Hace unos días escribía sobre los fangos en los que se movía la política española y lo cómodo que se sienten algunos de nuestros políticos en ese lodo. Y ahora, tras la moción de censura presentada por VOX y su líder Santiago Abascal, se demuestra, una vez más, que en ese lodo hay algunos que se sienten muy a gusto.
La moción de censura de VOX
Hay una impresionante unanimidad en referencia a la moción de censura presentada por VOX: no es otra cosa que una forma de propaganda fascista. No sirve para nada, sólo como un medio para utilizar la tribuna del Congreso de forma partidista, para hacer la más baja política.
Este ha sido otro episodio de la disputa por la hegemonía por el espacio de la derecha. En esta disputa, el bienestar de la ciudadanía es completamente secundario. Vamos a hacer un repaso de las actuaciones los principales actores durante la moción.
Los peorcitos
Todos los representantes de VOX durante la moción, Abascal, Iván Espinosa de los Monteros, Ignacio Garriga, etc., hicieron un enorme derroche de verborrea, tal como les permite una democracia que ellos no respetan. Sus intervenciones estuvieron cargadas, desde el principio, de reivindicaciones de odio y violencia, que ha sido la marca registrada de esa formación, desde su nacimiento.
Como siempre, todos los representantes de VOX presentaron un “proyecto” de país basado en el odio, en el rechazo del diferente, de forma que fueron muchos los que destacaron que, en realidad, no aspiran a ser un gobierno de la mayoría de la ciudadanía, sino sólo de “los suyos”.
Comenzó Abascal presentando a su partido, como siempre, como el adalid de las “víctimas”, recordando a las víctimas de ETA, una estrategia en la que la derecha y la extrema derecha ha buscado siempre la emotividad que les ha servido para hacer el uso más populista del dolor humano. Como otras veces, las víctimas de ETA se indignaron con el discurso de Abascal.
Después de eso, vino el desvarío. En lugar de plantear la situación del país, de la sociedad y la economía, Abascal se ha planteado una moción de censura para representarse a sí mismo en el escenario político.
Dependiendo de las circunstancias, cambian el objetivo de sus ataques: de Euskadi a Catalunya, del inmigrante al homosexual, al “diferente”, porque se mueven mejor en el escenario de la confrontación y la crispación.
Abascal propuso ilegalizar a buena parte del Parlamento, defendió la dictadura e hizo un discurso xenófobo, machista, chulesco y lleno de mentiras. Su discurso estuvo plagado de los tópicos de siempre: España, bandera, golpistas, ETA, machismo, feminazis, bolivarianos, traidores, etc. Pero no se ha oído hablar de sanidad, educación o servicios sociales.
El discurso de VOX se ha basado en culpar a todos de todo lo que va mal, pero no ha expuesto ni una sola propuesta efectiva y real. De nada: ni para combatir la pandemia, ni para luchar para salvar a la ciudadanía. Para nada.
Las mentiras de VOX llegaron a rozar el ridículo: ataques a China (“la mayor amenaza para el mundo libre”); los datos económicos del gobierno están falseados; acusaciones falsas contra el gobierno (Pablo Iglesias es el responsable del desastre de los geriátricos); la ONU fomenta abortos forzosos.
ETA no ha sido derrotada aún, etc. Es decir, que Abascal apunta a todo el mundo con un discurso de negacionismo ecológico, nostálgico del franquismo, antieuropeísta (una novedad en el repertorio de Abacal), conspiranóico, machista y misógino. En definitiva, todo un sinsentido chulesco, sin ideas propias.
Abascal ha planteado un debate bronco, en el que no ha planteado propuestas, pero sí muchas descalificaciones, mentiras y, en el mejor de los casos, medias verdades. Su discurso se basó en los planteamientos ideológicos, que buscaban el enfrentamiento abierto en una “batalla cultural” contra la izquierda.
Una “batalla cultural” en la que VOX es la “víctima” de todo el mundo, de una persecución impulsada y alentada desde la “mafia” del “gobierno socialcomunista”. Algo que se le olvida, es que a ese gobierno lo votó la ciudadanía española.
VOX se ha centrado en un discurso enloquecido y fanático, fomentando el miedo que patrimonializan. Pero es un discurso que ha calado en muchos estratos sociales. En la tribuna, a Abascal se le vio, en ocasiones, dubitativo y balbuceante, incómodo, a pesar de ser el protagonista de la moción y, como señaló Sánchez, la moción se le hizo más larga a Abascal que a Sánchez.
Pero en ese fango no estuvieron sólo los representantes de VOX
Inés Arrimadas (Ciudadanos) atacó fieramente a VOX, como si su partido no estuviese gobernando con el PP y el beneplácito de la extrema derecha en Murcia, Andalucía y Madrid. En estos momentos, Arrimadas se disputa encarnizadamente el voto del centro-derecha, y su discurso se ha centrado en ese electorado, con algunos guiños al votante de VOX.
Aunque ha reconocido que tenían muchas en común con el discurso de VOX, declaró que “mi España es mucho más moderna, más libre y más unida de lo que usted ha presentado aquí”. También Pablo Casado (PP) atacó a VOX, a pesar de que continúan gobernando en autonomías y municipios, sin que eso haga peligrar esos acuerdos de gobierno (hasta ahora, al menos).
Sin embargo, el discurso de Casado huele más a postureo de semblanza democrática centrista, para intentar evitar el sorpasso que VOX le puede hacer por la (ultra-) derecha. La pregunta sobre el líder del PP es si la moderación de su discurso perdurará más allá de la moción de censura, o se limitará a ese teatrillo.
¿Romperá con VOX allí donde ahora están gobernando? Mucho nos tememos que no. Que no nos engañe el discursito: si lo necesita, Casado volverá a pactar con VOX, y Abascal volverá a pactar con el PP.
Casado declaró ante VOX que “hasta aquí hemos llegado”. Pero que no nos engañen: a la hora de la verdad son lo mismo. Ahora mismo, si no cambia algo pronto, Casado no es creíble, porque se han dedicado a pactar, cuando ha sido necesario, con la extrema derecha. Ahora falta esperar a ver cuánto tiempo tardarán sus palabras en entrar en conflicto con sus hechos.
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