El debate sobre el comunismo es amplio y profundo. No quiero en este artículo centrarme en que el comunismo beneficia a todos aquellos que no disponen de medios de producción, es decir a quienes los trabajan, la mayoría social, porque para justificarlo debería entrar a repasar las conquistas de los gobiernos comunistas, socialistas y socialdemócratas (como el de Olof Palme, no como el Pedro Sánchez), y a analizar la intensa intoxicación mediática de las oligarquías contras ellos para impedir la llegada de la doctrina a sus países, lo que les haría perder sus privilegios.
No, mi intención es señalar la última campaña del Régimen del 78 para impedir que la izquierda alternativa llegue al gobierno, y con ello obligue a una de sus fuerzas a girar mínimamente a la izquierda, erosionando un poco las ganancias del poder económico forjado durante el franquismo y asentado en la actual transición.
El preacuerdo programático de diez medidas, de aplicarse, bajaría los impuestos a quienes no sean millonarios, y se los subiría a quienes sí lo son. Devolvería algunos de los derechos laborales perdidos, mejorando la calidad de vida de los trabajadores y haciendo que los grandes empresarios repartan un poco de sus enormes riquezas. Terminaría con la profundización de la censura que el PP concretó con la Ley Mordaza, y que el PSOE gobernando en solitario ha mantenido.
>>Unidas Podemos impone sus propuestas en el preacuerdo de gobierno con el PSOE<<
Son cuestiones que entraban dentro de la normalidad en la mayoría de los países con los que España comparte militancia en la Unión Europea, ninguno cercano en esos momentos al comunismo.
El comunismo tiene como objetivo abolir las clases sociales, y para ello se debería democratizar los medios de producción, es decir, todo lo que al trabajarlo produzca dinero, estaría gestionado por los trabajadores, sin patrón. El posible gobierno de PSOE y Unidas Podemos no se plantea ni siquiera la nacionalización de los sectores estratégicos como la infraestructura y las comunicaciones.
Tampoco tocará la monarquía, ni la iglesia, ni llevará a cabo una ruptura con el franquismo -en el preacuerdo no se recogen cuestiones que tengan que ver con la memoria histórica-, aspectos fundamentales no ya para el comunismo, sino para el socialismo, que es el estadio anterior.
Existe también un miedo a que se obligue a los sectores sociales más acomodados a que compartan con los pobres sus posesiones privadas, una cuestión, la de la caridad, que tiene que ver más con el cristianismo que con el comunismo. El primero usa la caridad voluntaria como una forma de compartir la riqueza, el segundo habla de la propiedad social de los medios de producción, no de los bienes privados que se puedan adquirir con el dinero obtenido fruto del trabajo digno y honrado.
El preacuerdo se queda lejos de la socialdemocracia clásica, que sí nacionalizaba los sectores estratégicos, más aún del socialismo que apoyaría la gestión de los trabajadores de las grandes empresas públicas, y todavía más del comunismo, que democratizaría todos los medios de producción.
El preacuerdo queda lejos de la socialdemocracia clásica, que apoyaba la república como forma de organización social, el Estado laico como método de alcanzar la libertad y el respeto en el espacio público, más aún del socialismo que organizaría socialmente a la ciudadanía para que participase en los asuntos públicos del Estado, y todavía más del comunismo, que terminaría aboliendo el estado en favor de una sociedad sin clases.
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