Nos encontramos en Zúrich, justo a mediados del siglo XIX. Richard Wagner, un eminente compositor alemán y luterano, se encuentra inmerso en su ardua y revolucionaria creación musical. Ha bebido de referentes tan gigantes como Beethoven, Mozart, Schopenhauer o Goethe, y, por lo tanto, no solo está imbuido de notas musicales, sino también de filantropía y filosofía. De hecho, es uno de los pioneros en dotar a la ópera y la música de significados más profundos a través de temas y significados reconocibles (leitmotivs), que servirán para anexionar sus obras a los sentimientos más delicados y ocultos de la psique humana. Sin estas ideas, el concepto de banda sonora que aplican John Williams, Howard Shore, Alan Silvestri y otros compositores actuales, no tendría sentido alguno.
A todo esto, sigamos observando al alemán dudar y romperse la cabeza con su creación. De repente, su primera esposa, Minna Wagner, le avisa de que hay cientos de personas aporreando la puerta de su casa. Quieren que salga a dar explicaciones sobre su obra. Ninguno de ellos está conforme con que “El anillo del Nibelungo” conste de cuatro óperas y no de dos. Están indignados con la extensión de la obra. Además, en la segunda ópera, “La valquiria”, Brunilda no goza del protagonismo que ellos creen necesario, a la par que Sigfrido tiene comportamientos ciertamente machistas y condescendientes. Total, que quieren una plena censura de una obra que ni siquiera está acabada. Y ya de paso, le dan una serie de consejos “que les ha contado su primo, que sabe de esto”, para componer el tercer acto en modo Frigio, que queda bastante mejor que en Lidio.
Una situación absurda, ¿no es así? Ciertamente, la verosimilitud de esta anécdota que me acabo de inventar es más bien pobre. Y sin embargo, así es como nos comportamos en pleno siglo XXI con el arte y las personas que se dedican a crear. Entrometiéndonos en la obra de alguien que ha dedicado toda su vida a su cometido de creador, con mucha más experiencia y lógica que la que podamos imaginar y poseer en siete vidas cada uno de nosotros. Porque así somos, justicieros y guardianes de la total certeza.
Nos dedicamos a juzgar obras por tráilers, fotogramas y adelantos. También nos guiamos por la opinión de alguien que sí ha consumido dicha creación (o alguien que creemos que se ha empapado en el Joker previamente), con la cual concordamos porque nos cae bien y disfruta de la misma férrea moral que nosotros. Creamos unas expectativas imposibles de alcanzar, imaginando lo que nos gustaría que ocurriese. Claro que, cuando eso no se cumple, ponemos a la obra a caer de un burro porque no satisface nuestro gran onanismo cultural. Censuramos a aquel que se atreva a darnos algo diferente en términos ficticios, porque todos sabemos que si un niño ve una matanza en la película, se va a convertir automáticamente en Charles Manson de mayor. Porque lo que realidad nos gusta es pensar que los demás no son tan inteligentes como nosotros para diferenciar realidad de invención, y por lo tanto, no podemos permitir que dichos actos impuros sean emitidos o consumidos.
Ahora sí, llegamos a septiembre de 2019, y el Joker de Todd Phillips acaba de ganar el León de Oro en la Mostra de Venecia. Por descontado, las redes sociales se han posicionado a favor o en contra (¿es posible no opinar sobre algo que desconocemos?). Unos cuantos nos hacen saber que, desde que se conociese que la película estaba en preproducción, ya sabían que iba a ser un pelotazo. Otros, sin embargo, dicen que el festival está regido por una serie de fans del cine de Tarantino que están al servicio de Hollywood, y, por lo tanto, su opinión no tiene validez alguna. Unos pocos piensan que si la historia no está basada en sus cómics favoritos, que no van a ir a verla, venga ya. Mientras tanto, la contrapartida de este grupo opina que, al ser una cinta independiente, debemos aceptar que el Joker esté desvirtuado. Y todos ellos llevan (por supuesto) la razón indiscutible acerca de ese producto que no han visto, pero que tampoco necesitan hacerlo para pensar de esa manera.
Incluso el que esto escribe, aunque no opine de manera clara, se manifiesta alegando que cree que la película no será ni obra maestra ni decepción absoluta. Será que mis contradicciones también se muestran de vez en cuando, por lo que uno no debe excluirse de las críticas que realiza. Aunque, bien pensado, este artículo es de opinión. He caído en mi propia trampa. Bueno, por donde íbamos. Ah, sí. El Joker me parece una obra muy poco reflejada en su universo…