Todavía me quedaba el último y más importante de los crímenes por relatar pero esta vez no iba a dar ninguna exclusiva a ningún medio. Quien quisiera llegar al final del relato debería comprar mi libro, el cual salió un mes después de la última entrevista. No hace falta decir que fue todo un éxito de ventas pues todo el mundo deseaba conocer el destino de mi último abusador. Bien, el capítulo en el cual relato el último asesinato dice así:
“Tal y como había previsto, la última pieza del rompecabezas estaba siendo custodiado por dos policías que vigilaban su casa día y noche. Ya hacía una semana desde mi último trabajo y había estado dándole vueltas a la manera en que llegaría hasta él.
Todo había sucedido muy deprisa y casualmente había dejado para el final la pieza más importante de todas. Si los cinco se habían cebado conmigo este en particular había rebasado todos los límites. Era un demonio, un hombre que llevaba la maldad en su interior. Era a quien más ganas tenía de todos. Así que me aseguré de no fallar.
Debido a la vigilancia tenía que inventar algo para poder colarme en su casa. Era evidente que estando ahí la policía me cogería enseguida así que iba a ser mi final como mujer libre. De manera que la madrugada antes de atacar me acerqué a una tienda de tatuajes y me hice el que tan orgullosamente llevo desde entonces. Se ha convertido en mi seña de identidad.
La poli ya me estaba buscando. Me habían relacionado con las víctimas gracias al testigo de éste último que les había explicado nuestro pequeño “encuentro”. Seguramente les había dado una versión muy distinta a la real. Les habría contado que nos conocimos por casualidad en un pub y que nos montamos una fiesta en su casa en la cual todos disfrutamos mucho. Bebimos y nos montamos una orgía. Al terminar me llevarían a casa muy amablemente y fin de la historia. Ellos le habrían creído. El juez les habría creído. La ciudadanía les habría creído. Todo el mundo les habría creído. A nadie le interesa la verdad. A nadie le importa lo que yo pasé esa tarde. Seguro que me lo había buscado. Seguro que me lo pasé bien. Y si no fue así entonces soy una aguafiestas o una calientapollas. NO, nada de eso. La noche que me detuvieron se me pasaron todas estas cosas por la cabeza antes de cargarme al último malnacido. Y lo hice con muchas más ganas aún.
Pagué a una pareja de chicas que pasaban por ahí una cantidad enorme de dinero para que simularan un robo con agresión justo al lado de casa del malnacido. La cantidad de dinero que les dí era directamente proporcional a los decibelios que originarían sus gritos. Y así fue. Los dos gorilas salieron corriendo en dirección a las chicas situadas en la calle de al lado. Uno de ellos paró y echó un último vistazo a la ventana de su “protegido” antes de seguir su camino. La calle se quedó sola y yo salí de un rincón donde me había escondido y entré en el portal sin mayor problema ya que la puerta de entrada tenía el cierre roto. Subí los tres pisos por las escaleras y me quedé plantada delante de su puerta. Realmente no había preparado la forma de entrar en su piso. Sí, los nervios habían causado estragos en mí y algo tan sencillo se me había pasado por completo. No temía a la policía pues sabía que ya no había escapatoria, lo que me daba miedo era no poder terminar mi obra antes de que ellos me cogieran.
Así que en cuanto me vi delante de la puerta la abrí de la manera más fácil para mí. Llamé al timbre.
Bueno, quizás pensaréis que soy imbécil. Pensaréis que él al verme por la mirilla enloquecería de miedo y llamaría a la policía para esperar a que me arrestaran. Que no se lo ocurriría abrirme por miedo a terminar como sus “amigos”. Ay amigos… Cuantas películas habéis visto…
Como buen depredador sexual al mirar por la mirilla vio a su víctima, no a su verdugo. Así pues abrió.
—¿Qué coño haces aquí? ¿No sabes que te están buscando? ¡Lárgate!
—Lo sé y tengo miedo. Déjame pasar y hablamos. Yo no he cometido esos crímenes. Y tampoco he hablado con la poli acerca de lo que pasó.
El muy gilipollas me dejó entrar. No creía que yo hubiera podido hacer algo así. Se creía completamente a salvo el muy idiota.
Al pasar por su lado pude oler su perfume. Ese olor se me había quedado grabado desde el día en que me violaron. Todo regresó a mi memoria de golpe. La cabeza me empezó a dar vueltas, me tambaleé y él me cogió.
—Oye, ¡Estás blanca como la leche! Siéntate un poco.
Me llevó a su sofá y me tumbé. Tardé unos minutos en recuperarme. De repente habían regresado la ansiedad, el pánico y la angustia que viví en esos interminables minutos. Mi respiración se había acelerado y realmente no me encontraba bien. Pero debía terminar con el sufrimiento. Debía sacar fuerzas otra vez de mi interior para poder acabar con ese engendro malnacido.
Un sonido me hizo salir de mis pensamientos. El móvil de él empezó a sonar.
—Es la poli. Tranquila, no les diré que estás aquí. ¿Sí? Sí, todo bien. Ajá… No, no, aquí no ha entrado nadie. Sería otra persona. Genial. Adiós.
¿Se lo habían creído? Supongo que sí. De todas formas tenía que darme prisa.
—Han tenido que salir un momento y les han avisado que había entrado una chica en el edificio. Seguro que ha sido alguna de las marujas que viven aquí enfrente. Voy a correr las cortinas.
Antes de hacerlo les dedicó a las vecinas una gran peineta mientras yo aproveché para sacar de mi bolsa unas esposas que había comprado on-line hacía una semana y una bolsa de plástico. Al regresar al sofá me miró y me dijo:
—Ya no nos molestarán.
No me gustó el tono en que me lo dijo. Intenté incorporarme pero no tuve tiempo. Se puso en cuclillas encima de mí mientras me cogía de las muñecas.
—Bueno, vamos a aprovechar ¿no te parece?
Me quedé petrificada al momento, las fuerzas me flaquearon cuando más las necesitaba y él aunque físicamente era poca cosa era el más fuerte de todos. Debajo de uno de los cojines estaban escondidas las esposas pero no podía llegar a ellas puesto que me tenía inmovilizada. Se empezó a refregar contra mi cuerpo y a lamerme el cuello, no supe qué hacer.
Súbitamente se apartó de mí y empezó a gritar como una niña pequeña.
—¡¿Qué cojones es eso?!
Temblando de miedo señaló con el dedo a mi izquierda. El pequeño escorpión negro se había escapado de mi bolsa y estaba mirando a mi agresor en modo ataque con las pinzas levantadas encarado hacía él a punto para picarle como si de un perro guardián se tratara. Aproveché el momento para coger las esposas y la bolsa de plástico que había junto a ellas con mi mano derecha y esconderlas detrás de mi espalda mientras con la izquierda cogía a mi salvadora y me acercaba lentamente hacía mi siguiente víctima.
—¡Aparta eso de mí, joder!
—¿Ahora tienes miedo? Todo un hombretón como tú gritando como una niña. Das pena.
Algo empezó a brotar otra vez de mí interior y volví a sentirme fuerte cual escorpión cargado de veneno a punto para escupirlo. Cuando estuve a un metro de él, el escorpión dio un tremendo salto y aterrizó en su cara y aprovechando la confusión saqué la bolsa y le cubrí la cabeza con el escorpión dentro. Me cogió por los brazos mientras gritaba de terror, forcejeamos en el sofá y me llevé unos cuantos golpes pero no dejé que se sacara la bolsa. En un momento dado pude cogerle las manos y ponérselas a la espalda para justo después atarlas con las esposas. Empezó a patalear como un desquiciado mientras aullaba de dolor y picor, pues mi “bicho” ya le había introducido su veneno mortal.
Lo tiré al suelo y me ensañé con él. El tiempo que tardaría en hacer efecto el veneno o en acabársele el oxígeno lo pasaría realmente mal. Los gritos habían alertado a algunos vecinos y el móvil empezó a sonar de nuevo. Me quedaba poco tiempo. Después de propinarle una tremenda paliza con mis propias manos cogí un cuchillo que había traído junto con lo demás y se lo clavé en los genitales. Pude sentir ese dolor muy dentro de mí.
—¿Te ha gustado? A mí tampoco me gustó, ¡bastardo!
La policía ya estaba en la puerta a punto para echarla abajo. No daba tiempo a dejar que las cosas siguieran su curso así que le clavé el cuchillo en el corazón dos segundos antes de que entraran. Me apuntaron con varias armas para que me rindiera y así lo hice. Sentada en el suelo tiré el cuchillo y levanté las manos. Un océano de sangre me rodeaba.
—Por favor, no le hagan daño al escorpión. Devuélvanlo a mis padres.”
Y esta es la historia de cómo terminé aquí. Al cabo de una semana de poner mi libro a la venta ya había superado los cien mil ejemplares vendidos. “La venganza del escorpión” me hubiera dado de comer a mí, a mis hijos y a mis nietos si los hubiera tenido, claro. Aunque con dinero en la cárcel puedes conseguir muchos favores que te hacen la vida entre rejas un poco más fácil.
Podría parecer que mi historia termina aquí pero no había hecho más que empezar. Un buen día estando yo en el patio sentada leyendo como hacía casi siempre, una reclusa de mi módulo vino a buscarme corriendo.
—¡Corre tía, date prisa! ¡Ven a ver lo que dicen en las noticias!
Me levanté con el libro en la mano con bastante desgana aunque con algo de curiosidad. Al llegar a la sala del televisor pude ver al resto de reclusas enganchadas a la pantalla como si estuvieran dando la noticia de la llegada del hombre a la luna.
“Ya son dos las víctimas de violación que han asesinado a sus agresores por cuenta propia. La primera a principios de esta misma semana y la segunda dos días después. Se cree que los crímenes podrían haber sido instigados por la salida al mercado de la novela autobiográfica La venganza del escorpión. Esta misma mañana un grupo de mujeres se han manifestado ante las puertas de los juzgados centrales con pancartas con escorpiones dibujados y bajo el lema “todas somos escorpiones y os vamos a matar”. La policía ha llamado a la calma ante una situación que de momento parecen ser solo casos aislados. Seguiremos informando”.
Mis compañeras de módulo se giraron hacía mí y empezaron a aplaudirme y ovacionarme como si acabara de salvar la liga.
A lo largo de las siguientes semanas fueron apareciendo más casos relacionados con el mío. Hubieron más manifestaciones. Y cuando fueron pasando los meses los casos de violación bajaron significativamente. Lo habíamos conseguido. Empezábamos a perder el miedo. Acababa de empezar el matriarcado.