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Debate o Dogma: La izquierda y la derecha frente al 1 de mayo

Hace onde días se celebró el 1 de mayo, una fecha señalada en el calendario por suponer una jornada de movilización de los sindicatos y los trabajadores. El pasado primero de mayo no se produjeron manifestaciones por el confinamiento impuesto necesariamente por el gobierno, para evitar un aumento de contagios de COVID-19.

Para debatir sobre este día y lo que significa social y políticamente, Xavier García, columnista de elestado.net, y Miguel Sanz Sanz, dirigente de las Nuevas Generaciones (NNGG) del Partido Popular (PP) y colaborador de este medio de comunicación, expondrán los motivos -el primero representando la postura progresista, y el segundo la conservadora- por los que el 1 de mayo sigue vigente.

Debate o Dogma: ¿Por qué sigue vigente el 1 de mayo?

Xavier García expone los argumentos que la izquierda usa para defender la vigencia del 1 de mayo.

O se actúa contra las grandes rentas y las grandes empresas, o la mayoría trabajadora tendrá que volver a apretar un cinturón al que tras la crisis de 2008 apenas le quedan ya agujeros.

En primer lugar es necesario remontarse al origen del 1 de mayo, para conocer cuáles son las raíces de esta jornada de lucha, y por qué es una fecha con plena vigencia.

En 1886 comenzaba una huelga en Chicago. 200.000 obreros habían ido a la huelga exigiendo la jornada laboral de 8 horas. Tras una fuerte represión, el 4 de mayo se produce la conocida como Revuelta de Haymarket, tras la cual cinco sindicalistas son condenados a la horca y otros tres a cadena perpetua. Tres años más tarde la Internacional Socialista establecerá la fecha del 1 de mayo como Día Internacional de los Trabajadores.

Este día por lo tanto, nos recuerda al menos dos cuestiones. En primer lugar que únicamente luchando se han podido conseguir todos los derechos que hoy disfrutamos, muchos de los cuales se encuentran actualmente en tela de juicio.

Los poderosos nunca nos han regalado nada y todo lo que hemos conseguido ha sido arrancado a través de duras luchas de las generaciones que nos precedieron. Como ejemplo, la huelga que durante 44 días desafió a los dueños de la Canadiense en Barcelona, supuso la instauración de la jornada laboral de 8 horas en toda España, siendo pioneros en toda Europa. El año pasado se conmemoró el centenario de esta gesta sin que tuviera apenas relevancia pública.

La otra enseñanza es que el capital nunca va a aceptar de buen grado las luchas para que el reparto de la tarta se haga de una manera distinta. Sus concesiones nunca son por bondad, sino porque porque el movimiento lo ha hecho inevitable. Por el camino algunos tuvieron que dejar su vida o sufrir cárcel, persecución o exilio por defender los derechos colectivos.

Ha llovido mucho desde 1886. Los avances de la ciencia y la técnica hacen que esa fecha parezca todavía más lejana. Se ha extendido el derecho a voto. Ha aumentado la esperanza de vida. Nuestras costumbres y vestimentas han cambiado. Pero en cambio hay algo que sigue inalterable, nuestras sociedades siguen divididas, igual que en el Chicago de finales del XIX, entre explotadores y explotados.

Además con una desigualdad creciente. Incumpliendo lo que pronosticara Keynes en 1930 de que en un siglo el avance de la técnica haría que la jornada laboral fuera de 15 horas semanales. En cambio continuamos estancados con la misma jornada laboral que hace un siglo, pese a que la productividad ha aumentado enormemente desde aquella época, mientras condenamos a una importante parte de la población (muchos de ellos jóvenes) al paro.

¿Tiene algún sentido este sistema? ¿No sería más conveniente reducir ostensiblemente la jornada laboral para que trabajemos todos y a su vez tuviéramos más tiempo para el ocio, el estudio, el cuidado de nuestros familiares o el descanso? Es perfectamente posible, pero no hay voluntad política para ello.

Este 1 de mayo se vive en unas circunstancias excepcionales que de hecho impiden que se realicen manifestaciones en prácticamente ningún lugar del planeta. La crisis producida por el COVID-19 ha hecho estallar y multiplicar los efectos de la crisis capitalista que desde hace meses se anunciaba. Las consecuencias más nefastas están todavía por ver, y lo que es seguro es que esta crisis se parecerá más a la del 29 que a la que acabábamos de vivir hace tan solo una década.

Está en disputa en estos momentos quién pagará los efectos que ésta tenga. O el capital o los trabajadores. Las medidas que se han tomado hasta el momento tienen un coste (entre ellas la exoneración de las cotizaciones a las empresas que se han acogido a un ERTE), que en algún momento habrá que pagar. O se actúa contra las grandes rentas y las grandes empresas, o la mayoría trabajadora tendrá que volver a apretar un cinturón al que tras la crisis de 2008 apenas le quedan ya agujeros.

Pero es que esta crisis ha puesto en evidencia una vez más que quien mueve el mundo son los trabajadores y las trabajadoras. Tenemos experiencias históricas que nos demuestran que un país puede vivir sin capitalistas, pero no puede vivir en cambio sin trabajadores.

La situación ha puesto justamente en relieve que son las tareas menos valoradas socialmente, peor remuneradas y más precarias, las que son esenciales para el funcionamiento básico del día a día. Al igual que el personal sanitario, que ahora recibe aplausos unánimes (unos más sinceros y otros más hipócritas), pero que en los últimos años ha sufrido unos brutales ataques que ahora estamos pagando.

El 1 de mayo sirve por lo tanto para ponernos cara. Para decir con orgullo que somos la clase trabajadora quienes hacemos mover el mundo, quienes creamos toda la riqueza que existe en nuestra sociedad.

Mientras el capital nos quiere divididos, por nuestro sentimiento de pertenencia nacional o por cualquier otra consideración que se magnifica, el 1 de mayo es el día en el que reivindicamos en nuestra diversidad, que todos tenemos en común que vendemos nuestra fuerza de trabajo para poder subsistir. Que somos una sola clase a nivel mundial y que más allá de nuestras diferencias compartimos unos mismos intereses.

Hoy más que nunca es necesario desterrar toda la propaganda antisindical que nos han inoculado desde los medios y afiliarnos a un sindicato, organizarnos. Reconocernos como parte de una misma clase, con unos mismos intereses y objetivos. Porque si algo nos enseña las nefastas consecuencias que ha provocado la globalización capitalista, es que hoy es más necesario que nunca que siga resonando la consigna “Proletarios del mundo, ¡uníos!”.

Miguel Sanz Sanz argumenta los motivos del campo conservador para considerar como vigente el 1 de mayo.

Creo que una de las razones de la falta de pulso de las manifestaciones del 1 de mayo en los últimos años tiene que ver con los manifiestos de las asociaciones sindicales mayoritarias, muy centradas en la demonización de ciertos partidos políticos (del centro derecho, naturalmente), presentándolos como enemigos de los obreros, y por su focalización en la defensa de los trabajadores asalariados.

Este año, por razones obvias que tienen que ver con la situación de excepcionalidad y emergencia sanitaria que estamos viviendo, no se han podido celebrar las tradicionales concentraciones del día 1 de mayo. Y lo cierto es que en los últimos años se han celebrado con más pena que gloria, y con una participación paulatinamente decayente.

Esto no es una buena noticia ni algo digno de celebrar. En mi opinión, el 1 de mayo es un día para reivindicar el trabajo como medio para la realización personal y como obtención del necesario beneficio económico, que, en última instancia, lo que proporciona es libertad y autonomía. El trabajo también es un servicio a la comunidad, es decir, una forma de contribuir al bienestar colectivo.

Creo que una de las razones de la falta de pulso de las manifestaciones del 1 de mayo en los últimos años tiene que ver con los manifiestos de las asociaciones sindicales mayoritarias, muy centradas en la demonización de ciertos partidos políticos (del centro derecho, naturalmente), presentándolos como enemigos de los obreros, y por su focalización en la defensa de los trabajadores asalariados. Siendo estos últimos una parte importante, no abarca a todos los trabajadores.

España es un país que tiene una gran masa de profesionales autónomos, con unas características y una problemática particulares, pero que no sienten el aliento y el apoyo de esas centrales sindicales mayoritarias.

Hay muchos tipos de empresarios, desde los pequeños – el sector predominante en la economía española -, hasta los medianos y las grandes empresas y muchas veces se hace una generalización absurda con el objetivo de asociar a este colectivo con el afán de lucro desmedido, el egoísmo y la falta de escrúpulos, lo cual repele a mucha gente.

Conviene recordar que esos servicios públicos de los que estamos tan orgullosos y que, muchas veces, la izquierda reclama como patrimonio exclusivo suyo, se financian con las cargas impositivas que todos los empresarios y asalariados pagan. Es la iniciativa privada y la libre empresa la que costea el Estado del Bienestar.

Otro hecho que fue objeto de una gran oposición de la izquierda en general y del mundo sindical en particular fue la reforma laboral llevada a cabo por el Gobierno del Partido Popular en 2012. Una reforma que tuvo como objetivo eliminar rigideces en el mercado laboral español para que hubiese una alternativa al despido o al cierre toral de la empresa.

Esa flexibilidad horaria, geográfica, organizativa… ha producido como resultados objetivos la dinamización de la actividad económica y ha favorecido la contratación. Esto último me llama la atención que nunca está presente en los discursos sindicales, porque en un país con un paro estructural alto todas las medidas destinadas a favorecer la contratación deberían ser saludadas positivamente. Este es un tema clave. Deberían ir, a mi juicio, más allá de la defensa de los asalariados y del derecho al cobro a prestación de los desempleados.

En otro orden de cosas, un hecho político que impide a la izquierda conectar con un espectro político transversal es su dificultad para hablar en términos patrióticos, incidiendo en el proyecto común que es España y que nos hace a todos dependientes los unos de los otros. Relacionado con esto está el afán por la fragmentación de la sociedad en colectivos o compartimentos estancos.

Si bien las reclamaciones razonables de carácter feminista, territorial, ecologista, y en favor de los inmigrantes deben ser atendidas para que todos los ciudadanos estemos en igualdad de condiciones, de derechos y oportunidades, no podemos poner lo que nos separa por encima de lo que nos une, patrimonializando causas y haciendo discursos excluyentes.

No se trata de un asunto que sea exclusivo de nuestro país. El analista político Mark Lilla en su reciente libro “El regreso liberal”, señala que los liberales (el centro izquierda norteamericano) desde la década de los noventa “se lanzaron hacia las políticas del movimiento de la identidad y perdieron la noción de los compartimos como individuos y de lo que nos une como nación”. No me cabe ninguna duda de que el bien común, o como se dice últimamente, el interés general, la visión amplia es la clave para comprender al país y actuar políticamente en consecuencia.

En definitiva, la crisis sindical y de credibilidad de la izquierda, que en las últimas décadas se ha decantado más por el progresismo que por el socialismo, no quiere decir que no haya problemas sociales importantes, que probablemente esta crisis del coronavirus aumentará.

Existe un problema grave de bajos salarios, en especial de la gente joven, un nivel de desigualdad significativo a pesar del aumento del nivel de vida general y del enorme desarrollo de las últimas décadas, unas prácticas especulativas relacionadas con la vivienda, así como un agujero en el pago de impuestos de grandes multinacionales tecnológicas que hay que abordar serena e inteligentemente.

El liberalismo bien entendido aboga por la igualdad de oportunidades, por la posibilidad de que cada uno prospere en la vida sin que el elemento familiar, la renta o el lugar de nacimiento sea un elemento determinante y que desequilibre la balanza de manera definitiva.

En este sentido, me quedo con la libertad positiva de Isaiah Berlin como capacitación y posibilidad frente a la servidumbre estatal y la libertad negativa o la desregulación absoluta.