A miel
Al principio, cuando todo era nada, del sufrimiento de una mujer se hizo el hombre. Este vagó siglos y siglos por el mundo contagiando de culpa todo lo que veía, todo lo que tocaba. No entendía por qué todo a su alrededor se volvía tan miserable, siempre había oído hablar de un lugar repleto de felicidad que sin duda no era la tierra que él pisaba.
Visitó cada rincón del mundo buscando la tranquilidad, nunca encontró nada parecido. Un día, bajo la sombra de un árbol, pensó en acabar con su vida. Se negaba a ser el responsable de tanto mal. Pero no sabía cómo hacerlo.
Arrancó los brazos y las piernas de su cuerpo, pero no ocurría nada más que dolor. Hasta que mientras lloraba y exigía explicaciones al cielo alcanzó a ver como un animal devoraba los críos de otro animal. No pudo dejar de pensar en aquella imagen y en el sufrimiento de los devorados.
Cerró los ojos y mientras meditaba en ello el dolor en él iba desvaneciéndose en conjunto con su respiración, y con el último suspiro se cuestionó si realmente era él el responsable de todo aquello o si aquel sentimiento de culpa era sólo el desahogo de quien ahora narraba su historia.
A partir de ese momento nació el consuelo.