El protagonista de la información siempre es el ruido. Estalla con fuerza al impactar en el escenario político y hace que todos miren hacia el lugar donde ha caído. Pero no suele ser lo más importante, sino una mera distracción que permita mantener en silencio las cuestiones realmente importantes para mantener el statu quo donde está.
Es necesario saber que quién tiene la capacidad para generar ese ruido, es precisamente el que decide que tema va a impactar en el escenario político, su nivel de estruendo, y qué otras consideraciones prefiere dejarlas en silencio para que el olvido se haga cargo de ellas.
Son los que poseen los grandes medios de comunicación los que imponen la realidad que necesitan para que sus negocios sigan siendo rentables. Es decir, la oligarquía. Antes de ayer fue Ecuador, ayer fue Chile y hoy Bolivia.
El ruido fue la violencia de los manifestantes en los dos primeros y el fraude electoral en el tercero. El silencio fue el hartazgo que las poblaciones de Ecuador y Chile sienten por el neoliberalismo que los empobrece, y la ausencia de pruebas del supuesto fraude electoral, la vulneración de la constitución para que Jeanine Áñez llegase al poder y la represión de los manifestantes pacíficos.
A la hora de modular el ruido, en los tres escenarios el volumen se ha subido al máximo porque los poderosos han tenido ciertas cosas que ocultar. Por ejemplo los quince miembros del gabinete de Juan Guaidó que han robado a manos llenas el dinero que EEUU le ha quitado previamente al Estado venezolano, que Lenín Moreno ha aplicado una nueva ley económica más lesiva que el Gasolinazo, que Haití está en llamas.
Las razones son que tras haber avanzado, por primera vez desde 2016, en el escenario golpista con el derrocamiento de Evo Morales -que ahora empieza a revertirse gracias al levantamiento popular, sindical y político-, Juan Guaidó recobra importancia como sustituto de Nicolás Maduro en un proceso de golpe que lleva en marcha desde 2014; el avance de las posiciones neoliberales en Ecuador están permitiendo el regreso de las grandes empresas norteamericanas al país que pueden volver a hacer negocios con los derechos de los ciudadanos, además de permitir a EEUU volver a disponer de dos bases militares desde las que profundizar sus amenazas contra Venezuela; Haití lleva viviendo en una dictadura desde el golpe contra Aristide, que lo ubica en la órbita de EEUU evitando su alineación con la izquierda del continente.
Frente a estas imposiciones sobre qué parte de la actualidad genera ruido, -y cómo se oye ese ruido tanto en volumen como en sonido-, y cual silencio, el campo progresista en el que se encuentra ElEstado.Net no tiene nada que hacer. Porque actuamos siguiendo el estruendo.
De nuevo seguimos la agenda mediática impuesta por el capitalismo, abandonando lo anterior al ritmo que marcan los grandes banqueros y empresarios que son los dueños de los medios de comunicación. ¿Sabemos lo que pasa en Ecuador? ¿En Chile? ¿Hemos hablado últimamente del diálogo venezolano y su impacto positivo en la sociedad bloqueada por las sanciones de EEUU y el boicot interno de los especuladores?
Es necesario dedicar ahora la mayoría de los recursos a Bolivia, pero no podemos dejar que el silencio mediático impuesto por nuestros enemigos de clase -puesto que tienen los medios de producción que la mayoría de nosotros trabajamos en base a sus condiciones-, haga llegar la oscuridad, y con ella el olvido, a lo que sucede en Ecuador, Venezuela y Chile por nombrar los últimos temas de importancia mediática temporal.
Si abandonamos esas cuestiones, la siguiente vez que los poderosos decidan hacer ruido en esos escenarios, solo tienen que recuperar el eco que sigue resonando gracias a su potencia mediática, pero nosotros tendremos que volver a explicar el contexto previo para que nuestros nuevos argumentos sean entendidos.
Nosotros no tenemos eco mediático porque somos pocos, tenemos menos alcance aún y estamos dispersados, sin haber encontrado unos puntos en común sobre los que construir a base de regularidad y repetición una agenda mediática. No hemos establecido por tanto una posición sobre el tema: ¿cuáles son nuestras ideas-fuerza en Chile? Da igual, la respuesta que nos da la realidad es: ninguna. Nada de lo que hemos dicho sobre el tema ha calado en la sociedad más allá de los que ya estaban convencidos, que suponen una minoría. No creamos relato, y sin relato no impactamos en la hegemonía cultural.
La próxima vez que el nuevo presidente turnista de Chile reprima a la población, no podremos identificarlo con la dictadura de Pinochet, porque al informar siguiendo la agenda mediática que ya ha dejado a Chile muy atrás, no habremos tenido tiempo de expresar que la actual constitución de Chile es la que se redactó durante la dictadura, que el orden social conseguido con el expolio golpista quedó intacto, al igual que el sistema represor. Y esto implicará que no volverá a haber tiempo de asentar estos argumentos porque la oligarquía estará diciendo una nueva mentira a la que hay que responder. Y así.
Es necesario responder al ruido mediático, pero como una cuestión secundaria porque hacerlo nos pone de manera irremediable a un paso por detrás de la oligarquía. Nuestra prioridad debería ser aplicar nuestra voz, clara y limpia, sobre el silencio mediático, y observar con placer cómo responde la oligarquía a la irrupción pública de lo que quiere ocultar, justo antes de asestar un nuevo golpe. Simple y llanamente, llevar la iniciativa.