Los resultados obtenidos por Evo Morales son buenos, pero no tanto con los arrojados en elecciones anteriores, y los conseguidos por su movimiento político, el Movimiento Al Socialismo (MAS), se encuentran en coordenadas similares. No se puede hablar de derrota, de ninguna manera, pero sí de una leve caída que responde al hiperliderazgo de Evo Morales, y que podría resultar en una catástrofe en el siguiente ciclo electoral de 2025.
Con casi la misma cantidad de votos emitidos (5,3 millones aproximadamente) que en las anteriores elecciones de 2014, Evo Morales se deja medio millón de sufragios, y la moposición, liderada en esta ocasión por Carlos Mesa se hace con 700 000 votos más que en las anteriores. El expresidente Mesa ha sabido leer de manera magistral el escenario político y social boliviano: la ciudadanía sigue apoyando el proyecto del dirigente indígena pero su liderazgo ha sufrido un desgaste.
El opositor Mesa ha escondido su perfil neoliberal para garantizar que los programas sociales que ha impulsado Evo Morales desde 2006, seguirán estando vigentes con él, consiguiendo de esta manera calar en un amplio sector del campo progresista, que ansia un cambio de caras después de trece años ininterrumpidos del socialista en el poder, y que rechazan apoyarlo otros cinco años más. Sus propuestas neoliberales, bien disfrazadas mediante un discurso socialdemocócrata que ha encontrado un apoyo cómplice en los medios de la oligarquía, ha conseguido retener, a la vez, el voto de la derecha.
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No sería de extrañar que Carlos Mesa, con los resultados obtenidos, haga rendir su acertada estrategia para ser el máximo representante de la oposición a Evo Morales en la legislatura que comienza, para asentar su liderazgo de cara a 2025, momento en que volverá a articular la misma estrategia que tan buen resultado le ha dado.
Sabiendo además que en ese momento, la izquierda boliviana vivirá momentos de vulnerabilidad porque deberá presentar a una nueva cara, lo que siempre supone una pérdida de votos de la base social que acompaña al proceso, ya que existe una parte que apoya la revolución más por la figura de Evo Morales que por la política aplicada en sí. Una de las consecuencias del hiperliderazgo.
Con los índices sociales y económicos brillando muy por encima de la media de América Latina, con estabilidad política y sin casos de corrupción, la actual situación de la izquierda boliviana responde a un moderado desgaste de su líder Evo Morales, que bastantes años antes de llegar al poder, siendo dirigente sindicalista cocalero, ya era de facto el líder del campo progresista boliviano.
Llevan siendo más de dos décadas de ataque mediático constante, de ser la imagen que se ha puesto al frente de los aciertos, pero también de los errores, del proceso.
Ahora que la izquierda boliviana ha logrado mantener el poder ejecutivo y el legislativo con una mayoría absoluta sensiblemente menor que en 2014, necesitará centrarse en formar a los cuadros políticos que deberán sustituir a Evo Morales y a Álvaro García Linera de cara a las elecciones de 2025. La base social que aún apoya a Evo Morales no deja de ser masiva, por lo que la presentación de nuevos líderes, con un Carlos Mesa totalmente en alza dentro del campo conservador, debe hacerse cuanto antes.
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Carlos Mesa, por su parte, lo tiene más fácil. No solo ha demostrado que su candidatura tiene futuro, sino que además casi ha logrado un empate técnico en el poder legislativo, en el que el MAS se ha dejado 24 escaños y 6 asientos en el senado por el camino desde 2014.
Su impacto mediático se puede convertir sin mucha dificultad en un relato de vitoria con un enfoque épico: con todo en contra -evitando comentar el apoyo de los medios privados tanto de Bolivia como de Occidente-, su candidatura sube mientras la de Evo Morales baja, más aún cuando las encuestas no lo registraban, abriendo la posibilidad de expresar que ha roto con la realidad impuesta. Un argumento que supone una poderosa herramienta para conquistar el apoyo de los que previamente no se decidieron por él.