El patriarcado es un sistema de opresión en el que la mujer se subordina al hombre y es discriminada, con la consideración de que el hombre es el modelo de ser humano a seguir. Este hecho ha provocado que las instituciones creadas por la sociedad respondan a las necesidades del hombre, relegando a la mujer a un segundo plano.
El punto de vista masculino, que ha sido históricamente el referente, ha originado uno de los muchos tipos de opresión hacia las mujeres de Occidente dado que sus necesidades y opiniones se han visto infravaloradas e invisibilizadas.
La familia patriarcal ha sido expresión inequívoca del patriarcado, donde el hombre pertenecía al ámbito público, y por lo tanto eran considerados sujetos de la ciudadanía, viéndose las mujeres privadas de este privilegio ya que su función se centraba en otra institución, la familia. Las mujeres poseían menos oportunidades legales y políticas, y consecuentemente eran menos valoradas por el conjunto de la sociedad.
La educación androcéntrica apartó, en un principio, a las mujeres de la educación, fueron excluidas de esta ya que se consideraba que su rol consistía en ejercer de esposa y madre para servir a la familia. Fue a mediados del siglo XIX cuando las industrias de los nuevos Estados europeos expusieron la necesidad de una educación básica para las mujeres, pero únicamente para que fueran “mejores trabajadoras”.
Sin embargo, actualmente la cultura patriarcal sigue presente en este ámbito. Un buen ejemplo sería la mayor asignación de cargos representativos que se le dan a los hombres profesores (en E.S.O, Bachillerato y F.P.) a pesar de que el 71,9% -según el Ministerio de Educación y Formación Profesional- del profesorado en las enseñanzas no universitarias es mujer.
Las mujeres de Occidente han vivido la opresión del patriarcado a través, también, de la maternidad forzada, considerada otra de las instituciones de la sociedad patriarcal. Como bien relata María Flórez-Estrada Pimentel el cristianismo evocó la maternidad forzada, que fue reiterada como medio de la cultura patriarcal para poder transmitir la herencia, prohibiendo todo tipo de anticoncepción o aborto. Aun así, es cierto que la Iglesia católica ha sido pragmática sobre el tema del aborto, cambiando su postulado según la necesidad de atender a cuestiones sociales concretas.
El derecho romano clásico también hizo sus estragos, pues el aborto estaba condenado socialmente si lo decidían mujeres, pero no así si eran los padres o maridos.
Lo anteriormente comentado se refunda con la idea del matrimonio, ya que la maternidad debía ser legítima. Los hombres se desentendían de cualquier límite porque no se condenaba su ilegitimidad como en el caso de las mujeres.
Se puede concluir que el catolicismo ha transmitido el concepto de maternidad a las mujeres como un deber social, sin el cual ellas no tienen razón de ser y son culpabilizadas por el mero hecho de no querer atenderlo o simplemente por no sentirse identificadas con ese ideal de vida fundamentado en los pilares del sistema patriarcal.