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Au revoir Monsieur Chandon

Ahora que usted decide marcharse, creo que ha llegado la hora de decirle cuatro frescas Monsieur Manuel Valls.

Como prefacio a mi último adiós, quisiera confesarle una cosa: usted siempre me ha sabido a Moët Chandon. Sí, lee usted bien, Moët Chandon.

Verá Monsieur Valls, esta famosa marca de champagne francés no hace tantos años que llegó aquí, a su hasta ahora tierra prometida catalana.

Bien, como le iba diciendo al Monsieur, Moët Chandon irrumpió en nuestras provincianas vidas, imponiendo orden y civilidad a los catalanes y a los cuatro “arreplegats” que elaboran cava en Cataluña. ¡Eso sí! A veinte euritos la botella puesto que es champán francés de primera calidad, es de lo que se trataba.

Y pasaron los años y se fue descubriendo que en el pastel no había guinda: je veux dire qu’il n’y avait pas rien de vraie.

Resulta que estos pobres ciudadanos paganos que nos abrazamos al cava y a la independencia como un borracho que no le llega para pagarse la última cerveza, descubrimos que Moët Chandon era una estafa.

Este caldo que vimos llegar como el nuevo Mesías líquido era tan sólo un espejismo, es más, era un bicho raro en su propia casa. Ni los franceses lo querían pues en Francia resulta que esta marca era poco más que un vinito de ir por casa.

Y, llegados a este punto, fue donde tomé conciencia de mi inconciencia: Monsieur Valls nos la estaba pegando a base de vender vino espumoso del malo a precio de grand cuvée.

Tanta verborrea antinacionalista catalana de un nacionalista a ultranza, francés, español y lo que haga falta a cambio de una buena “paguita”, no podía ser gratis ni inequívocamente racional.

Entonces, yo y todos los ciudadanos de este trozo de mundo llamado Cataluña, nos dimos cuenta que hacer el payaso a dosis dignas de un éxtasis de fanfarronería o de protagonizar postureos de cara a la galería para llamar la atención, -eso suele ocurrir en gente como usted que nada tiene que aportar a la humanidad más que farsa- no era en vano. Ni tampoco era real.

Y dosis de un odio gratuito ¡Uy qué odio! Odio contra todo lo que huela a independentista que insuflaba el Monsieur para satisfacer las hienas que viven en la upper Diagonal (antes llamada Pedralbes o Barcelona “ricachona“).

Qué insignificante es usted creyéndose haber parado al mal del siglo XXI, el nacionalismo visto desde su siempre retorcida mente. Lo dice usted que gobernó como pudo en Francia a base de insuflar odio (a los gitanos) e irradiar “banderillismo nacionalista gauloise” a base de bien, pues nadie le hacía “ni puto caso”.

Y qué jugada maestra la de investir a Ada Colau como alcaldesa diez segundos antes de echar la papilla solo pensando en esa “advenediza de los juegos de rol de la izquierda de boquita y pancartita”. Para su tranquilidad, no se notó para nada su carroñería mercenaria, no, puede estar usted muy tranquilo mon Monsieur.

Ah, para ir acabando, quería decirle que se ha dejado en su habitación su tarjeta de entrada al Ayuntamiento. Pero no se preocupe, ya llamé a la Mairie de Barcelone y me dijeron que su tarjeta de entrada estaba anulada desde hacía meses, pues usted no había aparecido por ahí para dar sus credenciales.

¿O sea que tampoco es que trabajara mucho como edil? Bien, si quiere que le sea honesta, eso lo suponían hasta los monos del zoo de Barcelona.

Ya, por último, quisiera despedirme del Monsieur confensándole mi miedo hacia usted. Sí, miedo.

Llegó a tal frenesí lo de su postureo en su erasmus en nuestra ciudad, que llegué a soñar que usted era un subproducto creado por una marca de estas globales, tipo, no sé, McDonald’s, Channel, Adidas, Axe… Que en poco tiempo se irían reproduciendo copias iguales a usted por todo el mundo, y de golpe nos gobernarían como lo hizo Napoleón en sus tiempos mozos, pero con una diferencia, sus fotos en Twitter son infinitamente más bellas que los retratos del emperador.

Y es que el Monsieur siempre era previsible, y se notaba mucho que cuidaba su imagen porque representaba un figurín propagandístico de alguno de esos ricachones que le llenaban su bolsillo 20.000 veces al mes.

Nada Monsieur Valls, me despido para siempre de usted, espero que nos venga a ver. Pero, hágame un favor, venga a ver a su familia o venga a comer en las Ramblas una buena paella con ese color amarillo sospechoso de llevar tintura más que azafrán, y déjenos a los pobres catalanes, malévolos, independentistas y provincianos gestionar nuestro caos, pues es nuestro caos y no el caos de su maldita y conspiradora mente.

Au revoir, se despide su sirvienta de día y acreedora de noche, Madame Puig.

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