Tras la victoria de Evo Morales en las elecciones de Bolivia, la tensión va en aumento. Recientemente se han reportado dos muertos en un grave enfrentamiento provocado por los grupos opositores al candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS).
Las protestas en los grandes núcleos urbanos, como la ciudad de La Paz, transcurren con cacerolazos y cortes de calles.
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Esta revuelta viene condicionada por el clima de crispación gestado por los dos principales personajes de la oposición boliviana: Carlos Mesa y Fernando Camacho. Ambos, incluso desde antes de los comicios, han cuestionado en reiteradas ocasiones el triunfo del presidente Evo Morales.
Ambos dirigentes de la derecha se han mostrado contrarios a las decisiones y análisis de los diversos observadores internacionales, que asistieron a supervisar la gestión de los votos a lo largo de su recorrido. Además ahora se han postulado en total desacuerdo con la auditoría nacional e internacional iniciada el pasado 30 de octubre, con la participación de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Según los analistas esta confrontación a las decisiones de la OEA por parte de Mesa vino propiciado por su encuentro con Camacho, quién lo convenció de rectificar su posición. Carlos Mesa por un lado tenía la esperanza de que la OEA propusiera una segunda vuelta, que le beneficiaría según las encuestas.
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Con esta estrategia golpista, en cuanto a que no se reconocen los resultados aceptados como válidos por la totalidad de la Comunidad Internacional y sus organizaciones, Carlos Mesa busca un respaldo social con el que hacer valer su postura antidemocrática. Una coincidencia fundamental con el venezolano Juan Guaidó.
El expresidente boliviano aún es recordado por casos de corrupción y la masacre de El Alto. En cambio Camacho en Santa Cruz, feudo opositor de Evo Morales, ha logrado fortificarse y dirigir el descontento hacia las calles. No obstante, pese al amplio respaldo con el que cuenta Camacho, sus estrategias políticas le han llevado a perder algunos votos en las últimas elecciones por parte del sector empresarial, hecho que benefició notablemente a Mesa.
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Dentro de este contexto, y expuesto el consenso entre ambos dirigentes, no es descabellado plantear que la estrategia de ambos ahora discurre por cauces que están fuera de la Constitución boliviana.
El planteamiento es de confrontación con el gobierno, quién ya ha catalogado el escenario como golpista, y ha respondido con movilizaciones populares en las calles, lo que supone un freno a las aspiraciones de la derecha, que sin mostrar un respaldo masivo a su plan, no pueden alcanzar la fase en la que el derrocamiento está justificado.