La crisis sanitaria global ocasionada por el coronavirus ha puesto de manifiesto –más allá de la capacidad de reacción de los distintos gobiernos- las contradicciones del sistema capitalista.
¿Dónde están los defensores de la mano invisible del mercado y de la privatización de los servicios públicos? ¿Dónde están los que defienden sin fisuras a los empresarios como los creadores de riqueza?
Durante las últimas semanas hemos asistido a la paradoja de ver a economistas y políticos liberales exigir la intervención estatal en el sistema empresarial español, y aplaudir cada noche una sanidad pública que los suyos desmantelaron.
>>Bofetada de realidad en forma de COVID-19<<
Más allá de la devastadora afectación sanitaria del virus, con miles de muertos que sin duda serán lo peor y la más terrible consecuencia de esta pandemia global, lo que nos deja el coronavirus es la constatación de la incapacidad del neoliberalismo para dar respuestas a crisis sanitarias, económicas o sociales.
Y, cuando todo pase, la sociedad, esa sociedad que aplaude cada noche a las 8, no debe olvidar qué tipo de sistema se vio superado por la crisis y debe canalizar su indignación, su hartazgo, a través de la defensa del valor de lo público y del bien común.
El neoliberalismo, ese sistema incapaz de aportar soluciones, ha reflejado otra realidad: que el coronavirus no afecta a todo el mundo por igual, sino que sus consecuencias tienen un claro sesgo de clase. ¿Servirá esta crisis para favorecer el despertar de la conciencia de clase perdida durante estos años?
Sesgo de clase
Con la llegada del coronavirus, y tras la proclamación del estado de alarma, nos hemos familiarizado con palabras como teletrabajo, confinamiento, talleres y clases online… Quedarse en casa durante semanas provistos de wifi, alimentos y todas las comodidades no parece, a priori, demasiado complicado.
Pero… ¿qué pasa con aquellos que no tienen casa? ¿Todo el mundo puede ir al supermercado y comprar alimentos para no tener que salir de casa durante quince días? ¿Qué trabajadores pueden teletrabajar? En caso necesario, ¿cuántas personas pueden renunciar a su sueldo para quedarse en casa con sus hijos, cuyos colegios hace días que están cerrados?
La clase trabajadora se está enfrentando a olas de ertes, eres o despidos; algunos siguen trabajando bajo amenazas y presiones veladas para no perder su precario puesto de trabajo.
Esta dramática situación en el mercado laboral, unida al desmantelamiento de la sanidad pública durante décadas a manos de los gobiernos conservadores -estatales y autonómicos–, y la incapacidad de unos servicios sociales bajo mínimos hace que la pandemia esté afectando, como siempre, mucho más a la clase trabajadora y a las personas más vulnerables. Un claro sesgo de clase ante una pandemia que es global pero cuyas consecuencias no afectan por igual a todos los individuos.
¿Despertar de conciencia de clase?
Conforme avanzaba la pandemia, el clamor en favor de la sanidad pública y el respeto hacia todos los trabajadores de la administración ha ido en aumento. Muchos ciudadanos se han dado cuenta de la ineficacia de los seguros privados en situaciones de emergencia, y de la importancia de la intervención estatal para garantizar recursos a la población y para paliar, en la medida de lo posible, los despidos de las grandes empresas.
¿Será esta pandemia el despertar de una conciencia de clase perdida? ¿Conseguirá el coronavirus que los ciudadanos valoren, a partir de ahora, el Estado de Bienestar como un bien a conservar, por encima de cualquier otra cosa?
Desde hace mucho tiempo, el capitalismo nos viene ganando la partida. Nos han hecho creer que la conciencia de clase era cosa del pasado, haciendo prevalecer al individuo por encima de la colectividad.
Han anulado cualquier capacidad crítica a base de un nuevo lenguaje eufemístico que ha desvirtuado el verdadero significado de las cosas. Han disfrazado la precariedad en nombre de un falso progreso. Han eliminado nuestra conciencia colectiva como clase trabajadora. Nos han alienado de tal forma en nuestras precarias condiciones de vida que han anulado nuestra capacidad de crítica y de lucha, que bastante tenemos con sobrevivir.
Quizás, solo quizás, esta crisis sea un golpe tan fuerte a nuestro sistema de vida que nos haga despertar. Que nos haga reflexionar sobre quiénes somos y a qué clase pertenecemos; que no nos dejemos engañar más por las bondades de lo privado y que defendamos con valentía el sector público y la importancia de la colectividad.
Quizás, solo quizás, este tiempo de confinamiento sirva para recapacitar sobre una alternativa a un sistema capitalista ineficaz, insolidario e incapaz. Y vislumbrar el nacimiento de una sociedad alternativa, solidaria y cooperativa, con el valor de lo público por bandera.
Quizás, solo quizás, salgamos reforzados de esta crisis como clase trabajadora; que esta desoladora situación nos lleve a reflexionar sobre el capitalismo hostil, excesivo e inhumano y nos haga renacer como colectivo para un nuevo despertar.
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