La pandemia del coronavirus sigue marcando la actualidad de España, que pese a los esfuerzos del gobierno sigue avanzando sin visos, por ahora, de estabilizar la curva de contagios. En la sociedad ha emergido un debate sobre la sanidad.
No tanto sobre si la pública debe estar por encima de la privada, cuestión que genera un apoyo en favor de una respuesta positiva, sino si es necesario salir a las calles de manera pacífica, una vez sea superada la pandemia, para exigir una mayor apuesta por el sistema de salud público, que a día de hoy, a causa de los recortes de los últimos gobiernos, no es capaz de afrontar de manera satisfactoria la crisis del coronavirus.
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Por ello, nuestro redactor de la Sección España, Andrés Santafé argumenta en favor de la movilización una vez se supere la crisis, mientras que nuestro analista Miguel Sanz Sanz apuesta porque no será necesario.
Debate o Dogma: ¿será necesaria la movilización en las calles tras el coronavirus?
Andrés Santafé considera que SÍ
El panorama es el siguiente: una extrema derecha que aprovecha el dolor ajeno, unas Fuerzas de Seguridad desmesuradas en su actuación y la evidencia de que es necesario defender lo público. Ante esto mi postura: es crucial retomar la movilización en las calles y organizarnos en cada rincón. Por lo público, por la vida y por todas.
A excepción de aquella minoría que tuvo la desgracia de vivir los años de la posguerra, la mayoría de la sociedad no había visto una crisis tan importante como esta. Es evidente que va mucho más allá de tener que estar una temporada viendo Netflix más de lo que nos gustaría, y sin poder bajar a tomar una cerveza.
Los dos ámbitos problemáticos derivados de la aparición del Covid-19 son claros: la economía y la sociedad. Por un lado, el confinamiento ha obligado a paralizar toda actividad económica que no sea esencial o no pueda ejercerse desde el domicilio.
Respecto a lo social, las consecuencias de estar prácticamente aislados durante un largo periodo de tiempo, (que todavía no sabemos lo que va a durar) pueden ser devastadoras para una parte importante de la población.
Momentos de incertidumbre
Comentaban algunas voces desde la izquierda que esto iba a ser como la caída del Muro de Berlín para el neoliberalismo. Yo no me atrevo a ser tan optimista. Pienso que puede ser su Chernóbil. Ese momento en el que todo el mundo vea que algo va mal, y que ese algo va a cambiar en un futuro próximo de forma irremediable.
Un virus ha sido capaz de poner en jaque al sistema tal y como lo conocemos: los mercados se desploman, los gobiernos reaccionan tarde, las entidades supranacionales ni están ni se las espera, y los expertos hablan de una recesión que podría ser mayor incluso que la de 2008.
El descontento con la Unión Europea de la población de los llamados PIGS (Portugal, Italy, Greece, Spain) no hace más que aumentar. Sus ayudas son escasas y, sobre todo, tardan demasiado. Con esto continúan los contagios y las muertes, y en apoyo no aparecen los Estados Unidos de Trump (claro ejemplo de anteponer el capital a la vida, con catastróficos resultados) sino China, Rusia y los médicos procedentes de Cuba. El paradigma podría estar cambiando delante de nuestros ojos.
Repercusiones desiguales
Como ocurre con cualquier cosa y por mucho que se empeñen en repetirlo desde el gobierno, el coronavirus no nos afecta igual a todos. El lunes posterior a la declaración del estado de alarma aparecieron cantidad de imágenes con personas que abarrotaban el transporte público.
Evidentemente, gente de clase trabajadora que acudía a su puesto. También ocurre con el estudiantado, ya que las clases online no pueden seguirse si no se dispone de ciertos medios. Ya sabemos que el agua moja, y también sabemos a qué clase pertenecen dichos estudiantes.
Otro factor preocupante es quién va a pagar la crisis económica que vendrá una vez todo esto acabe. Tanto en 2008 como a lo largo de la historia la hemos pagado los de siempre, nunca los culpables. Para esta no hay culpables a señalar, pero siempre hay quien va a sufrir más. No hace falta que lo diga, lo sabéis más que de sobra.
El individualismo y la policía de balcón
El confinamiento está dejando imágenes surrealistas cada día. Vecinos increpando a madres que pasean a su hijo con autismo, insultando a sanitarios que se dirigen al hospital o jaleando brutalidad policial. Tan criticable es quien por su egoísmo desobedece las órdenes, como aquel que se alegra de que las envalentonadas Fuerzas de Seguridad agredan de gratis al citado egoísta.
Todo bajo la atenta mirada de ese soplón que, como si de la Vieja del Visillo se tratase, espera tras su ventana a que tardes cinco minutos más de la cuenta en ir a por el pan y avisar a la Policía.
La movilización sigue y debe seguir
Una enorme cantidad de colectivos sociales firmaron nada más comenzar esta crisis el Plan de Choque Social, una serie de propuestas que buscaban poner la vida, la sanidad, los cuidados y la clase trabajadora en el centro. Desde allí se ha empezado a promover una huelga de alquileres que comenzará en abril.
Otro momento de esperanza tuvo lugar el día 18. Mientras Felipe VI apareció en pantalla para recitar su anodino discurso, una población más enfadada por que evitase hablar de los trapicheos de su padre que interesada por lo (poco) que tenía que decir, golpeó con fervor republicano sus cazuelas.
Con todo y como siempre, hay que ser críticos desde la izquierda. El gobierno está actuando, en la línea de todos los estados, tarde y de forma insuficiente.
El panorama es el siguiente: una extrema derecha crecida, que aprovecha el dolor ajeno y lanza mentiras, unas Fuerzas de Seguridad desmesuradas en su actuación y la evidencia de que es necesario defender lo público. Ante esto no puedo tener más clara mi postura: es crucial retomar la movilización en las calles y organizarnos en cada rincón. Por lo público, por la vida y por todas.
Miguel Sanz Sanz estima que NO
De nuevo, para los que consideren que hace falta una mayor inversión pública en el sistema sanitario, una mejor retribución de los profesionales del ramo, tendrá que ser a través de los medios de comunicación e influyendo en las propuestas y actuaciones de los ejecutivos autonómicos y nacionales donde se sustancien estas propuestas.
En un momento de desconcierto, incertidumbre y de deseos imperiosos de volver a la tan manida “normalidad” interrumpida por este maldito virus, es conveniente preguntarse por el día después, por las consecuencias que va tener esta fuerte crisis en nuestra sociedad.
En concreto nuestro director, Gonzalo, nos interpela por la necesidad y la idoneidad de que se produzca una fuerte movilización en las calles en defensa de un Estado más fuerte y de una Sanidad más potente. Mi respuesta es que no.
En primer lugar porque es incierto e indeterminado el desenlace de este grave problema al que nos estamos enfrentando. Un estudio del Imperial College de Londres publicado el 16 de marzo, afirma que la mejor solución para suprimir la transmisión del virus es el confinamiento indefinido.
La cuarentena debe mantenerse en los países más afectados, como por desgracia, es el caso de España, hasta que la vacuna esté disponible (entre 12 y 18 meses se estima).
Si bien es cierto que no es posible mantener a la gente encerrada en casa tanto tiempo, ni paralizar la actividad económica con el consiguiente estrangulamiento definitivo de la economía de la que costaría recuperarse décadas, lo cierto es que parece que la vida no va a volver a la normalidad de forma rápida.
Por lo menos, a la que conocíamos hasta que esta inesperada situación, aún para mucha gente incomprensible, estallase hace tres semanas.
Las restricciones de aforo será una de las consecuencias del coronavirus al no haber logrado desaparecer por completo el riesgo de contagio en los países más afectados. Una de las medidas que se barajan es el cierre intermitente de escuelas, universidades y otros espacios públicos para limitar los contactos sociales fuera del hogar.
No quiero con esto hacer una llamada al pesimismo. Nada más lejos de la realidad. Datos esperanzadores hay. Por ejemplo que la mayor parte de China ha regresado a la normalidad tras tres meses de control estricto mientras pensábamos ingenuamente en Europa que esto no iba con nosotros.
Sube la manufactura, vuelven los atascos y tres de cada cuatro trabajadores han vuelto a sus puestos, según Science. Con la salvedad de que en la ciudad de Wuhan y su provincia Hubei donde surgió y se propagó el coronavirus, la recuperación va más lenta que en el resto del país.
Por eso, no considero que cuando se vaya paliando la situación, lo más aconsejable sea salir a la calle a manifestarse y protestar. Razones no sobrarán. Este Gobierno se ha visto sobrepasado por las circunstancias y si se hubiese empezado a actuar antes, a principios de marzo, la situación no sería tan crítica ni la duración de las medidas drásticas tan prolongada en el tiempo.
Existen informes de la OMS o del CSIC alertando de la gravedad del problema y aconsejando tomar medidas y hacer acopio de material sanitario. Pero tendrá que ser la oposición quien le pida explicaciones, solicite una comisión de investigación e incluso, la convocatoria de nuevas elecciones para que los ciudadanos se pronuncie, juzguen y opten por los distintas propuestas para hacer frente a la fuerte crisis económica que nos espera. Será a través del Parlamento y las instituciones y procedimientos democráticos como el Gobierno rinda cuentas de su actuación. Esta vía es preferible a la calle.
De nuevo, para los que consideren que hace falta una mayor inversión pública en el sistema sanitario, una mejor retribución de los profesionales del ramo, tendrá que ser a través de los medios de comunicación e influyendo en las propuestas y actuaciones de los ejecutivos autonómicos y nacionales donde se sustancien estas propuestas.
En otro plano, conviene tener en cuenta que esta crisis nos tiene que servir para reflexionar sosegadamente y salir del barullo en el que llevábamos instalados mucho tiempo. En Madrid, por ejemplo, se han registrado más de 3000 moviliaciones en los dos últimos años, 2018 y 2019 lo que sale a una media de casi 10 al día.
Lejos de mi intención está censurar o limitar la libertad de expresión considerando que la libertad de manifestación es uno de sus pilares importantes. Pero sí considero que muchas de ellas han sido excesivamente ideologizadas.
En este sentido, cuando te das de bruces con un problema verdaderamente serio, de la gravedad que tiene el coronavirus, eres capaz de relativizar y poner en su contexto los temas que has estado protagonizando el debate público en los últimos años.
A mi juicio, la izquierda lleva cayendo 20 años en el error de lo innecesario. Tratando de arrinconar a la derecha y patrimonializando asuntos como la Memoria Histórica, la causa de la mujer o la defensa del Estado del Bienestar. Obviando que en Comunidades Autónomas gobernadas por el Partido Popular, la educación o la sanidad funcionan mejor que en otras gobernadas por el PSOE. O que el centro derecha tenía completamente olvidado a Franco y en ninguno de sus dirigentes políticos se escucha ningún sentimiento de nostalgia hacia su régimen.
Es probable que una parte de la derecha radical se haya sumado en el último año a la polarización política introduciendo temas en la agenda política que no coinciden con las preocupaciones principales los españoles, como puede ser la tenencia de armas, el supuesto adoctrinamiento en materia sexual en los colegios o el negacionismo climático.
Incluso los sucesos vividos hace dos años en Cataluña con el intento de sublevación constitucional y el posterior juicio concluido con varias condenas por sedición, parece un asunto menor en comparación con la situación en la que nos encontramos ahora mismo.
Llegados a este punto, considero que lo más sensato es canalizar los esfuerzos y las energías en el problema verdaderamente importante que nos va a ocupar en los próximos años. Se trata de seguir teniendo un Estado fuerte, que sea capaz de responder a crisis de este calibre, que pueda dedicar importantes recursos públicos a las partidas sanitarias, pero que, a su vez, no asfixie a los sectores productivos de los que manan esos recursos –no lo olvidemos – máxime en un país, el nuestro, en el que abundan las pequeñas y medianas empresas, ya bastante al límite por las tasas impositivas y las imposiciones regulatorias.
Buscar modelos que aumenten la eficiencia, la coordinación del Estado central con las CCAA, que maximicen la colaboración público-privada y que sean punteros en investigación, es lo que debe centrar el empuje de la sociedad civil y la actuación política tras esta crisis que, esperemos, no se prolongue demasiado.