Gota a gota, la ideología neoliberal se está introduciendo en nuestras vidas como un caballo de Troya que, en silencio, va rompiendo todo lo que encuentra a su paso. Con la libertad individual y la libre elección como banderas, se están poniendo en duda cimientos que parecían inquebrantables. Disfrazado de modernidad y con la ayuda de su propia “neolengua”, el liberalismo intenta dinamitar los valores de la izquierda desde dentro.
El feminismo no se ha librado de esta peligrosa tendencia. Hoy en día, parece una provocación recordar que el feminismo es de clase y que está en contra de la explotación sexual y reproductiva de las mujeres.
¿Se puede ser feminista y defender la prostitución como un trabajo? ¿Se puede ser feminista y estar a favor de los vientres de alquiler? El capitalismo nos habla de libre elección; ¿dónde está la libre elección de las mujeres pobres?
Sin justicia social no existe la libre elección, y resulta inquietante que desde posiciones supuestamente de izquierdas se defienda la libertad individual sin tener en cuenta condicionantes de clase y origen social.
Flora Tristán fue pionera en plantear que la mujer solo conseguiría su liberación a través de la lucha de clases: para la autora de Unión Obrera, la emancipación de la mujer sería paralela a la emancipación del proletariado.
En esta doble lucha contra el patriarcado y el capitalismo, no debemos confundir a nuestras compañeras de batalla. ¿Pueden ser Ana Botín o la reina Letizia feministas? ¿Son feministas por el simple hecho de ser mujeres? ¿Era Margaret Thatcher feminista?
En una sociedad vendida al marketing y al postureo de las redes sociales, el feminismo vende. Se mercantiliza una lucha histórica como si fuera un producto para el consumo de masas; un producto que oculta bajo su envoltorio despidos, desigualdades y mucho beneficio empresarial bajo un falso halo de progresismo y modernidad.
Pero no debemos centrarnos sólo en empresarias, actrices o reinas como paradoja de una sociedad que promulga lo que en realidad no es. ¿Es tu vecina, aquella que repite que “la que se mete a puta es porque quiere”, feminista? ¿Es tu compañera de trabajo – aquella que apela a la libertad individual de una mujer pobre para comprarse un hijo – feminista? Ellas te dirán que sí. ¿Existen diversos feminismos? ¿Explotar mujeres a través de sus cuerpos, sexual o reproductivamente, es feminista? ¿O es el capitalismo que, junto al patriarcado, nos sigue ganando la partida?
No perdamos nunca la perspectiva de la lucha de clases: el feminismo no puede servir para mantener los privilegios de las mujeres de la clase dominante, sino para acabar con ellos. Nuestro origen social sigue marcando nuestro destino.
El capitalismo se alimenta de las desigualdades mientras las enmascara a través del lenguaje y nos vende una falsa idea de igualdad de oportunidades. No hay nada más peligroso que los disfraces posmodernos y no podemos dejarnos engañar: el feminismo es revolucionario y de clase, sin adjetivos ni plurales.
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