Estos días se están celebrando por todo el mundo actos conmemorativos enmarcados en el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, que se celebra, desde 2005, el 27 de enero. No se trata de una fecha escogida al azar, sino que se trata del día, 74 años atrás, en que las tropas soviéticas liberaron el campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia.
Recientemente he leído dos estudios sobre el conocimiento que tienen los adultos en Estados Unidos y en Europa sobre el Holocausto, con unos resultados realmente sorprendentes: los adultos tienen un conocimiento muy básico de lo que sucedió, una ignorancia que se acentúa en los sectores más jóvenes.
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Según el estudio realizado en Estados Unidos en abril de 2018, el 41% de los adultos no saben qué fue Auschwitz, un porcentaje que se eleva al 66% en el caso de los jóvenes -entre 18 y 34 años-; el 45% no puede nombrar un campo de concentración, de exterminio o un ghetto -a pesar de que en Europa hubo más de 40.000 de estos centros-; el 34% piensa que los nazis solo persiguieron a los judíos e ignora totalmente que se persiguió y exterminó a otros muchos colectivos; el 45% no ha oído nunca el término “Solución Final”, y el 14% lo ha oído, pero no sabe qué significa; el 32% no sabe que el Holocausto se enmarca, temporalmente, dentro de la Segunda Guerra Mundial; y el 52% creen que Hitler llegó al poder por la fuerza.
La encuesta realizada en 2018 en ocho países europeos diferentes –Alemania, Austria, Francia, Hungría, Polonia, Reino Unido y Suecia– podría hacernos pensar que, aunque sólo sea por proximidad geográfica a los hechos, los europeos tendrían unos mejores resultados ante cuestiones similares… Pero nos engañaríamos.
Casi el 50% no ha oído nunca hablar del Holocausto, o ha oído muy poco, un problema especialmente grave entre los más jóvenes: en Francia, un 20% nunca ha oído hablar del Holocausto; en Austria es el 12%, y un 40% solo un poco. Eso sí, los europeos piensan que es importante mantener la memoria del Holocausto para evitar que hechos así vuelvan a repetirse: el 62% afirma que conmemorar el Holocausto ayuda a evitar que esas atrocidades vuelvan a suceder, -y llega al 80% en Polonia-, y un 50% considera que conmemorar el Holocausto ayuda a luchar contra el antisemitismo actual.
El olvido
La frase “quien no conoce la historia está condenado a repetirla” está escrita en la entrada del bloque número cuatro del memorial del campo de exterminio de Auschwitz, y esa es la gran lección que se debe transmitir, de generación en generación: que las atrocidades de Auschwitz no vuelvan a repetirse nunca más.
En todo el mundo, el número estimado de supervivientes del Holocausto se sitúa aproximadamente en menos de 400.000 personas. La mayoría de ellos son ya octogenarios y nonagenarios. Apenas hay voces que sigan contando ese infierno de primera mano, lo que lleva a que los jóvenes cada vez tengan menos conocimiento directo de lo que pasó, y esto llevará, en el peor de los casos, a que ni siquiera sepan qué fue lo que ocurrió en Auschwitz.
A la mayoría de los supervivientes les ha costado décadas poder hablar de lo que sucedió en los campos, porque no querían importunar a sus oyentes, o porque temían que no les creyeran. Eso llevó a muchos a guardar silencio durante décadas y, s algunos, para siempre.
Dentro de poco no quedarán supervivientes de los campos de la muerte, y los jóvenes no podrán contar con su testimonio. La historia del Holocausto, que aún nos es tan cercana, quedará relegada directamente a los libros de historia, con lo que su negación será aún más fácil, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un hecho, el asesinato sistemático de millones de personas, que aún resulta inconcebible para el ser humano.
Ningún libro, película, documental o montaje artístico o cultural puede compararse con la experiencia de escuchar la voz de los supervivientes. De ahí el temor a que pronto no quede nadie para contar sus historias, porque ninguna experiencia educativa proporcionada por un memorial o un museo puede compararse al impacto de escuchar el relato directo de un superviviente. Por eso en todo el mundo, los museos y los memoriales están buscando formas de conmemoración que incluyan explicar la historia de los testigos, una vez que hayan desaparecido. Por eso, el desconocimiento está cayendo como un manto de amnesia entre los más jóvenes.
Un ejemplo lo tenemos en el museo de la Casa de Anne Frank, en Ámsterdam, visitado por más de un millón de personas cada año, y que ha comenzado a concienciarse de que muchos de los visitantes más jóvenes que llegan hasta allí saben muy poco, o nada, del Holocausto y, en ocasiones, ni siquiera sobre Anne Frank. Cuanto más lejanos están los hechos recordados menos conocimiento previo tienen los visitantes, lo que realmente impide que lleguen a captar plenamente el significado de lo que sucedió.
Para atraer la atención de los más jóvenes, los museos han aumentado el énfasis en las historias personales, además de los hechos, para intentar atraer a esos sectores y conseguir que empaticen con las víctimas.
La educación
La enseñanza de la historia es un pilar de la identidad nacional en la Alemania de posguerra, y se ha injertado en el sistema educativo hasta un nivel extraordinario para los estándares de un país que ha diseccionado el pasado nazi y el horror de los campos de concentración y exterminio hasta la saciedad. Ahora se está introduciendo un nuevo planteamiento educativo: la visita obligatoria a los memoriales de los campos de concentración para el conjunto de la población, y no solo los escolares. Sin embargo, algunos expertos señalan que la visita a un memorial de un campo de concentración no es la mejor solución, aunque pueda ayudar, porque es una forma de mantener viva la memoria y darle significado al lema “Nunca más”.
Las visitas a esos memoriales tienen un objetivo esencial, que es llenar los espacios “vacíos” de significado para los visitantes y estudiantes, que éstos puedan visualizar cómo era la vida en los campos y crear unos lazos emocionales entre el visitante y el prisionero, entre el presente y el pasado. Se trata de utilizar la herramienta de la “identificación”, en beneficio de la concienciación sobre el Holocausto. En definitiva, se trata de hacer de la visita al memorial una experiencia transformadora para los estudiantes.
Se trata de que la historia del Holocausto sea relevante para toda la población, tanto para los alemanes que ya no tienen ningún lazo vivencial o emocional con el pasado, como para una creciente población inmigrante que se siente excluida del presente y que, por tanto, ignoran totalmente el pasado de su país de acogida.
Todos los estudios realizados hasta ahora señalan la importancia de la educación del Holocausto en las escuelas. Pero si consideramos que en esos aspectos tenemos un vacío sobre la conciencia del Holocausto mientras aún quedan supervivientes, la situación cuando éstos desaparezcan y ya no quede nadie para explicar su historia, será aún más dramática. Es por eso que nuestra sociedad debe comprometerse en asegurar que los horrores del Holocausto y la memoria de aquellos que sufrieron esos horrores debe recordarse, explicarse y enseñarse a las futuras generaciones.
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Sin embargo, en la actualidad, el resurgimiento de la extrema derecha, del racismo, el antisemitismo y la xenofobia, hacen temer que las advertencias del pasado, de los supervivientes, pueden haber caído en oídos sordos. Para muchos es paradójico que, a pesar de las lecciones del pasado, aún se pueda votar la llegada de partidos políticos de extrema derecha a las instituciones democráticas.
La negación
El problema no es tanto que la gente niegue el Holocausto, sino algo mucho más simple: se está olvidando con el paso del tiempo. Ya en 1945, el general Eisenhower, que posteriormente sería presidente de los Estados Unidos, predijo que habría gente que negaría el Holocausto, y por eso dio orden de documentar todo lo que sus tropas encontraron al liberar algunos de los campos de concentración.
¿Cómo se puede negar el Holocausto? Esa pregunta se hacen muchos, después de visitar alguno de los incontables memoriales y museos que explican lo que fue, en los que se puede ver, con ojos propios, las cámaras de gas y los crematorios, donde hace poco más de 70 años decenas de miles de personas desaparecieron. Esa negación de las evidencias históricas, testimoniales, científicas, es un hecho, y el número de personas que se ven infectadas por esa mentira crece cada vez más, y una vez que esa idea te infecta, de nada sirven los hechos, que se convierten en irrelevantes.
La reacción en Alemania, donde está totalmente prohibida la apología del nazismo y la negación del Holocausto, no se ha hecho esperar. Además de nombrar un responsable de la lucha contra el antisemitismo, incluso algunos de los miembros del partido conservador de la canciller Angela Merkel han apelado a tomar medidas drásticas contra este tipo de actitudes.
Los procesos de olvido y negación del Holocausto están llegando en unos momentos en los que, por todo el mundo, estamos viendo el auge progresivo de partidos políticos de carácter xenófobo, antisemita o racistas. En Alemania, por ejemplo, los grupos neonazis se sienten arropados por la llegada al Parlamento de Alternative für Deutschland, el primer partido de extrema derecha en tener representación, desde la Segunda Guerra Mundial. A esto se une el temor de la población ante la llegada de un gran número de inmigrantes.
Los museos deben enfrentarse también a los negacionistas o revisionistas del Holocausto, que se hacen oír cada vez con más fuerza gracias a Internet y las redes sociales, y que aportan sus visiones mediatizadas a la confusión, en unos momentos en que se están agotando los supervivientes que puedan proporcionar testimonios de primera mano.
La negación del Holocausto está penada en 17 países: Alemania, Austria, Bélgica, República Checa, Francia, Hungría, Israel, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos, Polonia, Portugal, Rumanía, Rusia, Eslovaquia y Suiza. Pero en otros muchos, como en España, en nombre de una pretendida “libertad de expresión”, parece que estamos ignorando las lecciones de la historia.
Y eso me recuerda la “paradoja de la tolerancia” que planteó el filósofo Karl Popper. Es una paradoja enmarcada dentro de la teoría de la decisión: si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes.
Y las redes sociales se han convertido en un arma poderosa para extender el discurso de la negación y del odio, porque la comunicación instantánea nos permite extender ese discurso de una forma rápida y efectiva.