Al mejor estilo de las operaciones de terror psicológico y fundamentos mercenarios de propaganda negra utilizados en Irak, el gobierno norteamericano ha decidido criminalizar a personajes de alto nivel político
(incluido el Presidente) de Venezuela como narcoterroristas y criminales.
Al parecer Donald Trump ha decidido retroceder a la época del oscurantismo medieval, cuando se elimina a físicamente al enemigo a través de assassins. No es la primera vez que Estados Unidos comete este tipo de actos, violatorios de todos los derechos humanos y convenios internacionales.
Ya lo hizo en Libia, Afganistán y Siria. Colocar en un listado de caza y como objetivos militares de mercenarios y cazadores de recompensas al Presidente de Venezuela Nicolás Maduro. Lo que es una afrenta a la dignidad, a la decencia y a la sindéresis de cualquier ciudadano del mundo.
Quizás al gobierno de este matón de barrio, belicoso y prepotente que es Donald Trump, como símbolo universal del capitalismo y de la arrogancia del típico millonario, se lo olvida de que Venezuela lidera las operaciones de incautación de droga y detención de capos de cárteles en Latinoamérica. Quizás es que son de la misma ralea, socios de negocios y de allí viene la rabia.
Paradójicamente cuando el Comandante Chávez despidió a la DEA (Agencia Antidrogas de EEUU) de Venezuela, se incrementaron exponencialmente las incautaciones de droga provenientes de Colombia. Así lo registran miles de toneladas de droga que son incineradas día a día por los organismos de seguridad del estado venezolano.
Llama la atención que en el tiempo en donde la DEA operaba en la. nación sudamericana con el beneplácito de lacayos neoliberales y presidentes súbditos de Estados Unidos, las incautaciones de droga y la detención de narcotraficantes eran irrelevantes y, ¡oh coincidencia! Ningún medio internacional ni gobierno alguno advertía o señalaba a Venezuela como un narco-estado.
El hecho cierto es que Venezuela limita con la granja de droga más grande del mundo: Colombia. Los sembradíos de marihuana y cocaína pululan en el territorio neogranadino, convirtiéndose en la principal actividad económica del país.
Los frecuentes casos de corrupción y lazos con el narcotráfico y el paramilitarismo son de dominio público, pero son silenciados por los poderes hegemónicos de Estados Unidos que a su vez son el mayor mercado mundial para la distribución de drogas.
Basta revisar someramente cualquier medio de noticias colombiano para constatar que la droga es el motor que activa la política de Colombia.
Desde embajadores en países latinoamericanos con granjas propias en terreno extranjero, hasta presidentes listados por organismos de seguridad norteamericanos como el caso de Álvaro Uribe, hasta funcionarios que colaboran con el paramilitarismo, la historia de las mafias de la cocaína en Colombia es espeluznante.
Fosas comunes, falsos positivos, genocidios sistemáticos de población civil y asesinatos programados de líderes sociales, hacen que el gobierno de Iván Duque sea una plaga a nivel internacional y el mejor ejemplo de un estado fallido que existe a nivel internacional.
>>Colombia: exterminio de líderes sociales en silencio<<
¿Qué se esconde detrás de esta pavorosa acción del gobierno de Trump? ¿Por qué el accionar atropellado y sin argumento contra una nación que combate ferozmente al narcotráfico en plena pandemia mundial?
¿Tendrá esta acción algo que ver con el armamento de rifles M15, y miras telescópicas junto a lentes de visión nocturna, de la policía colombiana que iban rumbo a Venezuela? ¿Existe una conexión entre esta acción del imperialismo, y el plan denunciado por Venezuela de conspiración para derrocar al gobierno de Maduro?
Las repuestas parecen perfilar una posible operación conjunta entre el gobierno de Colombia y Estados Unidos para crear un escenario de ataques y muertes a funcionarios revolucionarios en Venezuela, mientras Donald Trump cumple a cabalidad lo que habíamos anunciado en el artículo “Coronavirus: las casualidades que benefician a Donald Trump”.
>>Los motivos del interés golpista de Colombia en Venezuela<<
El estado de shock que pretende imponer el magnate estadounidense, de ser cierta la teoría que apunta la fabricación y uso del coronavirus como arma biológica por parte del imperialismo gringo, no tiene parangón en la historia, y debe ser considerada una afrenta de lesa humanidad, condenada por todos los países del mundo que tengan voz soberana y dignidad frente a su pueblo.
Se combinan en esta situación el hermetismo comunicacional acerca de los efectos del coronavirus en la población, la comercialización inhumana de exámenes y servicios médicos, la falta de atención a las capas más desfavorecidas del pueblo, la irresponsabilidad de continuar con las sanciones, y el bloqueo financiero a naciones que contrarían los dictámenes de Washington, con el agravante de la narrativa del “enemigo” extranjero, la otredad que hay que castigar y aislar como forma social de exaltación de la xenofobia y el nacionalismo.
¿El fin? Es claro: la perpetuación en el poder de una clase mercantil, el emperador de la burguesía bienes-raíces-petróleo-industria armamentista que utiliza la política como forma de incrementar su capital.
Quizás estos sean los días más oscuros de la humanidad, que se encuentra aislada y a merced de las empresas de comunicaciones transaccionales para comunicarse.
>>Coronavirus: la humanidad asustada<<
Puede que sea el momento perfecto para que el imperialismo sionista y genocida decida atacar a mansalva, antes de que las burbujas financieras estallen, las bolsas de valores caigan, la industria petrolera de esquisto quiebre y entremos en un colapso mortal del capitalismo mundial.
Pero desde Venezuela debemos decir con mucha seriedad que pueden convertir a nuestros líderes en cartas de poker y ponerle precio a sus cabezas. Pueden someternos a la desinformación y censurar nuestra voz en redes sociales. Pueden bloquear la llegada de alimentos y medicinas. Pueden robarnos nuestros activos internacionales.
Pero no van a poder dominar al pueblo Libertador de América. No vamos a dejar piedra sobre piedra y nuestra furia se va a extender a todo el continente. Van a prender la mecha de un incendio geoterritorial de consecuencias bíblicas y no estamos solos en esto.
No es personalismo, es colectivismo.
No es uno. Somos millones.
Seguimos.
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