La suerte de la Corona ya no se dirime en si Felipe VI es más o menos simpático, guapo o preparado. Desde Palacio parecen tenerlo asumido. El racionamiento de su exposición pública, frente a la omnipresencia de su predecesor, parece revelar una política de reducción de daños. La evidente distancia, acartonamiento e incluso altivez que irradia Felipe VI no resulta fácil de maquillar.
Pero es algo más que la imagen que proyecta Felipe VI lo que está lastrando la Monarquía: la dinámica política del régimen, incapaz de reencontrar el equilibrio tanto en la confrontación PP/PSOE como en la tensión territorial, colocan permanentemente en jaque a la Corona.
Los partidos dinásticos
La crisis política no ha destruido a los partidos dinásticos, pero sí los ha debilitado gravemente. La gobernabilidad ya no pasa solo por ellos. Sin embargo, la negativa a enterrar la polarización articulada en torno a los partidos dinásticos y a dar entrada en el espacio de la gobernabilidad a Unidas Podemos han paralizado la dinámica política.
La cerrazón ante “la gran coalición”, tan anhelada por los viejos líderes setentayochistas, no deja de resultar comprensible. Es muy probable que de consumarse acabara siendo no solo la puntilla de uno de los dos partidos dinásticos, sino de ambos, y dejaría expedito el terreno a una alternativa.
Gran parte de la dinámica política de la Monarquía se ha articulado en torno a la confrontación PP/PSOE, con sus derivaciones en los terrenos mediático, empresarial, bancario o de reparto institucional. Más allá de su obvia complicidad de fondo, pedirle a esos dos polos que se unan para defender el régimen es toda una invitación a que el vacío que dejaran sea ocupado por fuerzas de impugnación del régimen. No: PSOE y PP hacen más servicios a la Monarquía proyectando su confrontación a los bloques hoy existentes, de tal manera que les permita seguir taponando sus respectivos flancos y extendiendo la Monarquía incluso entre los desafectos a ésta.
UP dentro de la gobernabilidad
No obstante, sustituir la dinámica de dos partidos por la de dos bloques no puede salir gratis: a los “compañeros de viaje” hoy imprescindibles para completar mayorías hay que dejarles entrar en la sala de máquinas hasta ahora exclusiva de PSOE y PP.
Ahí entra en juego la negativa a aceptar a Unidas Podemos dentro de la gobernabilidad. Por el flanco derecho ya se ha visto que no hay problema. Ciudadanos o hasta Vox son aceptados como partidos normales, es decir, ajustados a la norma del 78. Como el comodín de los nacionalistas se ha convertido en una carta de uso limitado dada su toxicidad, al PSOE solo le queda Unidas Podemos si quiere gobernar. Y ahí está el problema.
Pese a todos los gestos que ha hecho Podemos para no dar motivos de desconfianza, pese a su insistente línea de apaciguamiento, su entrada en la esfera de la gobernabilidad sigue significando una grave disrupción del Régimen del 78 para importantes sectores de este. Y no es una cuestión de parte. La entrada en el Gobierno de una fuerza política que muchos no consideran ni siquiera dentro de la Constitución acarreará cambios profundos en la política en su conjunto. Legitimará determinadas posiciones y activará determinadas dinámicas.
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Una gran contradicción. La única opción para reactivar la dinámica del Régimen del 78 es recuperar la alternancia PP/PSOE y para ello al PSOE no le queda más remedio, aunque no quiera, que abrirle la puerta a Unidas Podemos. Lo que para gran parte de setentayochistas -también del PSOE- es sinónimo de comprometer gravemente el Régimen del 78.
Felipe VI el 3-O
La otra gran fuente de inestabilidad de la Monarquía es la crisis territorial. En este caso, frente a las resistencias a desbloquear la dinámica a la que nos referíamos anteriormente echando mano de Unidas Podemos, aquí sí que se han cruzado líneas rojas. El punto culminante fue el discurso del rey el 3-O y su consecuencia inevitable: la activación del artículo 155.
La intervención de Felipe VI el 3-O no ayudó a la imagen de la Corona, pero menos aún los patéticos intentos del setentayochismo mediático de convertirlo en el 23F felipista. Esa maniobra, que a algunos editorialistas que se creen más listos de lo que tristemente son, les debió de parecer brillantísima, dejó a la Corona más expuesta y desprotegida de lo que había estado en décadas. Y esa exposición vino, irónicamente, de los que debían y dicen protegerla.
Ese día ocurrió lo nunca visto: la refriega política forzó a la Corona a posicionarse, a renunciar a hablar desde un “nosotros=todos” y dibujar un “nosotros” frente a “ellos, los otros”. Sí, Juan Carlos I hizo cientos de discursos en clave de “nosotros, los demócratas” frente a “ellos, los terroristas, los violentos” pero era distinto. Las acciones terroristas no ofrecían ningún margen a la duda acerca de quiénes eran unos y otros, donde estaba cada uno y, lo más importante, dónde querían estar los demás.
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Por su parte, el 23F, al desautorizar a un “ellos” compuesto de “militares nostálgicos” construyó un discurso legitimador de enorme capacidad integradora. Eran muy pocos los que quedaban fuera del “nosotros”. Por supuesto que la operación de reducir hasta la caricatura a “los otros” fue clave, eliminando la trama civil del Golpe, eludiendo la responsabilidad de casi toda la oficialidad y, sobre todo, levantando una muralla e imponiendo una omertá alrededor de la Corona. Ahí se consolidaron las fuerzas materiales de la Monarquía, subiéndose al carro elementos hasta entonces tibios. El efecto disciplinador del 23F fue brutal.
Se dice que por ese día el rey se ganó el cargo cuando lo cierto es que lo que se consolidó fue la Monarquía en su conjunto, ajustándose y compenetrándose todos sus dispositivos estatales y no estatales. Por el contrario, el discurso de la Corona el 3-O dejó fuera de la Monarquía a dos millones de catalanes y a fuerzas políticas tan financiera y orgánicamente monárquicas como los herederos del pujolismo. Los que insisten en no verlo, no solo están haciendo un pésimo favor a la Corona, están estrechando peligrosamente la base de apoyo de la Monarquía.
La dinámica política del R78
La dinámica política del régimen sigue por tanto produciendo desajustes. Al estirarse los extremos del arco político y cuartearse su propia composición la capacidad integradora de la Monarquía es sometida a una enorme tensión.
La refriega política partidista tiene como misión canalizar los arrebatos de la sociedad. Si ese mecanismo se atasca, los humores sociales van por libre, con el peligro de que coagulen en una sólida masa crítica sin posibilidad de canalización. Por su parte, la ordenación territorial trata de dar salida, siempre provisional, a las tensiones seculares que hay entre las distintas tierras y pueblos que componen y comparten la península y sus archipiélagos. Si esa ordenación entra en crisis, el riesgo para el Estado es evidente. Cómo se afronta esa situación determina el tipo de salida que se ofrece.
Para combatir estas tensiones y desajustes lleva operando desde hace tiempo un lobby setentayochista con infinidad de terminales mediáticas y delegaciones en ambos partidos dinásticos. Al principio, operó como una red de opinadores pero ante la posibilidad real de un Gobierno de coalición con Unidas Podemos y el decisivo apoyo de ERC están adquiriendo los contornos de una conjura.
Esta conjura trata de alinear a todas las fuerzas materiales de la Monarquía para que sugieran -de nuevo, sugerir- una activación política de la Corona. Es decir: quieren sacar al rey a jugar. Le están pidiendo que ejerza un papel activo en la dinámica política, que sea el elemento no ya de desbloqueo sino de cierre de la Monarquía. Ya que los políticos están neutralizados por su partidismo y su pusilanimidad, debe ser el monarca el que salga de nuevo a la palestra y diga “estos sí” y “estos no”.
Estos sí somos nosotros, estos sí son de los nuestros: Vox, Ciudadanos y PP más el PSOE “si vuelve a la constitucionalidad”. Estos no somos nosotros, estos no son de los nuestros: Unidas Podemos, ERC, PNV y los que toquen.
El posicionamiento de la Corona
La neutralidad del rey, dicen, es solo en lo que se refiere a los partidos. En los referéndums, por ejemplo, vota, luego también cabe en sus funciones posicionarse políticamente ante “cuestiones de Estado”. Y ante crisis de gravedad como la actual, entraría dentro de su función de “árbitro” el posicionarse, el tomar partido. No por uno de los partidos dinásticos, sino como eje de un Frente Único Monárquico-Constitucional.
Se dirá que no todo el setentayochismo está en esas posiciones. Es verdad. Son los setentayochistas ultramontanos los que claman ese Frente Único en el que Vox sea fuerza de choque y el PSOE sea puesto en vigilancia intensiva. Lógicamente no todo el PSOE acepta este abrazo del oso. Pero esta conjura, al parapetarse detrás de la Corona, al convertir al rey en arma arrojadiza no solo están dividendo a las fuerzas materiales de la Monarquía, sino que están contribuyendo al estrechamiento de su base de apoyo al identificar al rey con determinadas fuerzas y posiciones. Es el mayor ataque de fuego amigo que la Corona ha sufrido desde el Golpe de Estado de Primo de Rivera.
La crisis de la constitución política y territorial de la Monarquía está situando a la Corona ante el trance de asumir posiciones de riesgo en el juego político. Hacer eso le enajenará inevitablemente parte de los apoyos que ahora tiene. Ya está pasando.
Si vuelve a arreciar con toda su fuerza la crisis social, con sus miserias, sus protestas y su sufrimiento, ¿seguirán apelando a la Corona para que se posicione? ¿Con quién lo haría? ¿Podría resistirlo la Monarquía?
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