El lado oscuro de la industria del Kpop
Es inevitable que no se hable cada vez más de los casos que rodean la industria del Kpop, creación surcoreana, que ha sido rechazada por el feminismo por su notable influencia del patriarcado, el elitismo y el clasismo.
Más que un simple actor en la economía asiática, la industria del Kpop ha ganado calado como una idea, un estilo de vida, una corporación con gran poder político.
Aunque no se hable de manera tan detallada como debería, el feminismo expone la verdadera forma y todos los males de este nuevo enemigo para las sociedades.
No solo por su implicación en temas oscuros, casos graves y actos horribles como la explotación, el trato inhumano, el machismo, acoso y así sucesivamente.
Lo cierto es que cada vez salen más historias de las bandas que son creadas por estas empresas y relatan las condiciones en las que trabajan.
Pasado y presente oscuro
Originalmente este negocio fue pensado como lo que es actualmente, un producto cultural de exportación para el Gobierno de Corea del Sur, que tuviera éxito en todo el mundo.
Sin importar las barreras del idioma y las costumbres, que realmente se irían reduciendo con la internacionalización.
Lo que ha logrado que la industria musical de ese país pasara de ocupar el puesto 29 en el mundo durante 2005, a ser la número seis en 2018.
A partir de allí, tres agencias de manejo y producción de artistas (SM Entertainment, JYP Entertainment y YG Entertainment) crearon una fórmula “infalible“.
Ahora se les recluta a los cantantes, se les entrena y se ensamblan, como si fuera un proceso de manufactura sistemático.
Pero no solo eso, sino es el maltrato y la excesiva presión que reciben como si fueran unas mulas de carga, lo cual se ha demostrado en las horas que laboran.
Imponen estándares de belleza
Respecto a la apariencia, siempre intentan hacerlos ver como si fueran “perfectos“, y acentúan una visión idealizada de ellos que es inquietante por su plasticidad.
De ahí que no resulta sorprendente que a lo largo de los años aparecieran casos de suicidios, denuncias por contratos de semiesclavitud y acoso sexual.
A su vez, dicha imagen se utiliza para “cubrir” los delitos y acusaciones, como es el ejemplo de algunos cantantes implicados en sobornos a empresarios por medio de servicios de prostitutas.
En tercer lugar, está otro de los problemas más resaltantes de la industria y es el control que ejercen en la vida privada de los artistas, reclutados cuando son menores de edad.
Se sabe que en el momento en que son elegidos, los aspirantes firman contratos de 7 años máximo de duración y son separados de sus padres para ingresar en la academia.
Formar parte de ella implica un extenso plan de entrenamiento, clases de canto, baile e idiomas, restricciones a la hora de vestir, hablar o comportarse, cirugías plásticas y les prohíben tener relaciones sentimentales.
Según el portal Associated Press, “algunas chicas han sido condenadas al ostracismo por no sonreír en un programa de televisión o por leer un libro sobre feminismo que contradice a la sociedad patriarcal surcoreana“.
Entre ellas, la actriz Sulli, quien se pronunciaba abiertamente sobre los derechos de la mujer aún a riesgo de recibir el acoso mediático, lo que la llevaría a quitarse la vida en el 2019.
Por otro lado, se comenta que en la sociedad patriarcal y elitista de Corea del Sur se da mucho la cosificación de la mujer, porque es “propiedad del padre o de su marido“.
Esta es una de las principales razones por las cuales el feminismo, y los movimientos colectivistas afines muestran cierto rechazo hacia la industria.
Hasta cierto punto, agrupaciones como BlackPink, Twice, Red Velvet y otras muestran un supuesto “empoderamiento“, también “autonomía“.
Pero no luce muy auténtico, veraz y convincente, considerando que también provienen de un mismo molde.
En países como Estados Unidos, Canadá y los pertenecientes a América Latina no cuentan con estos tipos de grupos porque hay más variedad, creatividad y espontaneidad.
Además, se da la libertad de conformar bandas más reales y rompen con las imposiciones de la sociedad patriarcal.
Ni que tengan un rotundo éxito, los artistas no obtienen la remuneración adecuada
Uno de los aspectos más reprochables a la industria, y otra de las muchas razones por las cuales no se populariza tanto en América Latina, es que perpetúa el capitalismo.
Aún cuando la música de un artista adquiere suficiente popularidad como para generar ingresos, su situación financiera no se ve favorecida conforme a su ritmo de trabajo.
Cuando la música se distribuye a través de páginas de streaming, a los artistas acaba tocándoles muy poco, porque la parte más gruesa le toca a los gigantes de las empresas.
El Ministerio de Cultura, Deportes y Turismo del país informó que un consumidor paga 1,2 centavos de dólar por escuchar una canción en un sitio.
Sin embargo, la Bareun Music Cooperative muestra que muchos sitios ofrecen un servicio de para obtener una transmisión ilimitada.
Esto, por supuesto, trae como consecuencia la reducción del precio que paga el usuario a la mitad.
De esta cantidad, los compositores y escritores reciben el 10%. Mientras que los cantantes e instrumentistas obtienen un 6%.
El 40% va a la compañía que distribuye la música en su sitio web y el 44% a la que produce la música.