Biopolítica: lo que nos dicen, lo que surge del ataúd
En el curso “Defender la sociedad“, Michel Foucault señala que en el siglo XIX se produce la estatización de lo biológico; según él, en la teoría clásica de la soberanía el soberano tiene el derecho de hacer morir (condenar a muerte) y dejar vivir.
Objetivamente, asistimos a una visión de la política novedosa pero evidentemente fúnebre, en tanto desenmascara la realidad del poder y su alcance inmediato en la vida cotidiana del individuo. Lejos de eslóganes, valores de propaganda y flequillos en los carteles publicitarios esta visión del impacto “importante” (por aquello de la decisión entre la vía y la muerte) nos sitúa en un nuevo plano para el análisis de las coyunturas políticas latinoamericanas.
Hablamos de una perspectiva del poder que comienza a ser pensada desde el sigo XVIII, pero nunca mencionada, nunca registrada. Una nueva “tecnología” de poder no disciplinaria y aplicada a la vida de los hombres en general: no al hombre-cuerpo, sino al hombre-vivo, al hombre-ser-viviente (en el límite, al hombre-especie).
La consagración del Rey como ángel vengador y senador, monarca de la existencia que aún tiene ecos en algunas naciones del mundo a pesar de lo nostálgico y cursi que suene. Nada es eterno, ni los paradigmas (muy a pesar de Comte) y en el derecho político del siglo XIX aparecería una transformación de este principio, que da a la soberanía el derecho de hacer vivir y dejar morir.
Es el pasaje, por lo tanto, de la anatomopolítica que correspondería a ese período anterior (siglos XVII y XVIII), a la biopolítica (siglo XIX) e implica un trabajo del Estado en términos de definir la natalidad, la mortalidad, la longevidad o la ecología (las relaciones de la especie humana con su medio).
La biopolítica de fines del siglo XVIII y siglo XIX opera sobre un nuevo personaje distinto del individuo, que es la población (entendida como cuerpo múltiple). Esta inconmensurabilidad del nuevo biopoder es lo que lo vuelve excesivo respecto del derecho soberano tradicionalmente concebido.
Este exceso de poder aparece cuando el hombre tiene, técnica y políticamente, la posibilidad no solo de disponer la vida, sino de hacerla proliferar, fabricar lo vivo y lo monstruoso, ordenar o ignorar genocidios, vulnerar los límites del estado-nación, situar los intereses del capitalismo financiero internacional por encima de los intereses nacionales, autorizar guerras económicas, suprimir organizaciones políticas a punta de bala, usar al terrorismo como excusa y, en el límite, crear virus incontrolables y universalmente destructores.
Para Foucault, el concepto de biopolítica está asociado directamente al cuerpo-especie; y a lo que él entenderá por población en desmedro del cuerpo-individuo, es decir un tipo de seres que habitan un “cuerpo transido por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar; todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores: una biopolítica de la población“.
Sin embargo, no se puede entender, a mi juicio, un concepto de biopolítica sacralizado en una caja de cristal, impoluto y sordo ante la realidad política global y en todo caso para localizar esta conversa en lo latinoamericano. Porque hablar del biopoder también implica hablar de sus operadores, de su financiamiento, de su extensión y manejo. Y por supuesto, surgen preguntas.
Temas álgidos que no se discuten en televisión y que son borrados sistemáticamente de Internet como las “plagas” mutantes de virus que asolaron a los cerdos en Cuba, por ejemplo, en medio de la guerra fría. O la tenebrosa actuación de las “Nuevas Tribus” en el Amazonas venezolano, que cambiaban machetes y utensilios de siembra a los indígenas Yanomami a cambio de “sesiones curativas” en laboratorios instalados en el medio de la selva para extraerles sus órganos. O la información ampliamente difundida por los habitantes del Delta del Orinoco, que huyen de turistas norteamericanos ávidos de su sangre (la cual se rumorea se utilizó para estudios del genoma humano).
¿Quién nos dice algo de esto? ¿Por qué no hay información? ¿Es que acaso las élites del mundo se han encargado de embarcarnos en una vida virtual, con las noticias que ellos deciden que leamos, con lo que debemos comer según sus designios? ¿Es que acaso esto no es biopolítica? Entonces, ¿la biopolítica es terreno exclusivo del hombre occidental o, lo que es lo mismo, ha sido concebida para la dominación?
Espósito intenta entronizar un concepto positivo de biopolítica, el que desde su juicio estaría por venir; toda vez que (aclara) que hasta el momento la biopolítica se ha desarrollado bajo un paradigma inmunitario, el cual debería deconstruirse constructivamente: “he tratado de seguir trabajando, en sentido inverso, dentro de tres dispositivos nazis: la normativización absoluta de la vida, el doble cierre del cuerpo, y la supresión anticipada del nacimiento. Las pautas que obtuve pretenden bosquejar los contornos, sin duda aproximados y provisorios, de una biopolítica afirmativa capaz de hacer que la política nazi de la muerte se invierta en una política ya no sobre la vida, si no de la vida“.
Siguiendo las afirmaciones de Agamben, encontramos que “el pensamiento político occidental ha estado determinado por la lógica del bio-poder, teniendo como paroxismo máximo “el campo de concentración“, que para él seria el paradigma biopolítico de occidente; en donde se ejemplificaría cabalmente la noción -introducida por él mismo- de nuda vida. Las pautas que obtuve pretenden bosquejar los contornos, sin duda aproximados y provisorios, de una biopolítica afirmativa capaz de hacer que la política nazi de la muerte se invierta en una política ya no sobre la vida, si no de la vida“. Y sí, comparto con usted el asombro querido lector porque descubrimos en las palabras del filósofo, el cómodo asiento de la biopolítica al lado de la visión de mundo nacionalsocialista alemana.
El poderío político del Estado se mide por su injerencia en la vida de sus ciudadanos, sí. Pero cuando eres un imperio tus ciudadanos son el planeta entero: da lo mismo bombardear a un país “terrorista” y asesinar a su población civil como en Siria. Da igual asfixiar de hambre y penuria a la población en Venezuela por negarse a regalar su petróleo. Es una bagatela encerrar a políticos incómodos en prisión como en Brasil y entronar en el poder a un psicópata misógino. El poder imperial que hoy detenta Estados Unidos como gran articulador de la biopolítica no necesita una excusa de agresión país-país.
No hace falta una guerra declarada entre naciones. Como nos vuelve a decir Foucault, “las guerras ya no se hacen en nombre del soberano al que hay que defender; se hacen en nombre de la existencia de todos; se educa a poblaciones enteras para que se maten mutuamente en nombre de la necesidad que tienen de vivir“.
La guerra nueva, la que sufrimos en Ecuador con la ascensión del traidor Lenín Moreno a la presidencia usando el lawfare, la destrucción política de los militantes adversos, el saqueo a conciencia de los recursos del estado en un “dejar morir” a las estructuras del gobierno de Correa. Dejar morir sin recursos, sin financiamiento, sin atención que es también dejar morir al pueblo. Y detrás de Moreno claro, el gobierno de Estados Unidos que golpea quirúrgicamente la unión latinoamericana.
Los conceptos de biopolítica y gubernamentalidad han inspirado a diferentes autores para teorizar nuestro presente. Así, por ejemplo, en un polémico libro, Michel Hardt y Antonio Negri (2002) han retomado la noción foucaultiana de biopolítica para caracterizar el régimen global de soberanía que han denominado ‘imperio‘. Según estos autores, el imperio está constituido por una modalidad de poder global sobre la producción y regulación de la vida social, con unos alcances y efectos inusitados sobre las subjetividades y las poblaciones contemporáneas.
El imperio presenta la forma paradigmática del biopoder que gobierna sobre la ‘naturaleza humana‘, constituyendo un orden que se imagina a sí mismo como permanente, eterno y necesario. La ‘soberanía moderna‘, anclada a un territorio y aparato de Estado correspondiente, se ha transformado en una ‘soberanía imperial‘, profundamente desterritorializada y articulada a un entramado supraestatal e infraestatal que redefine el lugar del Estado.
De ahí que Hardt y Negri diferencien tajantemente el imperialismo (que pertenece a una modalidad de soberanía moderna), del imperio (como paradigma de poder desterritorializado). En el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, opera cada vez más centralmente un nuevo paradigma de poder: el de la biopolítica. Esta biopolítica se extiende reticular e ineluctablemente a la totalidad de las relaciones sociales, inscribiéndose en mentes y poblaciones.
De ahí que ya no sea posible imaginar una política de la diferencia, de la defensa del ‘lugar‘, desde la apelación a una exterioridad primordial, porque ya no hay un afuera del imperio. Foucault plantea una gran paradoja que utiliza como piedra angular de sus análisis (derecho de hacer morir/poder de hacer vivir), y que sirve para demostrar el nuevo poder (bio-poder) que rige la sociedad contemporánea: así se pasó del derecho de muerte intrínseco al poder soberano (castigo sobre el cuerpo o morir por el rey); al poder sobre la vida (técnicas de control, estado regulador imperial).
En América Latina, el interés en los estudios sobre el cuerpo va en aumento. Ello puede atribuirse cuando menos a dos asuntos propios de la condición poscolonial, global y “posmoderna” de la región. El primero surge de la manifiesta y cotidiana evidencia de la importancia que ha cobrado el cuerpo en la vida diaria y los procesos de subjetivación y estetización en las últimas décadas.
Esta importancia se manifiesta en las preocupaciones por la salud y la alimentación; el deporte y el cuidado personal; el vestido, el adorno y la apariencia; el uso del tiempo libre, la violencia, el consumo de drogas y la industria del entretenimiento; la cirugía plástica, la genética y la bioingeniería; el papel de las múltiples orientaciones de la medicina contemporánea y las medicinas populares y alternativas.
En todos estos asuntos, como en las reivindicaciones y movimientos sociales en torno del género, la sexualidad, la raza, la etnia, la edad, la discapacidad, está presente y en juego el carácter político del cuerpo, las disposiciones que encarna y cómo se emplea en la lucha simbólica de las sociedades y los movimientos sociales actuales. Hay pues aquí una experiencia individual y social en los intereses de investigadores y teóricos sociales.
El ejercicio del poder sirve de denominador común a los estudios feministas y de género, a la preocupación renovada en el racismo, a muchos de los temas que ocupan a los estudios culturales en sus intereses por la identidad y la subjetividad, a los análisis sobre el papel de la ciencia y el desarrollo tecnológico en la construcción de nuevas formas de identidad y de ordenamiento social, de desequilibrios políticos y simbólicos.
Desde orillas distantes se invoca el cuerpo como lugar y entidad en la que cobran vida y particular coloración procesos de construcción de la subjetividad y de la identidad cultural. En él se ponen en evidencia los desequilibrios en la acumulación de capital social y simbólico, las sensibilidades modernas y contemporáneas tienen su razón de ser y pueden ser identificadas, anida el proceso de civilización, los estilos de vida se realizan y las diferencias de género se debaten.
En fin, el cuerpo ofrece posibilidades trasversales para la comprensión de una colorida paleta de asuntos atinentes a los estudios políticos, sociales y culturales, y a la dilucidación de procesos históricos. Y es precisamente este nuevo giro social el crisol adecuado para el surgimiento de formas de organización política. Cuidado: hoy nuestros jóvenes son más propensos a juntarse en torno a estas narrativas que a la tradicionalidad política.
Hemos dado un salto al vacío como sociedad, en donde los mayores de cuarenta años no nos encontramos y no nos reflejamos en la sangre nueva de nuestros pueblos. Un tejido debajo del concreto, con millones de e-mails, gif, emojis, stickers, chats, vídeos y memes interpreta cada hora el devenir de la opinión pública que se hace universal al instante mientras paradójicamente se mantiene individual y hermética.
La causa se lleva en el cuerpo, la lucha es por la diferencia y su respeto ante la otredad. Las interrogantes se hacen más profundas porque son parte de la experiencia de cada sujeto y son estas interrogantes las que provocan la reflexión compartida. Preocupaciones fronterizas que hacen combustión instantánea mientras se ocultan de los scouts capitalistas que buscan fagocitarlas antes de nacer.
Propongo una alternativa a la biopolítica, porque las fronteras exteriores del capital comienzan a agotarse, pero no cesa la dominación del capitalismo transnacional. Los órganos internacionales como la ONU, el Banco Mundial, FMI y la OMC siguen oxigenándolo, en una lucha por la sobrevivencia que no parece tener contender real sino aspirantes al trono.
Los Estados-nación ocupados a su turno en la definición de su campo de acción, deberían concretar su acción y objeto de gobierno en lo competente a la vida de los nacionales, a los recursos y al territorio de la nación. Coincidirán los intereses del objeto de las ciencias naturales y del gobierno, en cuanto el Estado-nación precise una definición sobre su objeto de gobierno a la vez que un conjunto de disciplinas alternativas y no oficiales capaces de suministrar el conocimiento necesario para administrarlo.
El pensamiento socio-político fundado en las teorías biológicas enfocaría entonces la vida, se interesaría por el conocimiento del cuerpo y sus usos, la comprensión de las leyes de la naturaleza y la explotación de sus recursos. De lo contrario, asistiremos a la apocalíptica visión de guerras futuras entre el imperio y la multitud. Encarnizadas y sin tregua, las guerras que vendrán no serán extraterritoriales, sino internas en los centros hegemónicos del poder y serán replicadas a cada lugar del mundo en donde mantengan hegemonía. Masas difusas, sin siglas y sin banderas enlazadas por causas personales y colectivas.
Masas emocionales, rabiosas y sin control. Justo lo que más temen los académicos, los estudiosos, los dirigentes políticos, los empresarios, los aristócratas, las oligarquías. Sus peores pesadillas de aire acondicionado en el piso treinta y uno. El fantasma de la guillotina aborigen recorre silenciosamente a las naciones que hoy resisten el yugo neoliberal de Mauricio Macri y que no ven futuro en la oferta electoral “progresista“.
Pisa fuerte en las calles vacías de La Asunción. Rebota balones sin nadie que los toque en las playas de Río de Janeiro. Es incontrolable y va a pasar. Solo es cuestión de paciencia o quizás, cuestión de niveles de tolerancia.