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Una visión marxista sobre la prostitución

Cuando se habla de prostitución todo el mundo sabe en qué consiste, pero muy pocos conocen lo que se esconde detrás de ese negocio, las bases sobre las que se sustenta o las diferentes posturas desde las que se enfoca esta problemática, en especial desde una perspectiva marxista.

Con un simple vistazo podemos advertir cuáles son los tres principales puntos de vista acerca de la prostitución y su legalidad: prohibicionismo, regulacionismo y abolicionismo.

Prohibicionismo

Para el prohibicionismo la prostitución es considerada un acto impuro, indigno. Este pensamiento está relacionado con la moral cristiana y su concepto de pecado. Busca acabar con ella mediante multas y la instauración de un sistema punitivo tanto para las prostitutas como para el proxeneta y el cliente.

Estas medidas, lejos de solucionar el problema, endurecen aún más las condiciones de vida de las prostitutas al verter sobre ellas ese estigma y favorecer la clandestinización de la prostitución. Al ignorar los factores que causan y sustentan este negocio, la oferta y la demanda se mantiene, por lo que no estamos ante una solución efectiva.

Regulacionismo

El regulacionismo busca, como su propio nombre indica, regular administrativamente el ejercicio de la prostitución mediante sistemas de archivos, controles sanitarios y de ETS, aplicación de tasas y contar con un reconocimiento oficial de la misma.

Aborda la prostitución como una cuestión de libre elección personal, una visión sumamente individualista y bastante ineficaz, ya que pasa por alto todo el contexto en el que se desarrolla esta actividad e ignora por completo los factores socioeconómicos sobre los que se sustenta (fuerte necesidad económica, exclusión social, drogadicción…). Existen incluso ciertos grupos prosex que presentan el trabajo sexual como una actividad “empoderante”.

Esta visión de la prostitución emana directamente de la concepción de la misma como algo “natural”, inherente al ser humano e inmutable en el desarrollo de las sociedades. Este pensamiento está gravemente errado: la prostitución es un fenómeno exclusivo de las sociedades clasistas, es producto directo de la explotación de las mismas.

Uno de los argumentos más repetidos en favor de la regulación es que “la prostitución es un trabajo como otro cualquiera y no se le puede negar a nadie una salida u oportunidad laboral”. Los regulacionistas pretenden organizar a las prostitutas como si de los trabajadores de cualquier otro gremio se tratase (lo que legitimaría la figura del proxeneta, el empleador).

Partiendo de la base y sin olvidar nunca que el marxismo tiene como objetivo la abolición del trabajo asalariado, no se puede equiparar las circunstancias ni poner al mismo nivel servir mesas (o dar masajes, el ejemplo más recurrido) que el trabajo sexual. En el primer caso el trabajador vende su fuerza de trabajo, en el segundo su consentimiento sexual, el acceso carnal a sus cuerpos. No existe prostitución sin la mercantilización del cuerpo de las prostitutas, no siendo así en el resto de trabajos, donde los cuerpos per se no son indispensables, es decir, son un medio, no un producto.

La prostituta no desea el encuentro sexual, de no haber intercambio de dinero, esas relaciones no se producirían, es decir, el consentimiento está viciado (de nuevo nos volvemos a topar de frente con la extrema necesidad económica o con las cargas familiares).

Otro de los argumentos que no cesan de repetir es que “la regulación es necesaria hasta que consigamos abolir la prostitución, las prostitutas necesitan derechos”. Esto no solo es falaz (los abolicionistas no ignoran la necesidad de proteger a las prostitutas que actualmente se dedican al trabajo sexual), sino que además consigue totalmente el efecto contrario al esperado: la regulación aumenta la demanda, como se ha podido comprobar en países como Holanda o Alemania.

Esto por parte de las prostitutas “libres” (dentro del limitadísimo concepto de libertad del que podemos hablar en esta actividad), por otro lado tenemos la trata, esas mujeres obligadas a prostituirse. No se puede desligar el fenómeno de la trata del de la prostitución, y regulacionismo es totalmente ineficaz ante esto. No solo se ha demostrado que no la combate, sino que aumenta notablemente en los países donde se han llevado a cabo medidas en esta línea (Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, UNODC).

En Europa, el 84% de las víctimas de trata son utilizadas para fines de explotación sexual (UNODC). Según el mismo documento, entre los 10 países marcados como riesgo “muy alto” de ser destino de personas captadas por la trata se encuentran Holanda y Alemania. London School of Hygiene & Tropical Medicine señala que la mitad de las víctimas de trata han sufrido violencia física o sexual, así como amenazas, vejaciones y encierros, y que un porcentaje elevado sufre trastornos por ansiedad (42,8%), depresión (61,2%) y estrés post traumático (14,9%).

Abolicionismo

Asume la prostitución como la consecuencia de las circunstancias socioeconómicas y culturales que rodean a las mujeres, como previamente se ha mencionado (precariedad, exclusión social, reducción de su imagen a la de objeto sexual o de consumo…).
Kollontai, reconocida teórica marxista, dijo al respecto: <<Podemos, por tanto, enumerar como factores causantes de la prostitución: los salarios bajos, las desigualdades sociales, la dependencia económica de la mujer respecto al hombre, y la mala costumbre por la cual las mujeres esperan ser mantenidas a cambio de favores sexuales en vez de a cambio de su trabajo.>> Y no se equivocaba. Luchar contra la prostitución implica luchar contra esos factores.

El abolicionismo, aún recurriendo a medidas reformistas, es tremendamente acertado en su análisis y muy necesario en estos tiempos. Busca acabar con la demanda de prostitución mediante campañas de sensibilización y multas para puteros y proxenetas, nunca se cebará con las prostitutas (diferencia clave con el prohibicionismo, con el que a menudo se confunde erróneamente el abolicionismo).

El crecimiento exponencial de este negocio (tan solo en 2016 se calcula que generó un total de 186 mil millones de dólares, según Havocscope Black Market), ha difuminado totalmente la manera de ver la sexualidad, asumiendo a las mujeres como objetos destinados a satisfacer la sexualidad masculina y como bienes de consumo que pueden ser comprados. El abolicionismo busca acabar con este pensamiento colectivo, a la vez que con el estigma que recae sobre las prostitutas y las empuja aún más al agujero de la exclusión social, y les tiende una mano amiga al ofrecerles protección estatal y ayuda para conseguir un camino en el mercado laboral. Un ejemplo ilustrativo con resultados muy positivos es el Modelo Nórdico en Suecia.

Aunque desde ciertos sectores se acuse infundadamente al marxismo de ignorar la cuestión de la mujer, y a pesar de que ciertas personas autodenominadas marxistas tergiversen o malinterpreten las tesis de Marx, atribuyéndole una posición regulacionista frente a la prostitución debido a una errónea interpretación del concepto marxista del trabajo, de sus tesis podemos extraer que no existe ninguna perspectiva de emancipación dentro de esta actividad, la prostitución.

Marx sitúa la prostitución no en el proletariado, sino en el lumpenproletariado (ese sector social más desclasado y desprovisto de conciencia de clase, aquellos que no poseen medios de producción ni fuerza de trabajo, el polo opuesto a la acumulación de riqueza), y no porque excluya a las prostitutas del análisis, sino porque condena toda actividad perjudicial para las mujeres.

Cualquier abanderado de la lucha de clases que defienda esta criminal actividad no es más que un misógino revisionista, un capitalista sexual, y nunca estará del lado de la revolución ni de la clase obrera, a la que pertenecen estas mujeres, las más expuestas a la violencia del capital.

XXI ¿Qué repercusiones tendrá el régimen comunista en la familia?

Transformará las relaciones entre los sexos en relaciones puramente privadas, que no concernirán más que a las personas que de ella participan, y en las que la sociedad no podrá intervenir. Esta transformación será posible desde el momento en que la propiedad privada sea suprimida, en el que críe a los hijos en común y destruya de esta forma las dos bases principales del matrimonio actual, es decir, la dependencia de la mujer hacia el hombre y la dependencia de los hijos hacia los padres. Ahí está la respuesta a todos los griteríos de los moralistas burgueses sobre la comunidad de mujeres que quieren, al parecer, introducir los comunistas. La comunidad de mujeres es un fenómeno que pertenece únicamente a la sociedad burguesa y que se cumple hoy día con la prostitución. Pero la prostitución descansa en la propiedad privada y desaparece con ella. En consecuencia, el régimen comunista, lejos de introducir la comunidad de mujeres, por el contrario, la suprimirá. Friedrich Engels, Principios del Comunismo.