Venezuela… El beso de los NiNi
Se les llamó ¨nini¨, (ni con este ni con el otro). Este sector sigue creciendo, ganando adeptos a cada minuto
La constante en los períodos electorales en Venezuela es la impronta de un sector de la población que históricamente no se afilia a las dos corrientes mayoritarias en el ámbito político. Se les llamó ¨nini¨, (ni con este ni con el otro). Lo importante es que este sector sigue creciendo, ganando adeptos a cada minuto y con su elevación parece una fortaleza, inmune a campañas y slogans, a ritmos y compases.
En una era de consumo rápido y obsolescencia programada las ideas políticas no pueden competir contra la realidad que te golpea como una bofetada. Las condiciones de vida de los venezolanos en específico han transformado hábitos y ritos de una sociedad que se enfrentó a una agresión desproporcionada y siniestra, sí, pero también a una estructura de tejido orgánico que hacía aguas frente a la ideología que ¨la representa¨. Mientras la ideología y la campaña política ejecutaba narrativas de paz nacían carteles criminales que hoy recorren el mundo. Mientras la ideología narraba caos y miseria nacía una clase privilegiada que se aprovechaba del dinero que llegaba para la ayuda humanitaria.
Son decenas de ejemplos, que ilustran de algún modo el mar de contradicciones que resulta de cualquier análisis que se haga en esta nación caribeña, cuna de una de las revoluciones más importantes de la historia contemporánea. Sin embargo, hay una constante dentro de las aspiraciones del sector antes mencionado, y se resume con apenas una palabra: cambio.
El ¨cambio¨, o la certeza de ignorar o eliminar lo que hay.
La clave es entender que este sector, autodenominado ¨apolítico¨ es alimentado por la juventud. Una juventud mediada por las redes, con características que ya he descrito antes como ¨neofilia¨(una necesidad de avanzar en lo nuevo a partir de la destrucción de lo anterior), con la rebeldía propia de los años mozos y sobre todo, con un cinismo curtido en veinte años de guerra política. A esto súmele el descontento y la decepción de la militancia, las actuaciones individuales de políticos, la indiferencia a lo colectivo y la rampante ¨personalización del planeta¨: una visión personalísima de la vida en la tierra, egoísta y solitaria desconectándose a cada segundo de lo real para navegar por horas en Internet.
La apolítica entonces no es desapego con lo político, ni indiferencia. Lo contrario: en estos momentos consiste en el status paralizante de no encontrar opciones que representen las necesidades de un mundo que ya cambió. El limbo existencial de correr con un sistema corrompido, que crea figuras a su imagen y semejanza enmarcadas en un daguerrotipo. La ruta solitaria en la que la política empieza a parecer un fardo al que hay que cargar a juro. La elección de un mal menor. El sinsabor de asumir que nada cambia, y que no hay fuerzas para acompañar iniciativas estériles. De ningún color.
La conquista de este sector es un desafío. Las fronteras y las naciones se desdibujan, el nacionalismo que cruje cuando suenan tambores de guerra no basta para encender esa llama que se apagó. Cualquier intento de gerenciar lo político raya en el cliché y lo ridículo. Es una pared de recordatorios, de miradas incrédulas. Un enorme muro de los lamentos que te observa impasible.
De ese caldero antropológico nace la simpatía por Milei, en Argentina. Nació también la victoria sin aparecer en los medios de Bolsonaro. La peligrosidad de sus decisiones se tiñe de venganza en determinados contextos. La teatralidad, el desparpajo y la ironía les atrae como la miel, porque ven con simpatía la ruptura con el orden. Responden al logro personal, a la honestidad y dureza, a la verticalidad de los planteamientos y a la promesa de mandar todo a la mierda. Y en medio de esos matices, la pulpa responde a la verdad, a la entereza. Esa pulpa que concentra lo más puro de un pueblo, herido millones de veces pero con temperamento de cocodrilo es la que decidirá nuestros destinos en el futuro. Comienzen a entenderlos desde hoy.