The news is by your side.

De algunos males: la culpa católica

La culpa es un sentimiento constante en la vida de muchas personas, más por costumbre que por practicar una religión.

El título de este artículo les resultará muy curioso. Sin embargo, creo que el concepto es bastante interesante y no se habla de ello lo suficiente. También está el hecho de que encontramos este rasgo en una cantidad considerable de personas y algunas ni siquiera son practicantes de una religión, ya que son ateas o agnósticas. Allí introducimos lo que es —redoble de tambores—: la culpa católica.

Me pareció necesario colocarlo en la mesa de discusión porque es un patrón que percibo en muchas personas, en algunos familiares, conocidos y otros con los que de pronto solo coincido brevemente. Aunque no soy psicóloga, ni aspiro a estudiar esa carrera, a veces es muy evidente.

En mi caso, fui criada la mayor parte de mi infancia por mi abuela —que es una ferviente católica practicante—, asistí a un colegio de monjas en la primaria, hice la comunión y la confirmación, iba a misa, y hacía todo lo que debía para ser una “buena católica”. Y más que buscar la salvación o una de esas premisas que te revela la Biblia, se trataba más de culpabilidad que otra cosa.

Quizás porque los ejes temáticos, en tiempo de catequesis y grupo juvenil de la iglesia, se limitaban a hablar del pecado, el castigo y la muerte por ser inmerecedores del perdón. Por otro lado, entiendo que cada sacerdote tenga su manera de explicar y hablar sobre las escrituras, pero aquí les hablo desde mi experiencia.

Y las personas que conocí allí tenían la misma tónica discursiva, actitudes similares, llegando a ser un poco masoquistas en diferentes ámbitos de su vida: “debo sacrificarme por este motivo (una persona o una cosa)”, o aquellos que buscaban parejas muy disfuncionales porque según ellos “podrían cambiarlo, y amarlo dejaría de doler”.

El sentido de culpa

En mi investigación sobre el tema, pude encontrar la referencia a un escritor danés llamado Henrik Stangerup, que presentó una novela interesante titulada “El hombre que quería ser culpable“, basada en la reflexión sobre este sentido.

En la historia, nos encontramos con su protagonista, Torben, quien cometió un crimen y pretende en vano que los responsables de la justicia de la sociedad en que vive lo reconozcan, declarándolo como culpable.

Sin embargo, le dicen que su acto no ha sido un asesinato, sino un lamentable accidente provocado por las circunstancias, y le aseguran que ha venido forzado. A pesar de ello, sabe que mató a su mujer en un arrebato de ira y ebriedad, así que tiene la convicción de que debe pagar por su delito.

Así avanza la novela, con Torben enloqueciendo poco a poco debido a la culpa que lo envuelve, mientras que intenta —sin éxito, cabe destacar— probar que la muerte de su esposa es su responsabilidad y debe ser castigado.

Pero, ¿a dónde quiero llegar? El sentimiento de culpa que puede experimentar una persona es como un aviso, el cual se asemeja al dolor físico, porque nos da como una señal de que algo no está bien. Es natural que seamos capaces de sentir culpabilidad por lo que hemos hecho mal, si hemos obrado de manera errónea.

Obviamente, no podemos permitir que nuestra memoria e imaginación lo revivan de forma constante. Así pues, es preciso reconocer en qué fallamos y utilizar la voluntad para continuar por el camino indicado, teniendo en cuenta la experiencia anteriormente vivida.

La conocida culpa católica

Este es el exceso de culpa informado que sienten los católicos y los católicos no practicantes. Suele definirse como el remordimiento por haber cometido alguna ofensa o mal, real o imaginario, y por consiguiente, se relaciona fuertemente con la “vergüenza”.

Solo que se distingue de ella, ya que en la primera implica la conciencia de causar daño a otro, mientras que la segunda surge de la conciencia de algo deshonroso, impropio o tonto hecho por uno mismo. Una persona puede sentirse culpable por haber lastimado a alguien, y también avergonzado de sí mismo por haberlo hecho.

A su vez, esta culpa también suele aparecer a raíz de heridas profundas que se remontan a la infancia o a algún episodio importante en la vida de un individuo. Esta circunstancia les puede haber llevado a ver con dificultad la posibilidad de amarse a sí mismo, perdonarse, permitirse ser feliz, e incluso para vivir.