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Simetría [Prosa poética]

Cuando pienso en la simetría del universo me doy cuenta que hay cosas que están muy bien concebidas, como si se hubiesen tejido con un hilo divino. Objetos que parecieran inertes, pero que desbordan energía. Esa energía con la que la lluvia canta sus conciertos nocturnos. Esa fuerza con la que se derriban los temores humanos que a veces nos hacen tan vulnerables.

No hago más que recorrer con cada poro los átomos de aquello que toco. Como si de tocar dependiera mi existencia. Acaricio una canción, abrazo siluetas que cual sombras fungen de compañía. Toco la cintura de una guitarra que sin cuerdas se niega al mutismo. Me ovillo a un árbol para recargarme de esas ganas de no perecer.

Las manos se hicieron para derrochar el tacto. Las caricias también tienen la armonía de una sinfonía. Apaciguan ese desborde de energías que se acumulan con el vaivén de los oficios cotidianos. Alivian aquellos dolores que se anclan como espadas que gritan por ser desenterradas. Manos que trabajan, manos que relajan. Las dos caras de aquello que lo tocan todo.

Veo la simetría de un hoyo negro en las pupilas de un niño. No hay otro mejor espejo que los ojos del otro. Ventanas esféricas que pueden tantear sin tocar. Presumo que puedo agarrarme en sus reflejos. Puedo elegir si acurrucarme de paz en una mirada o envolverme en ese iris negro de ciertas personas en las que se trasmite lo oscuro con que muchas veces vemos la vida.

Admiro la armonía en el sonrojo de un atardecer. En las mariposas que hilaron el amor en las entrañas de un estómago. En la piel que se eriza con la piel del otro. Amo la simetría en la sensación del contacto celestial de los pies con la arena. En el mar y sus burbujas. En el corazón que se sincroniza con los latidos de la naturaleza. Admiro la armonía del agua que salva la garganta de un náufrago. Todo tiene su simetría.

No obstante, hay algo más detrás de la arquitectura humana. Vamos encontrando grietas donde la simetría no alcanza. Somos como aquella vasija que se ve a sí mismo como falente. Certeza de quien se percibe herida. Conmovida por los huecos que se van construyendo paulatinamente con los años y los daños. Vamos cavando un inhóspito microcosmo con cada inventario de grietas. Colección de recuerdos, vacíos, fotos, fracasos, frustraciones, rencores y personas que no se van aunque ya no estén.

Nos olvidamos de la simetría que se encuentra en cada hendidura. Dejamos a un lado la completud de esta incompletud perfecta. Nos horroriza lo desarmónico. No, no, que no nos toque lo inerte. Deseamos que vengan, que vengan otras simetrías a borrar del todo lo intolerable. Entonces peleo, doy la batalla, me resisto, no me resigno, sigo y sigo. Me quedo con la simetría de las grietas, y con las grietas de la simetría.