Esta semana se ha investido como presidenta de Navarra a María Chivite, candidata del PSOE, gracias a los votos de su partido, Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra, además de la abstención de 5 de los 7 diputados de EH Bildu. En la Comunidad de Madrid, todo parecía indicar que se impondría el pacto entre las tres derechas –Partido Popular, Ciudadanos y Vox-, nombrándose presidenta a la popular Isabel Díaz Ayuso; no obstante, la imputación en las últimas horas de Esperanza Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes podría frenar la investidura.
Desde las pasadas elecciones autonómicas del domingo 26 de mayo, los principales partidos estatales se han atacado mutuamente por los posibles pactos postelectorales que podrían formar. Ya durante la campaña electoral, uno de los mantras que repetían era el de “aquel pactará con el otro y no quiere reconocerlo”. Estas dinámicas, que se reproducen en el Congreso de los Diputados, fueron especialmente agrias en los casos de Navarra y Madrid.
>>La incapacidad de Pedro Sánchez de lograr acuerdos de gobierno<<
El caso navarro
En la Comunidad Foral de Navarra, la victoria fue para la coalición Navarra Suma, formada por Unión del Pueblo Navarro, el Partido Popular y Ciudadanos, que se llevó 20 escaños. Desde un primer momento, pese a la victoria, los líderes de los partidos de derechas atacaron al PSOE, segunda fuerza con 11 escaños, ante la posibilidad de que los socialistas pactaran con EH Bildu, partido independentista vasco asociado con la izquierda abertzale.
Pese a que el PSOE de Pedro Sánchez había afirmado por activa y por pasiva que no pensaba pactar con ningún partido independentista, populares como Cayetana Álvarez de Toledo o naranjas como el propio Albert Rivera, aprovecharon la ocasión para atacar las opciones de Chivite de convertirse en presidenta de la Comunidad Foral, asegurando que los socialistas habían pactado formar gobierno en secreto. Acusaciones parecidas se realizaron en el Congreso de los Diputados, afirmando que Pedro Sánchez había pactado con los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya y Junts per Cataluña.
Finalmente, EH Bildu decidió que cinco de sus diputados -los necesarios- se abstuvieran, permitiendo la formación de gobierno por parte del Partido Socialista Navarro, mientras que los otros dos votaron en contra, escenificando así su contrariedad, pero impidiendo que Navarra Suma se hiciera con la presidencia.
>>Íñigo Errejón ha perdido el rumbo<<
La comunidad de Madrid
En el caso madrileño se giraron las tornas. Centrada la campaña en la pugna entre Más Madrid y Unidas Podemos, finalmente fue el PSOE el que se impuso con 37 escaños. No obstante, la suma de derechas entre PP, Ciudadanos y Vox otorgaba la presidencia a Díaz Ayuso, candidata popular. En este caso, las críticas se realizaban contra la opción escogida por PP y Ciudadanos, a quién se acusaba por sus pactos con la ultraderecha y el fascismo, representados por el partido de Santiago Abascal.
Pese a las presiones, lideradas por el PSOE, incluyendo la petición de Iñigo Errejón de que Ciudadanos permitiera un gobierno de coalición entre ellos, los socialistas y Más Madrid, la marcha de históricos dirigentes naranjas, o las declaraciones de líderes liberales como Emmanuel Macron, finalmente los naranjas decidieron reeditar el pacto de Andalucía.
Esta investidura, a fecha de hoy, está en el aire. Pese al acuerdo alcanzado entre los tres partidos, la petición de la fiscalía anticorrupción de investigar la participación de varios líderes madrileños históricos del PP en el caso Púnica, podría hacer replantear a Ciudadanos su alianza con los populares. En cualquier caso, parece improbable que los naranjas recapaciten y propongan un pacto con socialistas y Más Madrid.
Las contradicciones
Con estos dos ejemplos, se hace patente la contradicción en la que entran partidos como PSOE o Ciudadanos cuando se trata de los pactos postelectorales. Tanto unos como otros consideran adecuados sus socios, mientras que los del contrario son una vergüenza nacional. Sin comparar ERC o Bildu con Vox, un partido filofascista que, en caso de gobernar, podría llegar incluso a abolir la democracia, parece evidente que socialistas y naranjas no predican con el ejemplo.
El caso del PSOE es todavía más curioso, teniendo en cuenta que necesita de los independentistas para formar gobierno. La negativa de Pedro Sánchez de pactar con ERC, JxC o Bildu solo sirve para ningunear a los miles de ciudadanos que han votado estas opciones políticas. Sánchez asume que estos partidos le prestarán su apoyo para evitar que el gobierno recaiga en manos de la derecha, evitando así otorgar ninguna contrapartida a cambio. Y tiene razón, como demuestra la abstención de ERC en el Congreso y la de EH Bildu en Navarra.
La exclusión de los partidos independentistas de cualquier negociación solo puede conducir a enquistar el problema; en cualquier caso, estos deberían dejar de apoyar gratuitamente al PSOE, puesto que conlleva afirmar su estrategia.
En relación a Vox, en otras democracias europeas se ha demostrado que la mejor opción es realizar un cordón sanitario entre todas las fuerzas democráticas para evitar que gobiernen e impongan su hoja de ruta. El problema es que en España tanto Partido Popular como Ciudadanos comparten buena parte del programa electoral de la formación verde, facilitando así que lleguen a acuerdos y puedan formar gobiernos.