La vida es hermosa. La mayoría de nosotros no se da cuenta de ello hasta que ya es demasiado tarde. Pasamos los días, las semanas, los meses y los años obcecándonos con situaciones y problemas completamente absurdos. El trabajo ocupa un gran espacio de tiempo en nuestro día a día, y prácticamente no nos queda tiempo para nosotros. Vivimos verdaderamente adormilados yendo de un sitio a otro sin sentido alguno. Hemos perdido el contacto con la naturaleza, con la madre tierra, con nosotros mismos.
Yo antiguamente era una de esas personas. Trabajaba en una gran multinacional como secretaria de dirección. Mi jornada laboral empezaba a las nueve de la mañana y terminaba a las seis de la tarde. Cuando llegaba a mi casa seguía recibiendo llamadas telefónicas y correos electrónicos hasta las diez o la once de la noche, hora en que solía darme una ducha relajante y acto seguido me metía en la cama, para poder conciliar el sueño durante unas pocas horas para volver a levantarme al son del despertador que indicaba que todo empezaba de nuevo. Vivía sola. No tenía pareja, ni hijos, ni amistades fuera del trabajo. Vivía absorta en él. En realidad no vivía, sino que estaba muriendo en vida.
La persona con quien más contacto tenía era Clara, otra secretaria que trabajaba en mi departamento. Era mi compañera y confidente. Quedábamos cada sábado para cenar en mi casa y desconectar de todo. Pedíamos unas pizzas, abríamos unas cervezas y nos reíamos. Unas veces nos poníamos alguna película con la que reírnos, otras una serie. Acabábamos a las cinco o seis de la madrugada. Nos olvidábamos de todo durante unas horas. Sin duda era el mejor momento de la semana.
El 27 de junio de 2007 mi vida cambió para siempre. Cumplí cuarenta años. Veintidós en la empresa. Al soplar las velas no supe cual de las dos efemérides me entristecía más. Más de la mitad de mi vida desperdiciada entre las cuatro paredes de mi oficina. Nada más pensarlo un escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba a abajo. No había viajado, no había visto nada del mundo que me rodeaba en cuarenta años. Eso me empezó a causar terror.
Organicé una fiesta en casa cuyos invitados fueron unos cuantos compañeros de trabajo, incluida Clara. Comimos, bebimos y yo soplé las velas de la tarta para a continuación abrir los regalos que todos me habían traído. Regalos absurdos y aburridos que fui desempaquetando al mismo tiempo que fingía una expresión de sorpresa y alegría -en mi cara se dibujaba una mueca que pretendía ser una sonrisa alegre-.
Colonias, sales de baño, pendientes… Los típicos regalos nada personales que hace la gente que o bien no tienen ni idea de lo que me haría ilusión realmente, o bien no quieren gastarse el dinero en ello. Solamente un regalo me hizo sonreír sinceramente: el de Clara. Una foto enmarcada que nos tomamos al poco de conocernos hacía ya quince años. Pero había más.
– “¡No te creas que he sido tan tacaña de gastarme cinco euros en un marco para tu cuarenta cumpleaños! Aquí tienes. He pensado que últimamente no estás muy animada así que te traigo un vale para seis meses de gimnasio pagado. Por aquello de empezar a cuidarse y hacer cosas fuera de la rutina. Y, ¿quién sabe? Igual entre tanto hombre musculado encuentras el amor…“.
Yo siempre fui reacia a hacer ejercicio. Clara lo sabía. Pero intentó convencerme acerca de las maravillas que el ejercicio podía hacer por mí. Además el gimnasio disponía de spa y piscina, con lo cual podría relajarme justo después del trabajo o a la hora que prefiriera, ya que era un sitio de ésos que estaba abierto veinticuatro horas todos los días de la semana. Se lo agradecí, aunque no estaba muy motivada. Por otro lado, la idea del spa no me acababa de desagradar del todo.
Pasaron unas semanas y un buen día decidí estrenar mi regalo de cumpleaños. Era sábado y hacía mucho calor. Me levanté, desayuné y acto seguido me dirigí al famoso gimnasio que quedaba a unos diez minutos de mi casa. Llevé una bolsa de deporte con ropa, toallas y bañador.
Al salir de casa empecé a emocionarme ya que era la primera vez en mucho tiempo que iba a hacer algo que no tenía nada que ver en absoluto con mi trabajo. Llegué al gimnasio y me hicieron rellenar unos papeles para registrarme y al cabo de unos quince minutos ya pude entrar. Me informaron de donde estaba todo. No me interesaban para nada esas salas enormes con máquinas tremendas para correr, saltar o yo que sé qué debían hacer. Tenían todo tipo de maquinaria en diferentes salas.
Fui directa al spa. Estuve un buen rato en una piscina de donde salían chorros de agua caliente, luego otra igual con agua fría. La verdad es que fue muy relajante. Pasaron un par de horas hasta que salí del spa. Me dirigía al vestidor cuando pasé por delante de la piscina cubierta de natación. Era enorme. Tenía al menos diez carriles de ancho y era muy larga. Al lado una piscina mucho más pequeña y menos profunda abarrotada de niños que jugaban y chapoteaban bajo la supervisión de sus padres. Había mucha gente por todas partes.
Me fui a casa y regresé a la mañana siguiente. Hice la misma rutina. Un par de horas en el spa y otra vez me detuve enfrente de la piscina grande. Pero otra vez había demasiada gente, demasiado ruido. Me senté en un rincón al borde y metí las piernas en el agua. Nunca fui muy buena nadadora pero me defendía bien y aquella piscina me llamaba, sentía unas ganas irrefrenables de saltar dentro y perderme en el agua.
Me dije a mí misma que al día siguiente estaría allí a las siete de la mañana y me pegaría un chapuzón antes de ir a trabajar. Y así lo hice.
Me levanté a las cinco de la mañana, desayuné y con toda la ilusión del mundo fui a probar la piscina grande. Cuando llegué quedé maravillada pues no había nadie nadando. Tenía toda la piscina literalmente para mí sola. Bajé al agua por las escaleras y mientras me iba sumergiendo poco a poco iba notando cada sensación en mi piel. El roce con el líquido me relajaba más y más y cada vez más. La temperatura era formidable y el silencio alrededor me embriagaba.
Entré y me dí cuenta de la profundidad que tenía la piscina. No tocabas con los pies en el suelo, quizás había dos metros hasta el fondo. Empecé a mover los pies, las piernas y los brazos, y a medida que mi cuerpo se adaptaba a ese líquido maravilloso las sensaciones de placer y felicidad aumentaban. Nadé, buceé, dí muchas vueltas e hice mil cabriolas en el agua. El socorrista, sentado en su su silla al otro lado del recinto, me miraba atónito dando la situación por inaudita. Me sentía como una niña pequeña, por una vez en la vida me sentía viva.
Sobre las ocho empezaron a llegar más bañistas y cuando me dí cuenta de la hora que era salí corriendo hacía el vestidor para cambiarme e irme a la oficina. Creo que fue la primera vez en veintidós años que llegué tarde al trabajo. Todo el mundo me preguntó qué era lo que me había pasado, no por el hecho de haber llegado tarde, sino por la sonrisa que no dejaba de mostrar en todo momento. Era feliz.
Los días posteriores continué yendo a nadar a las seis de la mañana. Al cabo de un par de semanas empecé a ir también por la tarde después de trabajar. Y a finales de julio también hacía turno de noche, me quedaba hasta las tantas de la madrugada. Ya no rendía tanto en el trabajo pero no era debido al cansancio de nadar, más bien era que ya no le daba tanta importancia.
Había empezado a disfrutar de la vida y el trabajo no me preocupaba en absoluto. Al revés, cuanto más horas pasaba en la piscina más descansada y renovada me sentía. Y ya no atendía llamadas fuera de mi horario, ni e-mails, ni a nada y a nadie. Solamente estábamos yo y mi agua, nada más. Dejé de quedar con Clara los sábados, ya que por la noche era el mejor momento para disfrutar del agua. Había encontrado mi contacto con la naturaleza, con lo más esencial que todos llevamos dentro. Y cuando encuentras eso, es muy difícil volver a tu vida anterior.
¿Cómo iba a imaginarme yo lo que me acabaría sucediendo? Mi mente ahora está expandida y viaja al unísono con la corriente del universo. Dicen que a todos nos ha de llegar tarde o temprano. Hay personas que viven y mueren sin llegar a conocer los entresijos de este nuestro mundo. Hay otros que lo logran antes de morir. Y hay otras personas como yo que lo hacen mucho antes de lo esperado.
Continuará...