Hace unos días un locutor de radio daba entrada a este tema del siguiente modo: “ y ahora dejamos a un lado la política para hablar de la crisis climática”. Este es un ejemplo real que seguramente habremos visto reproducido en otros ámbitos: el medio ambiente y la crisis climática son cuestiones que los grandes medios de masas tratan por lo general como si nada tuvieran que ver con el sistema económico imperante.
Lo mismo pasa con las cuestiones de índole económica o con otros ámbitos de nuestra vida, que se desligan de la política, que parece que únicamente es eso que hacen en las instituciones los miembros de la “clase política” que votamos cada 4 años. ¿Es la crisis climática una cuestión que afecta al conjunto de la humanidad y por la que deberíamos dejar a un lado la ideología de cada uno? ¿Es un asunto al margen de la “política”?
Esta no es una cuestión menor, pues que interioricemos esa concepción qué es y qué no es política es el sueño húmedo del capitalismo, porque estrecha a la mínima expresión los márgenes de lo que podemos cambiar mediante la acción colectiva y deja el campo abonado para las propuestas en clave tecnócrata.
Hecha esta aclaración centrémonos en la pregunta que encabeza este artículo. Lo que se ha venido a denominar emergencia climática es algo que no podemos abordar de forma neutra, al margen de los intereses políticos de cada país y grupo social, como si no hubiera diferencias de clase entre quienes causan el problema, quienes padecen con mayor virulencia las consecuencias y qué tipo de propuestas de solución podemos abordar. Muestra de ello es que tan solo 100 empresas son las responsables del 71% del total de emisiones de CO2, o que la mitad de las emisiones globales son emitidas únicamente por el 10% de las personas más ricas.
Se debe insistir en esta cuestión ya que en el pujante movimiento por el clima, principalmente juvenil, se da una tensión entre las reivindicaciones radicales (en tanto que van a la raíz del problema) y en clave anticapitalista y por otra parte los intentos de cooptación por parte del sistema. Tensión que no es nueva y que también se ha dado recientemente con las movilizaciones feministas.
Porque, siguiendo con la analogía del feminismo, al igual que prácticamente nadie se atreve a negar el hecho de que las mujeres sufren una discriminación por el mero hecho de serlo, hoy son pocos los que niegan la evidencia del cambio climático (al margen de las estrambóticas opiniones de Donald Trump o el primo de Rajoy).
Hecho el diagnóstico de la enfermedad, lo siguiente es buscar las causas del problema para poder proponer una solución. Las élites políticas y económicas no han querido quedarse al margen de este debate y por el contrario pretenden situarse a la cabeza del movimiento por el clima.
Para la ONU es una de sus prioridades dentro de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Su imagen es una esfera de colores que probablemente hayas visto de fondo en el Consejo de Ministros o en las solapas de algunos miembros del ejecutivo. En cuestiones de marketing ya sabemos que el PSOE siempre está en primera línea.
Pero volviendo a las medidas que desde los estados se tratan de implementar para poner freno a la degradación ambiental, estas se enmarcan en lo que se ha venido a denominar como “capitalismo verde”. Un ejemplo reciente es el anuncio de Ángela Merkel de destinar 54.000 millones a la economía verde o las leyes anunciadas por el gobierno socialista en España.
Se trata en general de acciones que buscan favorecer la rentabilidad del capital o que sencillamente son anuncios propagandísticos. Y aunque algunas de estas medidas puedan suponer un avance, en ningún caso permitirán a largo plazo una solución viable a la crisis ambiental.
Mientras no se ponga en cuestión un sistema económico y su forma de producción, distribución y consumo, totalmente insostenible como es el capitalismo, continuará la contradicción entre el (supuesto) deseo de cambio de los gobernantes y la realidad que se impone. Un reflejo de ello son las continuas cumbres climáticas que apenas consiguen arrancar compromisos a las principales potencias contaminantes.
El más importante en estos momentos es el Acuerdo de París, cuyo principal objetivo es limitar la subida de la temperatura en 2ºC respecto a los niveles pre-industriales y que entrará en vigor en 2020 una vez expire el Protocolo de Kioto. La cumbre que ha tenido lugar durante estos días, convocada por el secretario general de la ONU, António Guterres, tenía como objetivo evaluar las promesas y los planes de acción climática puestos en práctica por los gobiernos desde el Acuerdo de París dado el escaso desarrollo de estos. El año que viene en Glasgow, los países deberán comprometerse a tomar nuevas medidas.
Pero el tiempo se acaba y por lo tanto en el futuro los problemas de índole ambiental, no solo el cambio climático, se agravarán. Con ellos lo harán también las migraciones, los conflictos por los recursos, y esperemos que también las protestas. Por eso es indispensable saber contra quién dirigirlas y quiénes son nuestros aliados en esta lucha.
En ese sentido nadie duda de la determinación y honestidad de la activista ambiental, convertida en líder mundial, Greta Thunberg. Pero tampoco podemos ser ingenuos y pensar que vivimos en un mundo donde una niña de 15 años se sienta frente al Parlamento sueco y de ahí, de forma espontánea, nace un movimiento planetario por la justicia ambiental. Si profundizamos un poco vemos cómo detrás de ellas hay empresarios como Ingmar Rentzhog quién ya trabajó para el Nobel de la Paz y ex vicepresidente de los EE. UU., Al Gore, quien se convirtió hace unos años en un “activista” contra el cambio climático (cabe suponer que las bombas que el gobierno de EEUU vertía sobre Irak y Yugoslavia durante aquellos años eran biodegradables y eco-friendly).
Del mismo modo es chocante cuanto menos que la activista sueca se haya desplazado hasta los EEUU en un velero propiedad de Pierre Casiraghi, hijo de la princesa de Mónaco. Ni unos ni otros parecen especialmente comprometidos con el medio ambiente y las injusticias, sino que más bien se encuentran del lado del que los promueven.
En definitiva, reciclar y no derrochar agua está muy bien pero la solución no pasa por pequeñas acciones individuales. Del mismo modo quienes nos han llevado a esta situación y provocan guerras y miseria por todo el planeta tampoco pueden ser parte de la solución.
Únicamente un movimiento que cuestione las bases de funcionamiento del actual sistema y que busque alternativas que garanticen unos derechos básicos para el conjunto de la población teniendo en cuenta los límites del planeta para que esta y las futuras generaciones puedan seguir viviendo en él, podrá hacer frente a uno de los mayores retos a los que se enfrenta la humanidad en estos momentos. De lo contrario nos espera un futuro negro e incierto.
Stephen Hawking, poco antes de morir, pronosticó que en 100 años el ser humano se mudaría a otro planeta. Todavía estamos a tiempo de cambiar las cosas en este mundo. Las movilizaciones del día 27, si apuntan al verdadero enemigo del planeta, el capitalismo, pueden ser un buen comienzo.