Si la Segunda República había reafirmado la igualdad jurídica, política y social de ambos sexos, el régimen franquista aniquiló todas las reformas introducidas, de un plumazo.
El ideario del franquismo, con respecto a la mujer, era muy sencillo: de tener un ámbito político propio a quedar confinada a las fronteras del hogar, a la tutela masculina y a ser considerada nuevamente como una menor de edad.
La religión se convirtió en uno de los pilares fundamentales del nuevo régimen, y la mujer se convirtió en un elemento esencial en la propagación de la doctrina nacional-católica.
Debido al ferviente catolicismo de su Jefa Nacional, Pilar Primo de Rivera, la rama femenina de la Falange adoptaría las figuras de Isabel la Católica y Santa Teresa de Jesús como modelos de conducta, y como símbolos de su acción.
También la educación fue un instrumento esencial de adoctrinamiento durante el franquismo. Las maestras pasaron a formar parte de la Sección Femenina, y su propio ideario recogía la distinción de sexos en la educación: “el niño mirará al mundo, la niña mirará al hogar”.
La enseñanza introducía a las jóvenes en los principios ideológicos de la doctrina cristiana y los ideales falangistas, para que fuesen útiles en el cuidado de su hogar. Al mismo tiempo, se animaba el fomento del espíritu nacional.
No hay que ser una niña empachada de libros que no sabe hablar de otra cosa (…), no hay que ser una intelectual (Pilar Primo de Rivera).
El régimen franquista destruyó todos los logros que habían surgido de la Segunda República española en materia de género. Antes incluso del final de la guerra se elaboró una nueva política de género que nada tenía que ver con lo que se había conseguido durante el período republicano.
La influencia de la Iglesia católica dio también paso al papel que se definió para la mujer dentro de la nueva sociedad, un papel pasivo y obediente, sin ninguna iniciativa, que sólo leían libros con consejos sobre cómo cuidar y agradar a sus maridos.
Se basaba en la diferenciación entre hombres y mujeres, su abnegación y renuncia. La Iglesia impone que la mujer sea la salvaguarda de la familia cristiana, que sólo tenga un ámbito social dentro de la familia o en la parroquia.
La legislación del régimen radicalizó la dependencia y sumisión femenina en el ámbito público y privado de la vida social, laboral y familiar, pero también en el matrimonio se impuso esa desigualdad. Junto a la educación y la religión, las leyes servirán para instaurar las virtudes femeninas de la subordinación, dependencia e incapacidad social.
El franquismo se apoyó en una base social en la que la familia se convirtió en un elemento esencial en una sociedad jerarquizada y patriarcal. El régimen ensalzó unos valores que debían centrarse en su concepción de la figura femenina.
Los ideólogos del franquismo basaron su discurso en unos aspectos de “feminización” que les permitieran ganarse el apoyo de las mujeres, consideradas como una pieza clave de su construcción de la nación, y las convirtieron en las “madres de la patria”.
El discurso del régimen vino marcado por una vuelta a los valores tradicionales. Esos valores derivaban directamente de las corrientes reaccionarias del siglo XIX y comienzos del XX. En ese concepto, la mujer quedaba ligada a las tareas domésticas y se ensalzaba su faceta como madre.
El franquismo destiló su modelo de mujer a través del ideario del patriarcado nacional-católico. Y el mensaje de la Sección Femenina estuvo marcado por elementos que invitaban a la mujer a despreciarse a sí misma.
La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular –o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse (Pilar Primo de Rivera)
Con estos retrógrados planteamientos, el franquismo eliminaba las conquistas femeninas de la República, con un discurso antifeminista. La mujer era percibida como un ser inferior al hombre, por lo que debía quedar relegada al ámbito meramente doméstico.
La nueva política ensalzaba la figura de la mujer madre y esposa, y se promovía un fuerte intervencionismo estatal en la vida familiar. Al mismo tiempo, se excluía a la mujer de la vida política del país.
La doctrina que se empleaba en la Sección Femenina difundía los principios del nacional-sindicalismo y los valores tradicionales, donde el papel de la mujer quedaba reducido al papel de esposa y madre sumisa, con una subordinación total a la figura masculina.
Paradójicamente, esta imagen era completamente opuesta a la que jugaban las dirigentes de la Sección Femenina, como la propia Pilar Primo de Rivera, fuertemente implicadas en la vida política y social del régimen.
Una de las funciones clave de la mujer franquista sería dar y criar hijos para la nueva patria, fomentando el ideal de la mujer en el ámbito doméstico, encargada del hogar, lejos de la sociedad, de ideas que diesen la posibilidad de desarrollar una mentalidad propia, un pensamiento crítico.
Gracias a su papel de adoctrinamiento, la Sección Femenina se convirtió en un elemento crucial de la maquinaria del franquismo. Su finalidad esencial era difundir socialmente una imagen de la mujer como un ser relegado al cuidado de su hogar, como un pilar fundamental en la vida familiar y de los valores tradicionales, que excluía a la mujer de la vida política.
El franquismo fue un régimen fuertemente patriarcal, que radicalizó modelos de feminidad doméstica, de subordinación masculina, pero que no había inventado el régimen, aunque éste lo radicalizó hasta extremos casi impensables, utilizando para ello todos los medios institucionales a su disposición.
El ideario del régimen franquista y de la Sección Femenina caló hondó en la sociedad española, tanto entre hombres como mujeres. Por eso, desde la Transición comenzó una lucha constante para cambiar la desigualdad social entre hombres y mujeres. Sin embargo, aún hoy se siguen arrastrando esos prejuicios, esas desigualdades.