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TERMINATOR 2024

La saga Terminator nació en un momento clave de la historia del cine y la tecnología.

Para los ochenta, el concepto de un #robot #asesino enviado del futuro triunfó masivamente, capturando las ansiedades de una sociedad que se enfrentaba a rápidos avances tecnológicos y el posible descontrol de estos.

La idea de una #máquina que pueda operar completamente de manera independiente; sin embargo, se contradice en exégesis: Terminator cumple a cabalidad unos objetivos programados. Toma decisiones en base al análisis de probabilidades de auto-supervivencia frente a realizar el objetivo y por suerte, siempre antepone la consecución del mismo a su propia existencia. Una poética forma de decirnos que es bien jalabola.

Pero, tomar decisiones complejas en tiempo real también es una quimera. Aunque cercana, necesitaría toda la energía fósil del planeta para parir su primer prototipo, y toda la Argentina exprimida por litio para su producción. Elon lo sabe. Milei lo sabe. Paradójicamente, el ¨nirvana¨de un planeta de vagos mientras los robots trabajan necesita un genocidio global para su cristalización. Un genocidio ambiental, animal y mineral.

Y en torno a esto, cualquiera puede ver en TikTok el video de un robot de Tesla en forma de perro, titubeando ante un escalón. Quizás es lo que quieren mostrarnos. Quizás quieren tapar el hecho de que esa toma de decisiones a veces implica eliminar al ser humano. Con el que, difícilmente, quieran mimetizarse; recordemos que cada vez que la inteligencia artificial ¨cobra vida¨, desea asesinar al dueño. Hay algo de ¨self-pride¨ implícito en la toma de conciencia de la máquina. Hay algo de orgullo cibernético y de desdén por la fragilidad de la piel humana. En esa revolución llevamos las de perder.

Corren los últimos meses de un accidentado año 2024, y hoy todos somos John Connor. La noción de ¨robot asesinos¨ se esconde detrás de cada cliente de Hollywood. La paranoia de la emancipación de la máquina la lleva muy lejos para la idiosincrasia occidental, en donde el culto al trabajo alimenta la industria. Los que entendemos por apego a la tecnología esconde la certeza de que nos manipula. Y aun así, cedemos ante el encanto de su infinita potencia.

Por ahora, la inteligencia artificial no ha construido un Terminator, pero sí sabe dibujar y fotografiar más rápido que nosotros. Ha desbancado de sus puestos de trabajo a escritores, guionistas, narradores. A diseñadores gráficos, ilustradores, maquetistas, arquitectos, copywriters, directores creativos, vendedores, y un largo historial de carreras humanísticas.

Repito, por ahora la inteligencia artificial ha traído más pobreza a la humanidad. Seguimos esperando que limpie calles, regule el tránsito, atrape delincuentes, rebaje el costo de la pasta. Queremos que barra la casa, haga las arepas y consiga la harina. Para los que mantienen la calma ficticia de las guerras de cuarta generación, los terminators ya están aquí.

Y es que si Estados Unidos decide invadir a Venezuela, ¿deben enviar robots para coronar la operación encubierta? De las plataformas de redes sociales que anticipan el ataque. No hace falta que los robots caminen por las calles de Catia. Nuestros terminators son entrenados en Costa Rica y Panamá. La guerra en Caracas no es ciencia ficción, y sus hijos plantan un nuevo terror que no tiene nada de tecnológico en la campaña presidencial de Estados Unidos.

El T-800 sigue siendo un recordatorio de lo que podría ser posible en el futuro, al mismo tiempo que nos advierte sobre las implicaciones éticas y sociales de crear máquinas tan avanzadas y autónomas. También es un fanbase que celebró el nacimiento de SkyNet. Todo eso y más, para seguir asustando a sus audiencias con terrores por venir, mientras siembran el terror real en todo el planeta. ¿A ver que te dice un niño en Gaza: un soldado israelí es un Terminator?