Juan Guaidó se encuentra en Colombia, para lo que ha vuelto a quebrantar la prohibición de salir del país, una medida cautelar pedida por la fiscalía general del Estado, y aprobada por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). No le pasó nada la primera vez que lo hizo en febrero de 2019, y tampoco le pasará nada ahora, no porque la justicia de Venezuela no tenga la fuerza democrática de aplicar sus sanciones, sino porque la Revolución Bolivariana no quiere desgastarse cayendo en la provocación de quién es ya irrelevante en la escena política de Venezuela.
Que el golpista de Voluntad Popular (VP, derecha) haya regresado a Colombia responde a la voluntad del gobierno de Estados Unidos (EEUU) de reunirse con él, estando representada la administración de Donald Trump por Mike Pompeo, Secretario de Estado de los Estados Unidos.
En un contexto de lucha antiterrorista que esconde una retórica agresiva contra Venezuela, y que pretende seguir asentado la idea de que el presidente Nicolás Maduro ampara a terroristas en su territorio aunque no existan pruebas que lo demuestren, o al menos, no han sido presentadas públicamente, Mike Pompeo espera seguir dando instrucciones a Juan Guaidó para que continúe con la agenda golpista que protagoniza desde el 23 de enero del año pasado.
Sin embargo, el hecho, tras lo sucedido el reciente cinco de enero en la Asamblea Nacional, revela la debilidad de la oposición venezolana, y el fracaso de la estrategia norteamericana para terminar con el actual gobierno del país caribeño.
Juan Guaidó perdió su apoyo social a causa de no lograr hacer cumplir las promesas efectuadas a su base social, que se ha ido desmovilizando al ver que el político insiste en una estrategia que ha demostrado no dar resultados, las tramas de corrupción de su entorno más cercano y sus vínculos con el narcoparamilitarismo colombiano han ayudado a consolidar su irrelevancia política, profundizada por el éxito del diálogo impulsado por Maduro con la mayoría de la oposición.
La derecha venezolana terminó con la carrera del líder de VP en los primeros días del presente año, cuando le negaron su apoyo para que fuera reelegido como Presidente de la Asamblea Nacional, siendo el neoliberal Luis Parra el elegido por la mayoría de los diputados.
Juan Guaidó ha perdido el apoyo social, también el político y nunca logró el militar. Sin embargo sigue siendo apoyado por Estados Unidos, quién le sigue financiando su agenda antidemocrática mediante instituciones gubernamentales como la USAID, a causa de que él es el único dirigente del campo conservador venezolano que suscribe una estrategia que supone violencia en las calles, medidas coercitivas que imponen escasez de recursos que provocan muertes, y ataques a las infraestructuras, todo ello buscando culpabilizar al gobierno para crear de manera artificial masivas movilizaciones que justifiquen un golpe de estado.
La insistencia en esta estrategia, habiendo demostrado no funcionar, y la apuesta por que sea Juan Guaidó, ya sin apoyos, quién la siga llevando adelante, responde a que Estados Unidos (EEUU), no ha sido capaz de encontrar otro cuadro político que pueda sustituir a Juan Guaidó en la oposición venezolana, y revela sus intenciones de usar la visibilidad de expresidente de la AN fuera de Venezuela para liderar una campaña contra las elecciones, basada en el fraude.
El motivo principal es que una vez se celebren elecciones y la Asamblea Nacional deje de estar en desacato, problablemente con una mayoría calificada chavista, por el estado actual de la oposición, el gobierno de Nicolás Maduro podrá profundizar los cambios iniciados con leyes efectuadas por un poder legislativo reconocido por la Comunidad Internacional, rompiendo el último argumento que puede sostener a Guaidó: el apoyo internacional de unos 50 países, aliados diplomáticos de Estados Unidos.
La derecha está dividida y en pleno proceso de medición de fuerzas, que sucederá en las elecciones legislativas. Se encuentra sin líderes claros una vez que la mayoría de los dirigentes abandonaron el país para sostener el show del exilio político, y los que se quedaron no cuentan con el suficiente respaldo social como para dirigir un regreso a la unidad que no se producirá hasta ver los resultados de las legislativas de final de año, para comprobar el apoyo que tiene cada uno, y así exigir o dar más o menos en el futuro proceso de recomposición.