Con las elecciones a solo unas horas de celebrarse, ElEstado.Net ha creído conveniente adelantar una nueva entrega de su nueva sección Debate o Dogma para tratar una cuestión política que nunca termina el debate en el campo progresista. ¿Votar o no votar?
Participar en el sistema democrático bajo las reglas del juego de la oligarquía, o trabajar fuera de los márgenes en una lucha desigual por la conquista social. Nuestro director Gonzalo Sánchez defiende la postura que llama a votar, mientras que Carlos Alberto Alonso Espinosa, simpatizante del sindicato anarquista Confederación General del Trabajo (CGT) sostiene que no hay que acudir a depositar la papeleta en los procesos electorales.
Debate o Dogma: ¿es necesario ir a votar?
Tener un diputado menos, un senador menos, hará más fácil que sigan vigentes la Ley Mordaza, las reformas laborales, y la reforma del artículo 135.
Gonzalo Sánchez sostiene que sí lo es.
Considero que en el actual contexto histórico en el que nos encontramos, votar, más que necesario, es imprescindible. Y cuando uso la primera persona del plural me refiero a nosotros, los trabajadores que no poseemos los medios de producción. Porque en el actual escenario político no existe ninguna otra manera de incidir en las instituciones y poderes del Estado que establecen los marcos y los límites de nuestra vida, en todos los aspectos.
Estoy de acuerdo en que no es suficiente votar cada cuatro años, que deben existir otros cauces por los que los ciudadanos puedan relacionarse con los asuntos públicos del Estado sin tener que depender de la interlocución de los partidos políticos, pero la realidad muestra que la sociedad no está empujando en esa dirección más que de una manera estética.
No hay movimientos sociales como las antiguas Marchas de la Dignidad, ni tampoco una masa social movilizada que hayan sido capaces de crear un polo de poder alternativo que imponga esas necesidades democráticas en el relato social, por lo que, si ese primer paso necesario no se ha dado, estamos a varias fases de lograrlo.
Sabiendo el punto en el que nos encontramos, llamar a la abstención en base a sueños utópicos de una realidad que no existe ni tiene visos de hacerlo (la destrucción del Estado como consecuencia de la abolición de las clases sociales), es una irresponsabilidad, porque resta votos a las opciones que, como Unidas Podemos, EH Bildu, BNG, CUP, han demostrado cuando han gobernado que sí mejoran las condiciones de vida de la mayoría social.
Los llamados a la abstención afectan al campo progresista, porque son efectuados por fuerzas que también pertenecen a él, normalmente anarquistas. En muchas ocasiones, quienes expresan que es mejor no votar, usan argumentos que la oligarquía se esfuerza en difundir para desmovilizar el voto de la izquierda, como el sempiterno “todos los políticos son iguales“.
Pero Carlos Sánchez Mato redujo la deuda de Madrid, y el Ayuntamiento pudo invertir en empleo y ayudas sociales a los más desprotegidos por ejemplo. Gerardo Iglesias, Julio Anguita y Cayo Lara no se aprovecharon de la política para usar una puerta giratoria, uno volvió a la mina, el segundo al instituto y el manchego a la cola del paro. Alberto Garzón ha rechazado la pensión vitalicia que ofrece el congreso. No hay rastro de corrupción en la carrera política de Pablo Iglesias, Irene Montero, David Fernández, Arnaldo Otegui, Teresa Rodríguez, Ada Colau, quienes dan partes importantes de sus sueldos de cargos públicos a organizaciones sociales cuyo trabajo incide en favor de los marginados por el sistema.
No puedo no compartir el objetivo de demoler el Estado para construir una sociedad comunal que sea capaz de gestionarse a sí misma en un escenario en el que las clases sociales hayan sido abolidas, para que la igualdad sea la que gobierne junto a la paz y a la libertad, pero no votar a las opciones de izquierdas que se presentan a las elecciones, nos alejamos de esa utopía.
Tener un diputado menos, un senador menos, hará más fácil que sigan vigentes la Ley Mordaza que nos impide disfrutar de una libertad que ya no está garantizada; las reformas laborales que han precarizado tanto el trabajo que ya somos semi-esclavo; la reforma del artículo 135 que nos postra a un Estado sin protección social. Menos fuerza en las instituciones que tienen el poder significa que la oligarquía nacida en el franquismo seguirá gobernando en España, que las empresas seguirán sustituyendo al Estado, convirtiendo los derechos de todos en privilegios de unos pocos.
Hay que dar pequeños pasos hacia adelante, y eso solo se consigue llenando las instituciones de personas que crean en la igualdad de oportunidades, en que la Naturaleza no se puede salvar sin abolir previamente el capitalismo, en el feminismo como política para alcanzar la igualdad social, en las nacionalizaciones como forma de redistribución de la riqueza, en el diálogo como forma de solucionar los problemas.
Lo que la historia nos ha demostrado es que la derecha no tiene preocupaciones filosóficas sobre votar o no, no invierten el tiempo en reflexionar si su voto consolida un sistema de raíz cruel y hechos despóticos que nunca podrá ser cambiado, ni tampoco es si es más factible poner esas instituciones al servicio del pueblo, como demostraron no ya la Unión Soviética, ni experiencias lejanas en el espacio como las de Chávez, Allende, Evo Morales… sino los Ayuntamientos del Cambio españoles.
No es incompatible votar el próximo domingo atendiendo a la necesidad de hoy, a la vez que se lucha de manera organizada por la necesidad que habrá mañana.
Es fundamental comprender que los grandes objetivos no se alcanzan en periodos cortos de tiempo, mucho menos sin una lucha popular que los persiga, que el “ahora o nunca” no funciona en política porque la organización no se logra con interpelaciones emocionales de significantes vacíos.
Hay que dar pequeños pasos hacia adelante, y eso solo se consigue llenando las instituciones de personas que crean en la igualdad de oportunidades, en que la Naturaleza no se puede salvar sin abolir previamente el capitalismo, en el feminismo como política para alcanzar la igualdad social, en las nacionalizaciones como forma de redistribución de la riqueza, en el diálogo como forma de solucionar los problemas.
Para ello, hay que votar. No hacerlo supondrá dejar espacios libres que ocupará el Régimen del 78 heredero del franquismo, movimiento fascista que derrocó mediante la violencia al gobierno del Frente Popular, primera victoria histórica de la izquierda española, gracias a la unión de todo el campo progresista, que llamó unido al voto a su organización revolucionaria.
El abstencionismo activo, sin embargo, debe entenderse desde una perspectiva más global, priorizando la acción directa en los ámbitos donde se produce la explotación.
Carlos Alberto Alonso Espinosa considera que no lo es.
En estos tiempos en los que la corrupción y la explotación forman parte de la cúspide social, en el que el futuro del planeta está en peligro, en el que la democracia no es más que una obtusa fórmula de dominación frente a una escandalosa mayoría de la población completamente despojada de su dignidad, y de la capacidad de decidir sobre su presente y futuro, la abstención activa se advierte un imperativo ético, no solamente en la denuncia de lo que denominamos ‘circo electoral’, sino también en la búsqueda de formas alternativas de organización frente a la fuerte jerarquización de la sociedad y las relaciones que se desarrollan en su seno.
En el entorno libertario existen varias maneras de entender el abstencionismo. Una primera postura es más intransigente y beligerante para con el Estado y el sistema de legitimación en el que consiste el acto de la votación. Hay otra forma de entenderlo, no es tan beligerante y aún mantiene, con no pocos desencuentros en el interior de los colectivos y organizaciones libertarias, ciertas fórmulas de tolerancia distante respecto de las opciones personales.
El abstencionismo activo, sin embargo, debe entenderse desde una perspectiva más global, priorizando la acción directa en los ámbitos donde se produce la explotación, desarrollando fórmulas organizativas horizontales y transparentes, inclusivas y antipatriarcales, alejadas del control social que ejercen los poderes públicos y económicos.
Así sucede en muchos ámbitos, los más conocidos serían el de la vivienda y la lucha contra la especulación y el laboral, pero esta búsqueda activa de la autogestión se está desarrollando en muchos otros ámbitos, desde la cultura hasta la financiera, pasando por la alimentaria y la comunicación, siempre bajo fórmulas cooperativas o ateneísticas. La abstención activa consiste en la priorización de las actividades realmente valiosas, materialmente importantes.
En ocasiones, cuando las personas que transitan el movimiento libertario se encuentran con otras personas partidarias del sistema democrático, por una lógica negativa, de inexistencia de alternativas, reclaman de esa bella idea utópica un proyecto/producto cerrado, acabado, integral.
La abstención activa, por contra, no se entiende como la oportunidad de buscar una cosmovisión salvadora, sino como la constatación incansable de que esa alternativa se debe construir en la diversidad de los proyectos individuales.
En definitiva, se puede dar la espalda a los procesos electorales con un doble objetivo: denunciar la manipulación del sistema electoral, y poner en valor las necesidades y la propia capacidad de autoorganización, y de búsqueda de soluciones más igualitarias y éticas en todos los ámbitos de la vida.
En este sentido se advierte especialmente didáctico lo que escribió Ricardo Mella en 1909 a la salida de un mitin político: “Vota, sí, vota; pero escucha. Tu primer deber es salir de aquí y seguidamente actuar por cuenta propia. Ve y en cada barrio abre una escuela laica, funda un periódico, una biblioteca; organiza un centro de cultura, un sindicato, un círculo obrero, una cooperación, algo de lo mucho que te queda por hacer. Y verás, cuando esto hayas hecho, como los concejales, los diputados y los ministros, aunque no sean tus representantes, los representantes de tus ideas, siguen esta corriente de acción y, por seguirla, promulgan leyes que ni les pides ni necesitas […]”.
En el contexto en el que nos encontramos es necesario dedicar nuestra energía en proyectos emancipadores y priorizarlas frente al desgaste que supone el tropezar una y otra vez con la misma piedra de la representatividad y la progresiva domesticación que produce en los movimientos contestatarios, sin gastar excesivo tiempo en realizar reproches hacia los compañeros que optan por esa vía.
En definitiva, se puede dar la espalda a los procesos electorales con un doble objetivo: denunciar la manipulación del sistema electoral, y poner en valor las necesidades y la propia capacidad de autoorganización, y de búsqueda de soluciones más igualitarias y éticas en todos los ámbitos de la vida.
Sintetizando, podríamos decir que la opción sería “no iré a votar porque tengo otras cosas más importantes que hacer”, sin violentar al resto de la sociedad pero llamándola, desde la cercanía, a la acción, sin dejar de denunciar la falsedad del proceso de legitimación y control que se opera mediante los procesos electorales.