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Comunidad de Madrid (I): una población en manos de Nerón

La situación en la Comunidad de Madrid es caótica, las instituciones han abandonado a los barrios obreros de la periferia. Han sido estigmatizados por la presidenta Ayuso desde el estrado mismo de la Asamblea de Madrid, diciendo que la mayor incidencia en estos distritos se debe a la forma de vida de los que habitamos en ellos. Recuerdo también que hizo lo propio con las costumbres de los migrantes que viven en esas zonas.

Ayuso y Aguado han huido hacia adelante con evidentes tintes electorales de desgaste al gobierno porque no se está tomando ninguna medida para el control de la enfermedad, es más, se continúan con las fórmulas antiguas, pero con la estigmatización del obrero que puede ir a trabajar al barrio de Salamanca para después volver a su casa en Carabanchel en un transporte público donde no se guardan las distancias de seguridad.

Como “gran medida” para evitar la propagación, se inauguraron en cincuenta estaciones unos pequeños dispensadores de gel desinfectante por parte de Ignacio Aguado y el ilustre tránsfuga Ángel Garrido.

El esperpento llega a cotas inimaginables cuando la situación comienza a tomar tintes trágicos en la comunidad viendo cómo crecen los contagios, cómo se llenan las camas de los hospitales. Llega la reunión entre Ayuso y Sánchez  en la que se llega al acuerdo de hacer una mesa de diálogo, solo eso.

Durante el diálogo nuestra insigne presidenta nos dejó perlas como “Madrid es España dentro de España” y que Madrid tiene que tener un trato especial respecto al resto de autonomías, curiosa afirmación cuando días después pidió que, para que en Madrid se confinase a partir de 500 casos de incidencia acumulada, que se aplique eso a todo el territorio nacional.

Para mí la mejor fue relacionar la pandemia con el nuevo mantra de la derecha, la ocupación en un salto mortal de la dialéctica que ninguno vimos venir, un “sujétame el cubata” de libro. Todo ello en un marco incomparable donde los presidentes daban una rueda de prensa frente a más de 20 banderas nacionales y de la comunidad de Madrid.

Para continuar el sainete institucional, y digo continuar ya que estoy seguro que a fecha de hoy este circo de tres pistas no terminó su función, el responsable del grupo COVID, el conocido coloquialmente como el “Fernando Simón” de Madrid, dura 48 horas en el cargo después de que la rueda de prensa del viceconsejero saliese a dar las nuevas zonas de restricción en la CAM.

Paralelamente el ministro Salvador Illa contraprograma otra rueda de prensa instando a la Comunidad de Madrid a tomar otro tipo de medidas más contundentes, lo que fue tachado de un acto de deslealtad institucional para con la comunidad de Madrid.

Todo ello para que días después sobrevuele por Madrid la sombra de la intervención sanitaria y el gobierno central esté buscando fórmulas para llevarla a cabo con los elementos jurídicos de los que dispone el gobierno para preservar la salud de la población, debido a la negativa de endurecer las medidas.

En este contexto se realiza otra reunión del consejero de sanidad de la comunidad de Madrid y el ministro Illa, en la que desde el ministerio vuelven a conminar a la presidenta a que tome otras medidas, mientras ella presume de datos en los que dice que hay menos ingresos en el sistema sanitario madrileño.

Mientras tanto, en los últimos días hay más de 100 fallecidos y se ralentizan los ingresos debido a la saturación del sistema, sencillamente si un sitio está lleno no puede entrar más gente. Finalmente parece que Ayuso se sale con las suya, y el gobierno llega a un principio de acuerdo plegándose a las exigencias de implementar las medidas a otras localidades.

En el plano social vemos inequívocamente que las medidas que se toman son un maquillaje que en ningún caso beneficiaran a la salud de los madrileños. ¿De qué sirve que obreros se queden en sus casas y cierren los parques, pero puedan cruzarse la ciudad entera para ir a trabajar en vagones de metro atestados?

La consejería de transportes capitaneada por Ángel Garrido no es capaz de aumentar las frecuencias de los trenes ni su número, para que luego Aguado diga que no hay ningún contagio en el transporte público de Madrid, cuestión de harto dudosa veracidad debido a la falta de rastreadores de la que adolece la Comunidad de Madrid.

Con estos mimbres es lógico que los barrios que ven cómo se limita su libertad de movimiento que para salir de su barrio tienen que llevar un documento para poder ir a trabajar cada día y no parar la sacrosanta economía.

Los criterios dados de una incidencia acumulada, por ejemplo, en la ciudad de Madrid de más de 1000 casos por 100.000 habitantes, y zonas del centro de Madrid como Lavapiés con una incidencia más alta, no tenían ninguna restricción.

A la semana siguiente volvía a librarse de las restricciones mientras se ampliaba la lista de distritos a confinar, siguiendo la tónica de ser barrios obreros. Por otra parte, en algunos municipios como en Fuenlabrada los barrios confinados tienen una tasa de contagio menor que algunas zonas del centro de la ciudad de Madrid donde se libran de las restricciones.

Ante esta situación la gente salió a reclamar sus derechos, mal visto por parte de los mismos políticos que durante el estado de alarma veían con buenos ojos las protestas en el Barrio de Salamanca, e incluso las usaban como amenaza hacia el gobierno central diciendo que “cuando la gente pueda salir, lo de Núñez de Balboa le va a parecer una broma”.

En este caso tachaban de imprudentes las manifestaciones, y reprochaban que partidos como el PSM apoyase las convocatorias en un principio, para después desvincularse de las mismas para calmar los ánimos de cara a la colaboración con la Comunidad de Madrid, un ejemplo de coherencia.

Pero el punto álgido de la diferencia de trato entre clases llegó con las cargas policiales en las manifestaciones de Vallecas, saltándose protocolos de actuación, dejando varios heridos, todos ellos menores.

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