Es muy difícil hacer un perfil de la carrera política de un hombre tan polifacético como Manuel Azaña: periodista, ensayista, intelectual, político, y menos en un simple artículo. Por eso es mejor centrarse en su papel durante la Segunda República que hacer una dilatada biografía. Sí se puede señalar que destacó por su labor en torno a las reformas que implementó durante su carrera.
Su figura personifica, entre otras cosas, la experiencia democrática más importante de la historia de España. Fue el promotor de las grandes reformas de la primera etapa republicana, que pretendían modernizar el país, eliminando los privilegios de determinados sectores políticos y sociales. Fue un impulsor de la construcción de una sociedad más igualitaria y conciliadora.
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De familia liberal acomodada, con una educación religiosa, estos factores formarían parte de su pensamiento republicano, izquierdista y anticlerical. Durante su carrera política, abogó siempre por mayores libertades económicas y derechos para los trabajadores, además de proyectos innovadores para reformar la política y la sociedad española.
Fue reformista durante la Restauración, convertido al republicanismo durante la dictadura de Primo de Rivera, y defensor de la colaboración entre republicanos y socialistas. Era un liberal de izquierda, más moderado que los socialistas de Juan Negrín, Indalecio Prieto o Largo Caballero, y eso le sirvió para ser una figura respetada por todos.
Tras las elecciones generales de 1931 fue elegido presidente del gobierno e iniciará su programa de reformas en el ámbito educativo, económico, militar, religioso, social y estructural. De especial importancia serían la reforma agraria, la reforma del estatuto militar, el estatuto de autonomía de Cataluña y la laicización del Estado.
Debido al controvertido carácter de sus reformas y los sucesivos intentos de intervención militar (Sanjurjada y Casas Viejas), Azaña dimitió de su cargo en septiembre de 1933. Tras esos hechos, Azaña y los partidos republicanos minimizaron su relevancia y capacidad para aglutinar a amplios sectores de la sociedad española sobre la base de un concepto idealista de la República, en el que el pueblo ya no pertenecía a nadie en particular.
[La República] cobijará sin duda a todos los españoles; a todos los españoles; a todos les ofrecerá justicia y libertad; pero no será una monarquía sin rey: tendrá que ser una República republicana, pensada por los republicanos, gobernada y dirigida según la voluntad de los republicanos. Manuel Azaña.
Volverá a la vida política en 1934, con la refundación de Izquierda Republicana, que formará parte del Frente Popular en las elecciones de 1936 que devolverían a Azaña a la presidencia del gobierno, para ser, posteriormente, investido como presidente de la República, sustituyendo a Niceto Alcalá-Zamora.
La Segunda República, con Azaña al frente, fue el intento más serio y profundo para abordar la resolución de diversos problemas, para modernizar España y acercarnos a las democracias occidentales de nuestro alrededor.
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Fue una época en que se buscó cambiar la sociedad, para mejorar la vida de numerosos sectores; separar el ámbito civil y religioso y eliminar cualquier influencia católica en la vida cultural del país (la religión debía quedar en el ámbito privado); eliminar el intervencionismo militar en la vida política, etc.
Este cambio radical de la sociedad española suponía atacar los privilegios de determinados sectores. Por eso, la República siempre se vio acosada por el ejército, los terratenientes, la iglesia, la aristocracia, etc.
Seamos hombres decididos a conquistar el rango de ciudadanos o a perecer en el empeño. Y un día os alzaréis a este grito que suma mi pensamiento: ¡Abajo los tiranos! Manuel Azaña.
Supuso un choque ideológico con los sectores más reaccionarios. Esas mentalidades tradicionales eran defendidas por la oligarquía terrateniente, los monárquicos, la iglesia católica y una parte importante del ejército, una ideología que se oponía a cualquier tipo de reforma que afectase a sus privilegios. Por eso, la República generó unas inmensas expectativas entre los sectores sociales más desfavorecidos.
Durante la Guerra Civil, su papel quedará notablemente reducido, por las presiones de las milicias anarquistas y las tensiones partidistas que fueron la lacra de la República.
Desde el comienzo del conflicto manifestó su pesimismo con el posible resultado de la guerra, y a partir de 1938 estuvo convencido de que la única salida sería acabar con el conflicto y llegar a alguna forma de reconciliación. Poco antes del final de la guerra comprendió que esa reconciliación sería imposible.
En febrero de 1939 Azaña, su familia y colaboradores, junto a la gran marea de personas que huían de la caída de la República, pasaron la frontera hacia el exilio de Francia. Azaña, siguiendo la promesa que había hecho anteriormente, dimitió pocos días después de que Francia y Gran Bretaña reconociesen el gobierno del dictador Franco.
Durante su exilio, aislado de la vida política, decidió centrarse en su labor intelectual. En julio de 1940, su familia y allegados fueron detenidos por la Gestapo, con ayuda de miembros de la Falange, mientras el gobierno del mariscal Petain presionaba para detener a Azaña. Fue gracias al embajador mexicano Luís I. Rodríguez y al obispo de Montauban, Pierre-Marie Théas, que Azaña no fue detenido.
Azaña murió el 3 de noviembre de 1940, en Montauban, tras una larga enfermedad. Fue enterrado en esa localidad francesa, en una tumba sencilla y discreta. Por orden de las autoridades francesas, se prohibió que fuese enterrado con la bandera republicana, y sólo se permitió que cubriese el féretro la rojigualda.
Ante la negativa, el embajador mexicano decidió que fuese enterrado cubierto por la bandera de su país, declarando: “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México- Para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza, y para ustedes, una dolorosa lección”.
Tras la guerra, el régimen del dictador genocida buscó en la figura de Azaña a uno de los culpables del conflicto. Para ello, generó una imagen del político republicano como una persona intolerante, soberbia, resentida y sectaria.
Así buscaban explicar las causas de la guerra, centrándolas en una serie de personas, y convirtieron a Azaña en el enemigo de la “verdadera” España. Fue por eso que su figura quedó en el olvido en nuestro país, y no fue hasta mucho después del final del régimen franquista que comenzó a ser redescubierto, estudiado y valorado en su justa medida.
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Azaña fue, sin ninguna duda, una de las personalidades que marcaron el siglo XX en España. Un intelectual involucrado en las principales polémicas sociales y políticas de su época. Su programa sigue vigente incluso en la actualidad.
Por eso, continúa siendo objeto de constantes debates. Como gobernante, cometió errores, pero éstos nunca fueron producidos por una traición a sus principios democráticos. Supo defender con firmeza la legitimidad democrática, negándose al radicalismo de los que se creen en posesión de la verdad absoluta.
Reconocimiento actual
Actualmente, Azaña es considerado como uno de los políticos más influyentes de la historia de España, y es uno de los símbolos más importantes del republicanismo español. Pero el reconocimiento institucional a su figura tardó, como siempre en este país.
En noviembre de 2011, el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, presidió un acto de colocación de un busto de Azaña en el vestíbulo del edificio de las Cortes. Sin embargo, el gobierno del PP, con el apoyo de CiU y del PSOE, con Jesús Posadas como presidente del Congreso, decidió trasladar el busto, en 2012, a un ámbito sin carácter institucional ni simbólico, a pesar de las protestas de los grupos de izquierda.
Tras la polémica, finalmente, el busto fue colocado junto al del expresidente republicano Niceto Alcalá-Zamora. En febrero de 2019, el presidente Pedro Sánchez visitó la tumba de Azaña, en Montauban, para homenajear al político republicano.
No me importa que un político no sepa hablar, lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla. Manuel Azaña.
Numerosos políticos de todo el espectro político ideológico, incluyendo a la derecha más rancia, han intentado apropiarse de sus palabras y de su pensamiento (en muchas ocasiones completamente distorsionado), para apoyar sus ideas.
Si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar. Manuel Azaña.
Ese ha sido el caso del PP, VOX y Ciudadanos, que hacen alardes de sus sentencias y citas, descontextualizándolas, para dar apariencia de intelectualidad a sus exabruptos ideológicos.
Incluso el expresidente Aznar, en su momento, resaltó la nobleza y altura de miras de Azaña, y se declaró un admirador de su obra. Esto no ha sido más que una operación de maquillaje político, que no superaba la veracidad de lo que la derecha española ha pensado siempre del político republicano.
Se trata de aprovechar el pensamiento modernizador, su ponderado patriotismo o su laicismo, aspectos con los que la derecha española intenta que se le identifique, sin asumir la complejidad de una figura como Azaña y su pensamiento.