La alta nobleza, ese estamento anacrónico devenido en clase burguesa, está presentando en sociedad a sus cachorros que dejan la minoría de edad. No hay mayor sinsentido, están más que presentados desde que nacieron. El caso es cumplir con una tradición que parece anclada en el más rancio provincianismo, seña de identidad frente a la pequeña burguesía y proletariado.
En palacios propios o prestados (dicho sea de paso, fuentes de ingreso por arrendamiento para fiestas y bodorrios, tan bajo ha caído la alta nobleza otrora caladero de generales y obispos) las antes niñas se han exhibido ante los invitados y prensa rosa para que todos sepan que están en edad casadera.
La prensa del papel cuché nos ha regalado unas fotografías de estos encuentros juveniles, acompañados de sus papás, que habrán servido más que para el regocijo y envidia popular para mostrar las caras de las futuras personalidades que desde la sombra, como sus papás, dirigirán las vidas y haciendas del resto de millones de españoles y parte del extranjero a través de sus cargos en multinacionales.
En las caras despreocupadas de esos jóvenes se refleja, más que por el momento festivo, lo contentos y orgullosos que están de ser los hijos de quienes son.
A ellos no les preocupa el Código Penal, saben que no son robagallinas ni nunca necesitarán robar una o varias gallinas, sus robos estarán amparados por la ley, la ley del capitalismo. Tampoco les preocupa la Ley Mordaza, jamás irán a parar el desahucio de quienes se gastan el dinero en vino y no lo anteponen al pago de la hipoteca; o solo asistirán a las manifestaciones convocadas por la Iglesia o los patriotas, esas manifestaciones en las que se produce la simbiosis entre las clases pudientes y la clase trabajadora representada por los antidisturbios.
No acudirán a esas concentraciones reivindicativas de derechos, llenas de infiltrados radicalizados que prenden la mecha para que los trabajadores antidisturbios carguen al comienzo de los telediarios. El régimen legal de su vida laboral, más bien empresarial, transcurrirá sin el más mínimo sometimiento al Estatuto de los Trabajadores, todos tienen su destino prefijado desde antes de nacer a sentarse en varios consejos de administración de multinacionales, y además todos comparten el mismo sueño de ser la generación en que sus políticos serviles consigan la legalidad de la esclavitud, aunque muy a su pesar asalariada, dado que sin consumo masivo el negocio se iría al traste.
No se demoren más y visiten las páginas de las revistas del corazón para echar un vistazo a unos jóvenes que están instalados, desde que nacieron, en el ático de la sociedad donde nunca llegará el ascensor social porque el botón más alto al que apretar con el propio esfuerzo y capacidad se queda varios pisos más abajo; guarden las fotos de los reportajes porque así sabrán quiénes serán en unos años los que decidirán su presente, esos patriotas en lo sentimental y suizos en lo económico.