La irrupción de VOX en el escenario político ha trastocado la “anomalía” española dentro de Europa: la ausencia de un partido o movimiento de extrema derecha claramente definido como tal.
La formación de Santiago Abascal ha obligado a reaccionar al resto de partidos políticos conservadores (PP y Ciudadanos), llevándolos a extremar, un poco más, sus propuestas, copiando algunas de las ideas de la extrema derecha para evitar perder los votos de los sectores más ultraconservadores.
La presencia de la extrema derecha en Europa no es un fenómeno nuevo. Por el contrario, lleva años socavando las bases de la democracia y la convivencia, ante la pasividad de las instituciones democráticas para frenarla. Sin embargo, lo más preocupante, también en el caso de VOX, es que su presencia social desborda, con mucho, su representación institucional y condiciona buena parte del debate público.
La normalización del discurso de la extrema derecha
El discurso machista, homófobo, racista y autoritario está siendo normalizado como una ideología tan respetable como las demás, especialmente gracias al papel de los medios de comunicación. Pero también ha influido que otros partidos políticos y dirigentes, como Pablo Casado o Inés Arrimadas, hayan asimilado y animado el discurso de la extrema derecha, utilizando el discurso anti-migratorio o contra el independentismo catalán. Ha ido más allá del terreno político y ha comenzado a afectar a la sociedad.
Su discurso se basa en un mensaje simplificado, un relato sencillo, pero altamente emotivo, fácil de memorizar y reproducir y, en cierto modo, difícil de rebatir. Por ejemplo, el discurso xenófobo alimenta el odio al extranjero (el pobre, naturalmente), una inmigración subvencionada y aceptada por el sistema, que penaliza a los españoles, sobre todo cuando se acusa al “otro” de no integrarse o de la mayoría de los delitos (ambos aspectos totalmente falsos). Frente a esto, no ha habido un sector o líder político que haya sido suficientemente hábil o capaz para combatir ese discurso con una pedagogía alternativa eficaz, combinando esa pedagogía con la emoción y la razón.
La estrategia demagógica de la extrema derecha, tanto en el caso de VOX como del PP, se ha centrado en el abandono de cualquier tipo de actitud constructiva hacia las medidas propuestas por el gobierno. Se centran en esta estrategia, pero sin formular propuestas en positivo.
Por otro lado, se centran en crear culpables o enemigos que sirvan para canalizar las inquietudes de sus votantes potenciales. Es decir, encubren su falta de propuestas y medidas viables a los problemas cotidianos, inventando un “otro” que se considera culpable de todos los males, y que sirve para mantener el miedo de la sociedad.
Es necesario un discurso que combata las ideas, no al votante, sobre todo en aquellos temas que tan importantes son para la ciudadanía. No es suficiente con pensar que el votante sabrá discernir las verdades y las mentiras. Hay que ofrecer soluciones nuevas a problemas viejos y nuevos, generar nuevas coherencias y tejer nuevas expectativas entre la población.
Hay que buscar un discurso que deje claro que las medidas que propone VOX favorecen sólo a unos pocos y van en detrimento de las clases populares, destacar que sus “medidas” propuestas no tienen detrás una planificación concreta, y que su programa supondría un enorme retroceso en las políticas sociales, en igualdad, en violencia de género, etc. Hay que combatir a estos nuevos “mesías” con el discurso de la razón.
Necesitamos reflexionar y preguntarnos qué está haciendo bien la extrema derecha para entender cómo ha logrado que su discurso haya calado tan rápidamente en la sociedad española. Aún en 2017 se teorizaba sobre el fenómeno de la ausencia de la extrema derecha en el paisaje político español, y ahora ya forma parte de ese paisaje.
La extrema derecha y el uso de las redes sociales
En los últimos meses, el confinamiento ha exacerbado la importancia de las redes sociales como ámbito de debate, movilización social y desinformación. A raíz del comienzo de la crisis del coronavirus, la extrema derecha ha aprovechado el caldo de cultivo para iniciar perfiles cada vez más radicalizados y organizados, que se están dedicando a intoxicar las redes sociales con desinformación y fake news.
Se trata de una tendencia que se ha iniciado con el uso de la propaganda digital y la desinformación de la campaña electoral de Donald Trump. Desde entonces, se ha afianzado rápidamente en la sociedad española, superando a cualquier otro partido político en su influencia sobre la ciudadanía. VOX ha conseguido así superar el porcentaje de influencia del resto de partidos a la hora de llegar a la sociedad a través de las redes sociales.
Esta situación no es, ni mucho menos, algo espontáneo, que surja desde abajo, desde la ciudadanía. Muy al contrario, se trata de una estrategia bien coordinada y articulada desde arriba. La dirección de VOX utiliza grupos de comunicación para lanzar sus consignas a sus seguidores, a qué hora hacerlo, a quién dirigir los ataques y, sobre todo, contra quién dirigirlos.
Se trata de explotar al máximo los algoritmos utilizados por las plataformas digitales y mejorar la visibilidad de sus consignas. Al mismo tiempo, se utiliza la reacción contraria del resto de usuarios, para amplificar aún más el mensaje diseminado, a través de réplicas y contrarréplicas.
El discurso del miedo, de la incertidumbre, busca fomentar la efectividad del mensaje más autoritario, más agresivo, en tiempos de fuerte crisis como la que estamos viviendo. Sorprendentemente, es un mensaje que se compra mucho más efectivamente que el mensaje de la prudencia que surgen de las instituciones científicas.
Gracias a esto, las redes sociales se han volcado en los ataques al gobierno, haga lo que haga, para desacreditarlo y sembrar la desconfianza hacia todo lo que haga o diga. Es un mensaje que, en muchos casos a pesar de su absurdidad, cala en el subconsciente de los ciudadanos: cuanto más se critica al gobierno o a uno de sus miembros “por algo será”, sea cierto o no.
En muchos de estos casos, cuando se han compartido determinadas “informaciones” referentes a la pandemia, no se ha hecho con intención política, sino únicamente por el miedo que se ha generado en la sociedad. Por eso, se han organizado, en el marco de la pandemia, campañas de difamación y de acoso y derribo contra el gobierno. Esas campañas han sido orquestadas con hashtags tan explícitos como #PedroElSepulturero, o montando caceroladas contra el gobierno.
El objetivo de estas campañas de bulos y fake news no es derribar al gobierno de la noche a la mañana, sino someterlo a un proceso de erosión constante, desgastarlo y, sobre todo, preparar el escenario post-pandemia, según sus propios intereses (y no los de la ciudadanía). De ahí que las campañas se dediquen a igualar al PSOE y UP con conceptos de mala gestión, improvisación e, incluso, ocultamiento de la realidad.
Por tanto, el binomio PSOE-UP se convierte en sinónimo de mala gestión de una crisis, sea la que sea, y que votarles se convierte en una auténtica temeridad. VOX va, incluso, un paso más allá, y acusa al gobierno de haber actuado con negligencia y de forma sectaria, por ejemplo, permitiendo las manifestaciones del 8M o, por qué no recordarlo, el acto que VOX llevó a cabo ese mismo día.
Es virtualmente imposible trazar el origen de muchas de esas campañas de desinformación, y mucho menos cómo se podría frenar su difusión. Lo que sí podemos afirmar es que no surgen de la ciudadanía, sino que tiene un sistema de propagación intencionada.
Un cambio que se ha dado en los últimos tiempos ha sido el paso desde la automatización de esos mensajes (sobre todo a través de bots) a un sistema de perfiles falsos y reales, totalmente radicalizados, utilizados por personas reales, pero cuya actividad en las redes se ha radicalizado.
Al mismo tiempo, se ha constatado un gran crecimiento del uso de perfiles falsos: Unidas Podemos llegó a denunciar la creación de más de 1.700 de esas cuentas sólo en un mes, poco después del comienzo de la pandemia. Estas cuentas falsas han participado activamente en la viralización de las críticas al gobierno y sus instituciones encargadas de combatir el virus.
Gran parte del éxito que la extrema derecha tiene en las redes sociales se ha basado, sobre todo, en la desafección que grandes sectores sociales sienten hacia los medios de comunicación más tradicionales. En el caso de Youtube, por ejemplo, eso ha permitido que determinados youtubers se conviertan en iconos, en estrellas emergentes (para poco bueno y mucho malo).
La introducción de estos influencers permite que los individuos se sientan fuertemente identificados con ese icono, creando una sensación de desconfianza hacia los medios tradicionales, mientras se afianza la confianza ciega en el ídolo de referencia.
Esto mismo ha pasado con una serie de influencers de extrema derecha: por ejemplo, un personaje tan siniestro como el pseudo-periodista Javier Negre.
Este éxito es un fenómeno que Manu Garrido ha denominado “auge de la anticomunicación” que se basa en la desconfianza en los medios tradicionales, pero combinado con la radicalidad y los bulos, así como la paranoia sobre “la verdad que no os están contando”, y que ofrecen la oportunidad de unirse a los que “sí saben”, proporcionando un sentimiento de pertenencia a un grupo escogido y selecto.
Aunque parece que nos centramos exclusivamente en VOX, que se lleva la palma en esta situación, también el PP va a la zaga a la hora de usar el bulo y los elementos más virales del entorno. Se trata de atizar el odio contra el gobierno y contrarrestar las medidas sociales de éste.
A partir de ahora veremos un recrudecimiento de la guerra comunicativa que ya ha comenzado. El que consiga dominar el relato conseguirá atraerse la atención pública y el voto del electorado.