El individualismo, fomentado desde el vigente sistema capitalista que se encuentra hoy en fase neoliberal, es el perfecto agente anulador de la solidaridad, un concepto socialista por el que se entiende el mundo de una manera diferente: si una parte de la clase trabajadora, sea cual sea su lugar de residencia, está mal, todos deben arrimar el hombro para mejorar su situación.
El individualismo fomenta una competencia que afecta a los miembros de la sociedad desde tempranas edades, porque enseña que todo gira en torno a ganar, a ser mejor que los demás, a no ayudar al resto porque supondría una ventaja que reduciría las posibilidades de salir vencedor.
La posibilidad de que una experiencia deportiva (una carrera de relevos), cultural (lectura), de ocio (videojuegos) sea un acto en el que todos aprendan, se diviertan, se conozcan mejor y puedan mejorar con la ayuda de los demás, se convierte en una competición en la que solo puede ganar uno, y si es pisando a los demás, tanto mejor.
Es una característica que anula la humanidad de las personas, condición necesaria para abrazar el capitalismo, ya que alguien con humanidad no podría echar a familias sin recursos de sus casas, hacer trabajar a alguien 12 horas al día por un sueldo de miseria, o traficar con seres humanos, por conseguir más dinero -obviamente ni por ninguna otra razón-.
El individualismo lleva a que solo importe uno mismo, haciendo oídos sordos a los problemas de los demás porque no afectan, en principio, a la persona en cuestión. En el ámbito labora, por ejemplo, se traduce en traiciones entre compañeros para alcanzar un puesto en el que se trabaje un poco menos aunque se gane lo mismo, ocultando la posibilidad de una organización sindical que, mediante la solidaridad que fomenta la cooperación, se consigan mejoras laborales para todos.
La situación de Bolivia ha mostrado otro peligro de que el individualismo sea una de las características de la sociedad, puesto que permite a la oligarquía que nos explota tumbar a los pocos gobiernos que actúan en favor de los explotados, porque consiente una brutal represión que arrebata vidas de jóvenes destrozando vidas de madres y padres, que deberán vivir todavía muchos años con ese insufrible dolor.
Como en España no afecta esta situación, el individualismo impulsa a expresar que bueno, no es agradable -en el mejor de los casos- pero no tiene importancia. No existe ningún movimiento que rechace un golpe de estado que ha quitado a un presidente elegido por el pueblo en elecciones libres y democráticas.
Un hecho brutal. Una actuación deleznable en cuanto el presidente derrocado había logrado terminar con el analfabetismo, reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los bolivianos, y quienes llegan son precisamente los que habían usado el poder previamente para empobrecer a la mayoría en favor de enriquecer a una minoría.
De hecho, nada más llegar al poder han asesinado a 30 personas de los sectores sociales más beneficiados por las políticas del presidente Evo Morales. Para entendernos, a 30 trabajadores. Lo cuales no iban armados, una masacre en toda regla que no importa más que en otros países en los que el capitalismo ha perdido posiciones, como Cuba y Venezuela, donde se han celebrado manifestaciones masivas en contra del golpe de estado, en las que se han pedido paz y respeto al orden constitucional.
Al anular la solidaridad internacional, el golpismo boliviano, que indudablemente está apoyado por factores externos ya que no cuenta con apoyo social en su propio país, logra triunfar, abriendo la puerta a empresas extranjeras para que se hagan cargo de la gestión y explotación de los recursos naturales e hidrocarburos, como lo son el litio y el gas.
Los medios de comunicación de masas, hoy en poder de grandes empresas, bancos, fondos buitre y dictaduras, de diferentes países, para que sus accionistas puedan entrar en Bolivia -o en cualquier otro país-, han estado cultivando el individualismo durante las pasadas décadas, para evitar posibles olas de solidaridad que impusieran una correlación de fuerzas por la que los gobiernos de la oligarquía no pudieran reconocer al golpismo, ni a ninguna de sus acciones, incluyendo las elecciones que puedan organizar.
Las poblaciones de los principales países del mundo siguen divididas en sus propias sociedades compitiendo por las migajas, mientras permiten que sus enemigos de clase avancen posiciones en los países que suponen la excepción al terrible individualismo.
El ruido, por ahora, es lejano.