Para empezar este artículo me vienen a la cabeza dos ejemplos muy distantes en todos los aspectos pero que tienen un cierto vínculo que quizás ayude a comprender la razón por la cual entro en un tema tan escabroso como es el de hablar de las causas de la violencia, sin más.
Los ataques de 2017 en las Ramblas de Barcelona y en Cambrils fueron perpetrados por chicos que aparentemente estaban bien integrados en su comunidad, y disponían de empleos cualificados, como es el caso de los miembros de esta célula “yihadista” Younes Abouyaaquob y Mohamed Hichamy.
Nada hacía pensar que ellos fueran los protagonistas de semejantes atrocidades ni tampoco se puede deducir en ellos, a la ligera, un cierto trastorno mental. Sus conductas plantean infinidad de dudas pero su exhibición del goce del daño a un collectivo inocente forma parte de un alejamiento de su realidad diaria justamente para rechazar las razones de vivir en ella, así como, su vinculación aunque fuera inicialmente simbólica con el acto de matar para infringir dolor a los “infieles“.
Y si bien nada tiene que ver ni con el fondo ni con las formas, si nos paramos a analizar los incidentes ocurridos este pasado mes de octubre en Barcelona como rechazo a la sentencia a los líderes del 1 de Octubre por el TSJ, podemos encontrar de nuevo un punto de duda sobre las razones de fondo que provocaron que muchos jóvenes se enfrentaran a la policía y que la policía reaccionara con una agresividad que en Cataluña aún está en plena discusión.
Nadie en Cataluña sabía lo que podía pasar después de la confirmación de la sentencia y ni mucho menos, se podía prever que fuera el colectivo juvenil quien decidiera espontáneamente reaccionar con agresividad a las agresiones infringidas por policías, jueces y algunos políticos deseosos de caos y violencia ambiental.
En su ensayo Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud, ya teoriza sobre los resultados a menudo espontáneos creados en colectividad, donde el Yo pasa a ceder su personalidad por un bien común, y donde las reacciones frente a una amenaza tienen infinidad de orígenes y situaciones diferentes. En otras palabras, Freud nos dice que el instinto de supervivencia nos conlleva a cometer actos de protección hacia nosotros y nuestros prójimos sin articulación aparente.
Estos dos ejemplos vienen a caso, pues de ellos se puede traslucir una idea de fondo calaje: las sociedades occidentales, principalmente, hemos conseguido encapsular las injusticias en un pozo sin fin lleno de indiferencia y aislar así las causas de todas las violencias por miedo a enfrentarnos a ellas.
Mirando el pasado nos reconoceremos mejor
Muchos son los teóricos que han querido tratar el tema de la violencia. Por cierto, muchos de ellos eran gentes de izquierdas como Walter Benjamin, Hannah Arendt o Georges Sorel, cuyos ensayos trataron de abrir el debate sobre las causas de la violencia y en la mayoría de sus trabajos se traslucía una amplia crítica a la manipulación del monopolio de la violencia por parte de los estados y la sumisión de la izquierda socialdemócrata al marco dual creado en las más altas instancias de poder que enfrenta la resolución de los conflictos con raíces violentas: violencia que propaga el caos versus orden que infunda seguridad.
Quizás el caso Dreyfus fue la puesta de largo en la manera que los estados -principalmente los estados vinculados a un nacionalismo elitista y excluyente- conquistaban sus capacidad de influencia en los ejes del poder para encasillar sus supuestos enemigos con el fin de eliminarlos. El caso Dreyfus recordemos que fue una sentencia judicial en el que la víctima fue el capitán Alfred Dreyfus, de orígen judío, que conmocionó la sociedad francesa, y la dividió entre partidarios y detractores de este militar francés. El trasfondo antisemita de esta sentencia, así como, su manipulación política y mediática, convirtió este caso en un símbolo de las consecuencias que tiene las supuestas “razones de estado” y marcó un hito histórico en la divulgación del antisemitismo.
Propiamente el racismo se ha tratado muchas veces como un simple “desajuste” emocional, o en una causa más de las desigualdades sociales, sin tener en cuenta lo que Hannah Arendt define en su ensayo Sobre la violencia: “el racismo, a diferencia de la raza, no es un hecho vital sino una ideología, y las acciones a las que conduce no son acciones reflejas sino actos deliberados en teorías seudocientíficas“. Que mejor frase para ejemplificar los casos expuestos hasta ahora en este artículo; la diferencia entre las causas vitales de la violencia y la manipulación política de algunas ideologías infundadas en la mentira y el dominio.
Georges Sorel en su obra Reflexiones sobre la violencia nos indica con su lenguaje siempre un tanto rudo, cómo de vacío hemos dejado, también la gente de izquierdas, la gestión del fenómeno de la violencia: “más al no querer contentarse con juicios creados por el sentido común, se impone seguir procedimientos contrarios a los de los sociólogos, quienes logran inagotable reputación, por parte de los tontos, merced a una cháchara insípida y confusa. Hay que situarse resueltamente por fuera de las aplicaciones inmediatas, dedicándose sólo a elaborar nociones. Y hacer a un lado todos los prejuicios caros a los políticos“.
Y para finalizar este resumen muy resumido de los orígenes históricos de nuestro comportamiento para con la violencia, es curioso señalar cómo los mitos históricos revolucionarios que han creado el corpus doctrinario de la izquierda, en todas sus tendencias ideológicas modernas, conllevó un cierto cambio simbólico en lo que hace referencia a la violencia y la legítima defensa, que fue suprimida con la llegada al poder de sus dirigentes políticos, pongo por caso la revolución francesa.
En la primera Declaración de los Derechos del y del Ciudadano (1789) de la revolución francesa se cita de forma explícita el Derecho a la resistencia. Más tarde (1793) se especificó su carácter en una nueva redacción que cita en su artículo 33 “La resistencia a la opresión es la consecuencia de los demás derechos del hombre”.
La gran victoria de esta declaración con carácter universalista, fue sin duda equiparar el derecho a la resistencia hacia un poder opresor como un elemento político legítimo, que supo convergir, además, con la cultura de las clases populares francesas de la época, huérfanas de referentes políticos y de un sistema judicial justo, cosa que solo les permitía disponer de las herramientas de la violencia como forma de protesta, también en lo político.
Ese gran encaje entre la causa política y la realidad social fue sucumbida por uno de los grandes dirigentes políticos del momento, Maxemilien Robespierre, que utilizando los aparatos de represión policial y judicial creados por el Comité de Salvación Pública eliminó a sus adversarios y creó un estado de violencia ambiental que pasó a denominarse “la época del terror“.
El bien común creado por la revolución pasó a mitificarse y personalizarse en uno de sus máximos teóricos y conspiradores. Quién mejor define ese momento es el mismo Robespierre en su teoría del gobierno revolucionario: “Bajo el régimen constitucional es suficiente con proteger a los individuos de los abusos del poder público; bajo el régimen revolucionario, el propio poder público está obligado a defenderse contra todas las facciones que le ataquen. El gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos toda la protección nacional; a los enemigos del pueblo no les debe sino la muerte“. Robespierre moriría guillotinado.
De la teoría a la comprensión, de la comprensión a la empatía social
George Lakoff en su libro “No pienses en un elefante” quizás aborda con brillantez la gran división que permanece en la sociedad a la hora de abordar asuntos tan escabrosos como las causas de la gestión social de la violencia. Lakoff, divide en dos grandes tendencias el comportamiento social trasladado a la política, lo que el llama Padre protector y Padre estricto. Dos divisiones que él mismo paraleliza con las corrientes de pensamiento demócratas y conservadoras americanos.
Es un buen ejemplo, pero Lakoff confronta de nuevo modelos sin tener en cuenta el orden mental en que se crean estas polarizaciones. El padre protector, como elemento más progresista, sigue siendo una autoridad que aúna en el orden proteccionista y no en la connivencia con sus progenitores, no percebe a los suyos como sujetos capaces de pensar y sentir sino es por “el conducto correcto“. Y es que en el caso del fenómeno violento, sea de la índole que sea, sus símbolos, sus herramientas, sus creencias como diría Sorel se deben aislar y analizar objetivamente, el resto, es pura especulación.
El orden, los marcos conceptuales en los que vivimos están en la raíz de muchos de nuestros problemas como sociedad y también como individuos. Por ejemplo ¿Cuando un colectivo se queja de manera agresiva frente a la puerta de un ayuntamiento porque cree que así les escucharan, qué sentido tiene hablar de un cierto carácter violento de sus miembros, de tolerancia e incluso de democracia para confrontar la protesta de estos ciudadanos?
Este es un marco conceptual creado con la consolidación de las democracias occidentales, y se entrevé ahí una polarización entre el poder de la democracia versus a la actitud de la violencia creada “por unos malos ciudadanos” que quieren hacer sucumbir la democracia. En este marco mental nada hay más de irreal que el hecho de creer que la realidad vivida en el desarrollo de la vida democrática y la protesta ciudadana son equiparables y parten de las mismas condiciones de igualdad.
Arendt de nuevo agudiza en esta contradicción: “esperar que una gente que no tiene ni la mínima idea de lo que es la res publica se comporte de forma no violenta y argumente de forma racional acerca de cuestiones que afectan a sus intereses particulares, no es ni realista ni razonable“.
Sorel, también denuncia “que cuanto mayor sea la burocratización de la vida pública, mayor será la atracción que ejerza a violencia“.
En los dos ejemplos expuestos al principio, abordábamos la espontaneidad y las dudas que suscitaban los orígenes de estas expresiones violentas, también el caso del terror perpetrado por Robespierre, pero se debe tener en cuenta que la manca de empatía social es una de las mayores causas que suponen ahora y para mucho tiempo el surgimiento incontrolado de episodios violentos.
“Llegan para robar a los españoles, a agredir a los españoles“. Santiago Abascal en referencia a la inmigración.
“No merecería ser violada porque es muy mala, muy fea”. Bolsonaro le dijo esa frase a una diputada de izquierda en 2003, que le acusaba de incentivar las violaciones.
“Esto no es Alepo, ni Bagdad… es Barcelona“. Cita de Albert Rivera en referencia a los incidentes del pasado mes de octubre en Barcelona.
La frase más simple que nos puede venir a la cabeza después de leer estas citas de nuestros políticos actuales es; “que queréis si decís estas cosas“. La comunicación política, sobretodo la creada a partir de la emergencia de Donald Trump, pretende actualmente encasillar todo aquello que se mueva en el lado opuesto al suyo, y con ello conculcar y abusar de los derechos políticos y sociales por un “bien común” que curiosamente lo crean las mismas “autoridades” que verborrean frases como las anteriores. Esto es un marco mental que no puede tener fin y que se basa en abandonar todo tipo de empatía para el conjunto y se dirige sólo a unos cuantos, los suyos.
Sin duda, y aunando más allá del debate entre izquierda y derecha, cabe aquí apelar a superar ciertos estigmas para poder transformar conceptos tan complejos pero tan simplificados actualmente como es el de las causas de la violencia.
La sociedad en su conjunto debe participar de procesos de transformación y de gestión de la violencia en todas sus versiones: verbal, política, de género, racial etc. No podemos dejar de la mano de un sólo colectivo, el político, la resolución de conflictos violentos porque seguiremos fomentando la estigmatización de sus causas. Ahí está la realidad del machismo y muchas veces que no para y que se le debe poner límites físicos si lo que se quiere es eliminar de raíz la cultura del patriarcado.
Walter Benjamin teoriza la violencia en dos modelos, en términos generales: “la violencia mítica funda el derecho, la divina lo destruye”. Hay que pensar bien que queremos hacer con la gestión de las violencias porque de ello depende no sólo profundizar en la salud de la democracia, esta queda lejos, sino en crear marcos conceptuales de igualdad en origen y no al final de un proceso lleno de injusticias.
Y a pesar de todo lo dicho, los orígenes de la violencia seguirán sin poder ser abordados completamente desde la ciencia (etología) o la política, ya que el vínculo colectivo y la empatía social disponen de herramientas aún por abordar, que nos acercan a nuestra naturaleza humana.