Lluvia de bombas en Jaén
1 de abril de 1937. 75 bombas, 159 muertos, 280 heridos. Gonzalo Queipo de Llano envía 6 Junkers alemanes a castigar a la población civil de Jaén. Uno de ellos aún es considerado un héroe en España.
¿Por qué Jaén?
Tomar Andalucía era clave para que triunfara el bando golpista en la guerra. Controlando Marruecos, necesitaban una base estable en el sur peninsular. Poder desplegar las tropas en tierra firme y un buen control para empujar hacia Madrid era fundamental para acabar con el gobierno de la II República. Ideológicamente, Andalucía era un peligro para el proyecto nacional: clases bajas luchadoras, pérdida del poder de la iglesia, levantamientos, nacionalismo fuerte con lazos exteriores…
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Sin embargo, Jaén no era un objetivo estratégico. No era un enclave militar ni había habido combates. No se dio la alarma, no estaba preparada para un ataque, no existían baterías antiaeréas. Se trata, en resumen, de una nueva matanza de Queipo de Llano sobre la población civil.
El bombardeo
Rodeando el monte Jabalcuz y surgiendo por sorpresa por Peñas de Castro, los seis trimotores aparecieron a las 17:20 horas. La hora es imborrable del recuerdo común de las jiennenses, pues el reloj de la Iglesia de San Ildefonso quedó parado con sus manecillas marcando este momento. La orden de mando era empezar el ataque partiendo de la catedral.
Cogida desprevenida, Jaén sufrió ataques con bombas en numerosas calles y plazas. La mayoría fue sobre mujeres y niños: centros de venta de carbón, el edificio de la Hacienda, la Basílica de San Ildefonso… Cayeron 68 bombas de 50 kgs y 7 de 250.
La fecha tampoco fue casual, pues los jueves por la tarde eran libres para el alumnado de los colegios públicos. De ahí el altísimo número de víctimas menores de edad.
“Los familiares a los que cogió fuera lloraban desesperados en los escombros. Recuerdo a un niño, de unos diez años, muriendo entre una puerta y la pared… Todo el tiempo que duró el bombardeo lo pasamos en un patio que había allí muy amplio, y yo hacía lo que veía hacer a los demás. Me ponía las manos en la cabeza”. Nemesio Pozuelo, Concejal en Jaén por el Frente Popular.
Los hospitales quedaron sobrepasados enseguida y, al día siguiente, una comisión especial para hacer refugios (35 más 114 en casas privadas), sirenas e incluso cañones antiaéreos usando los tubos del órgano de la catedral. Mucha de la gente que huyó durante el bombardeo se aposentó en los campos de labor y caserías próximas a la ciudad.
El Frente Popular realizó unas sacas en represalia los siguientes días, del 2 al 7, en Mancha Real, a unos 20 kilómetros, aunque por supuesto no se aproximaron al número de víctimas de la ciudad. Jaén ya no estaba indefensa y las tropas franquistas y nazis no se atrevieron a repetir la matanza. Actualmente el refugio de la Plaza de Santiago es visitable.
Un piloto con honores
Joaquín García Maroto, uno de los pilotos de los Junkers del bombardeo a Jaén, realizó una “carrera desbordante de cazador excepcional” tras el golpe de estado, según la web dependiente del Ministerio de Defensa. Al comienzo del golpe estaba en Inglaterra, pero se traslada con presteza a Córdoba para “defender su ciudad“.
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Sus restos, en calidad de “héroe indiscutible” para el Ejército del Aire, reposan en la Cofradía de la Misericordia de Málaga con honores. Su biografía sigue siendo la misma que se elaboró en tiempos de Francisco Franco. Joaquín también participó en el Asedio de Antequera y en la Guerra Colonial del Rif. Entre otras condecoraciones, cuenta con la Cruz Laureada de San Fernando o la Medalla Militar.
Miguel Hernández y Jaén
Jaén era la ciudad donde residía tras su baja en el 5º Regimiento Miguel Hernández, el poeta cabrero. Llega a esta ciudad menos de un mes antes del bombardeo, el 2 de marzo. Recién llegado saca su famoso poema Aceituneros y bajo su propio nombre o el pseudónimo Antonio López. Ejerce de Comisario de Cultura en El Altavoz del Frente Sur.
“Jaén yacía indiferente a todo, dormido en un sueño blando de aceite local. Un día, como respuesta a una victoria de nuestro Ejército sobre el suyo, Queipo de Llano manda, ahuecado y chulo como siempre, sus arrasadores aeroplanos contra la dormida ciudad de Jaén, que se revuelve despavorida y ve de cerca, y se convence de la violenta verdad, la obra del fascismo sobre sus criaturas. Jaén es bombardeada: la trilita sacude y reviente hasta las piedras más profundas de la ciudad, y se derrumban las casas, y las mujeres madres no saben en qué rincón meterse con sus hijos, y los muertos inocentes, los destrozados, son una sangrante cantidad de cabezas, de brazos, de carne desconcertada. La cal y los ojos de Jaén se humedecen. Con cara de cadáveres ante los espejos, aceituneros y barberos calculan en las barberías el número de víctimas; en la plaza se repite el cálculo; en las calles de anda con tristeza y temor, y en el cementerio necesitan venganza a su inhumana muerte niños, mujeres y ancianos que no había cometido otro delito que nacer y vivir.”. Miguel Hernández, La Ciudad Bombardeada.