Actualmente siguen existiendo, aunque muchos se hagan ojos ciegos, muchas mujeres que se encargan de las tareas del hogar. La sociedad calla como si estuviera en su condición de mujer ejercer ese trabajo. Muchas, cansadas de quedar relegadas a un ambiente doméstico, hace años consiguieron llegar al ámbito laboral. Muy pocas (la mayoría de una determinada élite social), debido a esta sobrecarga de tareas domésticas y laborales, han conseguido llegar a realizar actividades políticas.
El feminismo debe ser el encargado de que mujeres y hombres puedan tener las mismas oportunidades, pero la realidad no es así. Virginia Woolf en el tercer capítulo, reitera, y explica que para que una mujer pueda ser libre necesita: salud, dinero y un espacio (casa).
Estos tres pilares son fundamentales para que, tanto las mujeres como los hombres, puedan hacer su vida con dignidad e independencia. Dicha problemática afecta, de forma recurrente e impasible, a la clase trabajadora, pero sobre todo a la mujer. Por la ya mencionada doble tarea domestica–laboral. Hacerse cargo de padres e hijos a la vez que se trabaja precariamente bajo el yugo y pretextos del subconsciente cristiano conservador que siguen en el subconsciente.
Las mujeres llevan sufriendo desde la antigüedad, no es ninguna novedad, pero incluso hoy en día es necesario hacer hincapié en ello. Cuando una mujer se casaba el marido tenía el derecho a poder golpearla cuando quisiera. Los anuncios de la época de Virginia Woolf reforzaban la violencia de género. Se ejercía la violencia de manera justificada (y publicitada) tanto en las élites como las bajas esferas de la sociedad.
Contra de sus deseos a las mujeres se las obligaba a casarse, ¨antes de que dejaran a sus niñeras¨, entre los quince o dieciséis años ¡como mucho! Las mujeres estaban encaminadas a ser sumisas y a que les dictaran cómo tenía que ser su vida. Eternamente cuestionadas: ¿Para qué quieres tú escribir?
Muchas de estas no aguantaron estas humillaciones y la única salida que vieron fue el suicidio. Y es que como bien decía Alice Walker “la forma más común de renunciar al poder es pensando que no lo tenemos”. Hacían creer que las mujeres no tenían el derecho de decir, ni de hacer, se las hacia pequeñas para poder ser moldeables a los antojos ajenos. Creando una educación basada en la sumisión y en la inseguridad. Intelectualmente no podía esperarse nada de las mujeres. El hombre la mantiene y ella le sirve.
Esto merma la vitalidad de cualquier chica, “no puedes hacer esto“, “eres incapaz de lo otro” como ejemplo de la negra semilla que aflora en cada uno de estos comentarios, floreciendo así la inseguridad en las mujeres como la mala hierba. El único derecho que tiene la mujer es dar su opinión solo si se la piden.
La solución que da Virginia Woolf para que esa voz masculina, que eternamente está cuestionando a las mujeres es simple: ¡No escucharla! No dar por válido a ese interlocutor que trata se someter al propio e íntegro “yo”. Seguir con los objetivos planeados. Que por muchas trabas que pueda tener una mujer al largo de su vida no habrá ni barrera ni cerradura o cerrojo que se pueda imponer a la libertad de la mente de las mujeres.
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