Fake news, noticias falsas. Desinformación para manipular en favor de unos determinados intereses. El término cobró relevancia en el año 2017, cuando el sistema capitalista en fase neoliberal la asumió, no solo para desactivar su poder emancipador, en cuanto era capaz de mostrar que los medios de comunicación asentados en el imaginario colectivo como “creíbles” manipulaban de manera constante, sino también para hacerse con su significado y usarla contra sus enemigos mediáticos.
La respuesta mediática alternativa a la hegemónica siempre ha sido considerada de menor calidad y credibilidad, porque los medios de comunicación en poder de grandes empresas, dictaduras de Oriente Medio, bancos y fondos buitres, lo han señalado así.
Han aprovechado que los medios que disputan su hegemonía cultural surgen normalmente desde la clase trabajadora y funcionan mediante voluntarismo, por lo que no es posible dotar a esos medios de comunicación de una apariencia tan profesional como los que han surgido desde las clases adineradas, que sí tienen opción de pagar por acabados de lujo.
Debido al voluntarismo, o a la escasez de fondos en el mejor de los casos, los medios alternativos no son capaces de ofrecer una información a la misma velocidad, ni con imágenes del hecho en concreto, ni con la regularidad con la que sí lo hacen los medios de masas. Situaciones que hacen más sencillo difundir argumentos que señalen a esos medios alternativos como poco más que un hobby de unos cuantos al que no se puede llamar periodismo.
Sin embargo, a medida que la tecnología se ha hecho más accesible y las Redes Sociales más poderosas, los medios de comunicación alternativa han sabido aprovechar el nuevo escenario para ganar en credibilidad y popularidad. Por lo que los argumentos usados previamente contra ellos dejaron de ser tan efectivos como años antes.
La oligarquía, de manera inteligente, supo hacerse con el término “fake news” con el que el campo progresista asediaba la agenda mediática neoliberal. Los grandes medios trabajaron para dar a conocer masivamente ese término, acusando a los medios digitales, de mayoría alternativa, de emplear ese método de desinformación.
De esta manera no solo volvían a conseguir que la agenda mediática alternativa no se pudiera construir gracias al regreso de las sospechas sobre la credibilidad de los medios antineoliberales, sino que de un plumazo acababan con los nuevos proyectos informativos neoliberales que, gracias a nuevas y originales mecanismos informativos, se hacían con gran parte del público de los medios de comunicación de masas, asentados cómodamente en un periodismo pasado de moda gracias a las rentas de sus mejores momentos.
Este argumento, parte desde hace un par de años del relato neoliberal en el que la oligarquía asienta su hegemonía cultural, ha convertido el término “fake news” en una triste ironía de sí mismo, cuando previamente consistía en una dura crítica a los medios de comunicación que informan con el objetivo de sostener el actual régimen económico capitalista.
Ahora, los gobiernos del campo conservador, se sirven de la nueva situación creada por los medios de comunicación de los banqueros y empresarios que los condicionan, o directamente manejan, para rechazar cualquier información que les sea perjudicial. Por ejemplo, el gobierno de Lenín Moreno en Ecuador ha rechazado las acusaciones, con pruebas documentadas mediante vídeos e imágenes, de haber reprimido a los ciudadanos que protestaban contra el FMI.
Las catalogan como fake news pese a que no lo son, como lo hemos demostrado en ElEstado.Net con nuestra nueva sección audiovisual “La Otra Cara“. Pero los medios de comunicación de masas, en manos de los poderosos, silencian la situación, ya que han trabajado precisamente para lograr esta perversión del término.
No fueron los medios alternativos los que publicaron la imagen de un mexicano entubado en un hospital haciéndola pasar por el ya fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez. Ni los que inventaron los reprimidos en la Marcha de las Flores de Nicaragua, ni los que mintieron convirtiendo en noticia un bombardeo contra población civil en Libia por parte de Muamar el Gadafi que nunca existió, ni tampoco han sido los proyectos informativos del campo progresista los que publicaron como ciertos montajes con actores simulando ataques químicos contra población civil por parte del presidente sirio Bashar al-Ásad.
Tenemos, por lo tanto, una grave situación que postra a los medios de comunicación alternativa a una posición secundaria con respecto a los medios de comunicación de masas, mediante el asentamiento en el imaginario colectivo de que son creadores y difusores de las fake news, cuando son precisamente los que señalan esa inexistente situación quienes la llevan a cabo.
Si la falta alarmante de unidad entre los diferentes medios de comunicación alternativa, su estrategia defensiva que les impide desarrollar una agenda independiente de los medios en poder de la oligarquía y la falta de recursos económicos para hacer profesional su labor informativa, ya era suficiente obstáculo para concretar la construcción de una matriz de opinión alternativa que pudiera disputar la hegemonía cultural, ahora se debe añadir la última estrategia del capitalismo que ha caído en forma de yunque sobre lo poco que había construido.