La izquierda “mainstream” frente a la movilización de la derecha
Este domingo, a salvo tras la pantalla de nuestro televisor y gracias al gran trabajo periodístico realizado por el grupo de comunicación atresmedia, pudimos asistir a la movilización del fascismo que se desarrolló en Plaza Colón. Lo allí visto, oído y vivido no puede más que ser tratado, tal y como titula este artículo, como un nuevo auge del franquismo, ahora sin disimulos.
Pues esta convención ultrarreaccionaria del fin de semana pasado (con autobuses fletados desde todos los rincones del país, con bocadillos y bebida incluidos) convocada, organizada y protagonizada por la triplicada derecha nacional, en contra de lo esperado por sus orgullosos convocantes, se asemejó más a un mitin en blanco y negro de Plaza de Oriente, que a una expresión saludable y europeamente homologable de una democracia “ejemplar y moderna”.
Porque en este país, el único país del mundo en el cual triunfó -pero jamás convenció- y en el que aún gobierna la ultraderecha de los años 30 del siglo XX o fascismo clásico, cuando sus fuerzas de derecha al completo se manifiestan para la defensa de la patria, están imponiendo al resto de la población que ésta es un “algo más” que cada uno de los ciudadanos, que es “más” que la totalidad de sus concretas y materiales demandas y necesidades; y esto no es democrático.
Porque en este país, el único país del mundo en el cual venció y aún gobierna la ultraderecha de los años 30 del siglo XX, o fascismo clásico, cuando sus fuerzas de derecha al completo alborotan tumultuariamente reclamando la convocatoria inmediata de elecciones, están tratando de subvertir un gobierno y un Presidente constitucional y legítimamente elegidos para sus cargos y funciones; y eso no es democrático.
Porque en este país, el único país del mundo en el cual venció y aún gobierna la ultraderecha de los años 30 del siglo XX, o fascismo clásico, cuando sus fuerzas de derecha al completo se manifiestan para tratar de poner directamente fin a la negociación abierta, en busca de una solución dialogada al principal problema político del régimen plurinacional estatal vigente, están señalando y amenazando a uno de sus pueblos, y a una de sus naciones integrantes o constitutivos; y eso no es democrático.
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Finalmente, porque en este país, el único país del mundo en el cual venció y aún gobierna la ultraderecha de los años 30 del siglo XX, o fascismo clásico, cuando sus fuerzas de derecha al completo se alzan directa y singularmente contra el Presidente del gobierno de España, es decir, contra el poder elegido y constituido como tal en virtud del liderazgo de la mayoría parlamentaria del Congreso de los Diputados que encarna, están atentando contra los principios en los que se fundamenta toda convivencia y toda democracia; y eso, por supuesto, no es democrático.
Todo lo demás: el gigantesco trapo que corona dicha Plaza Colón y que parecía, gualda y sonrojada a los lados, dar la razón a los fachas reunidos a sus pies; el éxtasis mariano que lucían en sus rostros los líderes de los partidos convocantes; los mantras nacionalistas -al ritmo de Manolo Escobar– que hacían danzar a la escasa parroquia presente; los insultos, el odio y el desprecio clasistas, supremacistas y racistas (no discrepancia), escupidos hacia adversarios ideológicos y políticos, hacia, en suma, sus propios pero distintos compatriotas por dicha turba.
Las mentiras soeces -otro tópico- de los portavoces que tomaron la palabra y leyeron el obsceno y falsario manifiesto de la convocatoria; y en último lugar, el laberinto formado por las banderas con el águila franquista y por los brazos alzados a lo romano de buena parte de los allí reunidos, todo ello, todo lo demás, no fue otra cosa que la demostración de la sincera verdad que trataba de ocultarse en aquella farsa demócrata. Un sainete que no consistía y que no consistió en nada más que en un puro y grosero espectáculo de nostalgia franquista.
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Y mientras, con la derecha paseando sin complejos, con la derecha ya decidida y descaradamente ultraderechista en la calle y dispuesta a acabar con los privilegios y las libertades de todos, ¿dónde estaba la izquierda? Porque ésta es la cuestión. Porque he aquí, planteada de un modo afilado e hiriente, de un modo verdaderamente marxista, la única pregunta que debemos hacernos, que debemos respondernos y que debe merecer toda la atención e importar por encima de todas las cosas al partido de la mayoría social de este país, al partido de la clase trabajadora y humilde de España, a nuestro partido.
Desde la verdad dada y observada hasta la verdad objetiva o material; he aquí nuestro camino y he aquí la respuesta: el día, uno más, de la nueva ofensiva monárquico-fascista y neoliberal para la destrucción del estado del bienestar, la izquierda española estuvo tuiteando y posteando en redes, dando entrevistas y haciendo declaraciones en los medios de comunicación tan fuerte y tan decididamente como pudo.
Todo ello, todo este “planificado contraataque” tuvo la forma de una formidable ofensiva verbal en apariencia contundente e izquierdista, pero que en realidad volvió a ser vacuamente pedante. Sin rodeos: el pasado domingo al mediodía la izquierda nacional, una izquierda acobardada y sin dirección, se mostró elegante, digna y educada en su miedosa huida de la batalla y, por tanto, en su nueva derrota.
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Porque fue una huida y una derrota. Una huida gritona y precipitada, realizada a través de soflamas y discursos hipócritas y cobardes, sin pasión ni convicción, sin ninguna voluntad de resistencia y de lucha, ni, por consiguiente y obviamente, ningún afán de victoria. Ya que como nosotros sabemos y cada uno de los representantes políticos de esa derrotista izquierda confirmaron, graznar en la tele o mediante el uso del móvil, es perder.
Ahora bien, se recordó a sí misma la izquierda nacional: perdamos con “style”, sin renunciar al dandysmo y a la voluntad de forma por la forma que nos caracterizan hoy en día; discurseemos de la manera más altanera y arrogante posibles, aparentando hasta el final poseer una perspicacia, una profundidad y un compromiso, sencillamente, a los que se ha renunciado. Y todo esto, claro está, escamoteando a nuestros propios simpatizantes nuestra verdadera intención de hacer respetar y prevalecer la voluntad, y los intereses, de la clase social a la que esta izquierda domesticada no confronta -aunque sea inconscientemente-: la clase dominante monárquico-fascista, nacionalcapitalista española.
Porque, a la luz de los hechos (la única luz con la que debe iluminarse el marxista), este actuar y por tanto ser un títere rojo en manos de la élite borbónica, es la única hipótesis verosímil que se nos ocurre para explicar la derrota de la izquierda nacional el pasado domingo. Y no sólo eso; pues tal y como claman los hechos, esta única y sencilla hipótesis podría coincidir con la explicación del ser ombliguista o egocéntrico, del luchar autocomplaciente e impotente y, en último lugar, del querer y ambicionar resignado y quebradizo en que consiste el grosero Populismo de izquierdas en que se ha convertido la izquierda de nuestro país, la izquierda domesticada, la izquierda mainstream.
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Una mera socialdemocracia 3.0. La cual, al igual que su madre y sus venerados ancestros (la socialdemocracia clásica o socialista, obrera y española), ha vendido a su clase para mantenerla oprimida a cambio, como hacen el resto de piezas o títeres del engranaje de dominio o estado fascistomonárquico español, del justo pago por los servicios prestados.
Una traición, a pesar de su vanguardismo formal y discursivo, clásica, y en consecuencia, compuesta por los tradicionales renuncia a la revolución, no movilización de bases ni de presencia en la calle, puro reformismo o alicortedad de las demandas y aspiraciones políticas y los cuales forman parte, desde su aparición, en todo programa socialdemócrata.
Una traición, por otra parte, plenamente contemporánea al estar convenientemente fomentada y publicitada por las corporaciones mediáticas madrileñas o institucionales, por las grandes empresas de la manipulación y de la mentira vasallas del statu quo imperante. Un poder informativo cuya única misión en nuestra sociedad consiste en arrastrar a la ciudadanía hacia la aceptación y veneración, como si se estuviera ante la entrada del señor en Jerusalén, de la única alternativa auténticamente progresista posible. Una izquierda nacional, a la luz de los hechos y lejos de las mentiras de la propaganda burguesa o información mediática, jibarizada, doméstica, mainstream o socialpopulista.
Pero eso no es izquierda. Y tal y como dijimos hace poco, ha llegado el momento de volver a serlo, y de serlo sin complejos. En consecuencia:
- El marxismo-leninismo, obviamente adaptado a nuestra época y mundo actuales (tiempo y realidad infocapitalista), debe ser nuevamente enarbolado como el único fundamento y la única ideología o visión del mundo científicamente fundamentada para el conocimiento auténtico de la realidad.
- Por tanto, en conformidad con él, debemos admitir necesariamente como incuestionable verdad social de nuestro país -una verdad nacida de la realidad económica vivida o, lo que es lo mismo, del vigente reparto desigual dado entre los diferentes grupos sociales en referencia a los medios o herramientas con los que obtener el sustento-, precisamente fruto de la posesión de dichos medios de producción (dinero, fábricas, negocios, conocimientos, contactos, etcétera), por parte de una minoría o élite en detrimento de la mayoría de la población. Debemos admitir decía la existencia de una irreconciliable lucha entre aquellos que desean continuar poseyéndolos y aquellos que, al no poseerlos, se ven obligados al monstruoso sacrificio de la venta de su fuerza de trabajo para, sencillamente, poder subsistir y seguir con vida.
- Derivado de este hecho fundamental, la paz social vendida constantemente por los medios de información pagados por aquella élite la cual, en virtud de aquel poseer esencial, se ha convertido en la minoría dominante sobre el conjunto de la sociedad española, aquella paz o conciliación de las clases sociales es una mentira con la que se intenta perpetuar el imperio y la situación de privilegio de aquella élite o clase dominante sobre la mayoría de los ciudadanos, una mayoría abocada a una existencia de penuria y sufrimiento de carácter histórico denominada proletariado.
- En consecuencia el marxismo-leninismo, obviamente adaptado a nuestro tiempo, debe ser nuevamente instituido como el único fundamento teórico e ideológico del discurso y de la acción políticos de todo verdadero programa, partido y representante de aquella aplastante mayoría social desposeída, explotada y condenada al sufrimiento mientras no sean invertidas, por ella misma, sus condiciones de esclavitud y opresión, es decir, sus condiciones de vida.
- Un programa, un partido, un discurso, una acción o praxis y unos representantes políticos, en resumen, una izquierda necesaria la cual, derivado de la anteriormente afirmada necesidad de ruptura con las condiciones de vida de la clase proletaria, será total, única y decididamente revolucionaria.
- La izquierda necesaria no es oportunista o reformista, y menos aún y en plena ofensiva reaccionaria mundial, sociopopulista. La izquierda necesaria existe, dada la opresión y explotación que sufre la clase social de la cual es portavoz y voluntad, única y exclusivamente para luchar con cada consigna, con cada discurso y con cada acción política por el derrocamiento del régimen monárquico-fascista o borbónico. Y para vencer en dicha lucha.
- Porque la política no es más que la continuación o el desarrollo de la real lucha de clases en el nivel, en el plano práctico y material donde los cambios estructurales de toda sociedad son posibles, están en juego: la dimensión constituida por los órganos y mecanismos de representación de las opuestas voluntades e intereses de los existentes grupos sociales en su conjunto o red de instituciones o, más sencillo, Poder efectivo.
Sólo conscientes de todo esto hay izquierda. Una izquierda que, sólo así, deviene necesaria; que sólo así puede alcanzar su finalidad: vencer en la lucha social y política entre las diferentes clases y conquistar el poder para la clase social gracias a la cual existe, dentro de la cual habita y a la que, orgullosa, representa: el proletariado.