre la figura del monarca como Jefe del Estado, lo cimientos del régimen del 78 se hunden en la figura del Rey. Nombrado a dedo por Francisco Franco como heredero, durante la transición ningún partido se atrevió a plantear, con concreción, la posibilidad de preguntar a la ciudadanía si preferían una monarquía o una república. La propia Constitución empieza, en su Artículo 1, punto 3, definiendo la forma del Estado como una Monarquía parlamentaria.
Pero, si el pueblo vota en un referéndum y vence la opción republicana, se podrá cambiar la Constitución, ¿no? En teoría, sí, pero con matices. Los partidos mayoritarios del Congreso, PP, PSOE y Ciudadanos, autodeniminados partidos constitucionalistas, ya han anunciado en distintas ocasiones que la Constitución no se puede modificar, que es inviolable. Si, es cierto que PSOE y PP modificaron la Constitución por las presiones de la UE, concretamente de Alemania; no obstante, pero esto parece no aplicar a la voluntad del pueblo.
La monarquía es un régimen anacrónico. En pleno siglo XXI es absurdo que una persona sea investida jefe de un estado moderno por derecho de nacimiento. Tarde o temprano, la monarquía española desaparecerá, y España se configurará en una república. La única duda es cuando, si más pronto que tarde, y cuanto más seguirá viviendo del cuento una familia real que, en su momento, se irá de vacaciones indefinidamente.