Las criticas vuelan y el progresismo trata de hacerse con la figura de Nicolas Mathieu y con su novela, ‘Sus hijos después de ellos‘ (“Leurs enfant après eux“), con la que ganó el prestigioso premio Goncourt (2018).
A Mathieu se le ha comenzado a reflejar como un hombre hecho a sí mismo por haberse despertado a las cinco de la mañana para escribir antes de inmiscuirse en la pesadumbre rutinaria del trabajo precario, pero, sin menospreciar su tenacidad, es esencial, antes, escuchar lo que su novela grita a voces. Su advertencia es clara, “casos como el mío no pueden servir de coartada“.
No obstante, antes de ahondar en los hechos cabe destacar la forma y es que la antitesís discursiva del relato es un hecho altamente llamativo, una genialidad. Por un lado, abundan los brillantes parrafos reflexivos, que establecen una crítica mordaz al devenir político y social, tanto del capitalismo en general, como de la sociedad francesa en concreto. Por otro lado, la sencillez de diálogo en la complejidad expositiva de los sentimientos de los personajes. Pero siempre, en ambas facetas a flor de piel.
La obra refleja, en sí misma, el angosto camino por el que transcurre y deambula la vida de varios personajes, que a tratarán, o no, de escapar de aquello de lo que provienen, de lo heredado.
No obstante, con la más profunda nausea sartriana quedan expuestos de lleno a la realidad postindustrial francesa. Distintos caminos y distintas direcciones con el nexo de las distinciones de las clases sociales. La clase obrera cae ahogada en el valle ficticio magistralmente representado, mientras las altas esferas pueden zafarse de ciertos límites con pasmosa facilidad.
La “enfermedad congénita de la cotidianidad replicada“, escribió Nicolas Mathieu. Como bien ha expuesto Mathieu en una entrevista, “el determinismo no es una opinión, sino un hecho”. Este sería una buena reseña: “el determinismo no es una opinión, sino un hecho“. Simple y llanamente sobre dicha cuestión metafísica, sin la pesadez aristocrática de la academia, versa la obra.