Este domingo 28, Brasil se ve frente a una encrucijada histórica: el fascismo o la democracia, la catástrofe económica o una recuperación lenta, la violencia generalizada o la reconciliación nacional. El panorama pinta muy oscuro pues el balotaje lo lidera Jair Bolsonaro, el candidato de ultraderecha, excapitán del ejército, defensor de la pena de muerte y polémico por sus comentarios racistas y homófobos. Su rival, el izquierdista Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), exalcalde de Sao Paulo, redujo la víspera la diferencia de puntos.
La última encuesta divulgada por el Instituto Ibope le da a Haddad 43% de las intenciones de voto, frente a 57% de Bolsonaro. Los días previos a esta elección clave se vieron enrarecidos por campañas de desinformación masiva en las redes sociales, acusaciones de manipulación del electorado y de financiar el envío de millones de mensajes para denostar a Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores (quien entró a la contienda tras el bloqueo electoral a Luiz Inácio Lula Da Silva, sentenciado sin pruebas a doce años de prisión).
“Aquí tenemos una circunstancia específica que es la fuerza de un partido de centro izquierda que me colocó en la segunda vuelta y la fuerza de los demócratas que pueden impedir que el fascismo se instale en Brasil”. Haddad advirtió además del riesgo de la que llamó una “carrera armamentista” en Sudamérica, en caso de que Bolsonaro triunfe en la segunda vuelta del domingo, y decida aliarse con Estados Unidos para derrocar al gobierno venezolano de Nicolás Maduro.
Encrucijada histórica
Desde la redemocratización, la “apertura lenta, gradual y segura” planeada por los militares, entre 1979 y 1985, el más grande país sudamericano vivió una secuencia de reveses y avances. En 1984, el congreso conservador impidió elecciones libres y directas, pero se eligió a un demócrata: Tancredo Neves sería el primer presidente civil para cerrar el ciclo militar, pero murió el año siguiente antes de jurar el cargo.
En 1989, los brasileños eligieron a un presidente por primera vez desde el 1961: Fernando Collor de Mello, quien resultó un corrupto y fue echado del cargo en 1992 tras un escándalo que le involucraba directamente en corrupción sistemática. Dos años después, otra elección llevó al poder un intelectual, Fernando Henrique Cardoso, quien navegó la ola de haber eliminado la hiperinflación. Tras ocho años de su gobierno, finalmente llegó a la presidencia Luiz Inácio Lula da Silva, quien comenzó su gobierno el 1 de enero de 2003 por primera vez tomando a los más pobres como prioridad de políticas públicas.
Hizo la administración más eficiente de la historia brasileña, eliminó el hambre, redujo la desigualdad, y aseguró elegir su sucesora: Dilma Rousseff. Pero la estrategia de conciliar intereses de clases que su partido, el PT, impulsó por 13 años finalmente cobró su precio cuando los mismos industriales, terratenientes y banqueros a quienes tanto benefició, le dieron la espalda y promovieron el derrumbe de la presidenta en el golpe de 2016, reseñó -en declaraciones para ElEstado.Net–Pedro Aguiar, profesor en el Departamento de Periodismo de la Universidad Estatal de Ponta Grossa, en Paraná, Brasil.
Campaña sucia
Movidos por un sentimiento feroz anti-PT, artificialmente creado por los medios (que operan bajo absoluta ausencia de regulación, sin una ley que les imponga responsabilidades) y los aparatos judiciales, a lo largo de los últimos cinco años, muchos brasileños se han dispuesto a aceptar de todo para impedir el regreso del partido de Lula, la expresión más genuinamente socialdemócrata del capitalismo periférico, y sin embargo retratado como “comunista” y “bolivariano” por los comentaristas y youtubers de audiencia masiva.
Contradictoriamente, numerosos contingentes de la ciudadanía que se han beneficiado de políticas públicas en los gobiernos del PT (como millones de becas universitarias que dieron oportunidad de estudio superior a hijos de familias muy pobres, la transferencia de renta por el “Bolsa Familia“, el “Hambre Cero”, el programa de donación de viviendas gratuitas, otro que llevó médicos extranjeros para áreas carentes de asistencia (donde ningún doctor brasileño quería trabajar), hoy se levantan contra aquellas mismas iniciativas que les permitieron ascender de rango profesional y de renta. Pero, a fuerza de repetirse, la narrativa derechista de que la crisis económica y el desempleo son “culpa del PT” influyó en la gente, no solo en las clases medias sino también entre los trabajadores, que hace quince años no siempre tenían tres comidas al día.
Una bien elaborada y costosa estrategia de desinformación, financiada por empresarios del sector financiero y del comercio minorista, creó monstruos difusores de mentiras, rumores, fake news, descréditos absurdos sobre Lula, Dilma y su ahora candidato a sucesor, el profesor universitario, abogado y economista Fernando Haddad -desde que conducía un Ferrari amarillo hasta que usaba un reloj de 500 mil dólares-.
En esa estrategia, jóvenes comunicadores que en plataformas digitales propagan mensajes de odio a feministas, a homosexuales, a afrodecendientes, a nativos más pobres de la región nordeste del país, y todo tipo de prejuicio, promovieron un verdadero lavado del cerebro en los ciudadanos. Sus narrativas surreales van desde “la tierra llana” hasta que Haddad quiso enseñar a niños de 6 años a tener relaciones sexuales en las escuelas cuando fue ministro de la Educación (2005-2012).
En este contexto, surgió de la nada un capitán jubilado del Ejército, Jair Bolsonaro, un conocido admirador de represores de la dictadura militar, quien ya dijo –sin ruborizarse- que defiende la tortura, que daría un autogolpe como el de Fujimori el mismo día que fuera jurado presidente, que todo hombre brasileño merece derecho a una arma de fuego y que debe matar a “unos 30 mil, incluso inocentes“, para promover su “limpieza” en Brasil. Se vende como honesto y “de mano firme“, pero enfrenta sospechas de lavado de dinero, enriquecimiento ilícito incompatible con sus ingresos como diputado y ex-militar, y uso de recursos públicos en beneficios propios.
Se presenta como candidato defensor de la familia, pero dijo a una reportera que usó el fondo parlamentario de costeo de residencia, cuando ya tenía vivienda propia, para “culear gente” (sí, con esos términos vulgares). Desde la tribuna del congreso, dijo en altavoz, al micrófono, que no violaría a una diputada porque ella “no le merecía“. Dijo a los trabajadores que les toca elegir entre “tener derechos sin empleo o tener empleo sin derechos“. Es un tipo grotesco, quien ya asumió que no entiende nada de economía, y confiará toda su política económica a un alto ejecutivo del mercado financiero, Paulo Guedes.
Privatizaciones
El programa de Bolsonaro propugna el desmontaje de todo el patrimonio estatal brasileño, incluso vender la gigante petrolífera Petrobras, que actúa en Ecuador, y otras empresas estratégicas de los sectores de defensa, energía y tecnología. Quiere aprobar la reforma pensional que Michel Temer no pudo porque le faltó fuerza política: subir la edad para jubilación y sacarles dinero a los jubilados. Defiende un impuesto de renta igual para todos, pobres y ricos, de un 20% a despecho de los ingresos (hoy día, los pobres están dispensados de pagarlo y los ricos pagan proporcionalmente más).
El diario Folha de S.Paulo publicó el miércoles (el 24 de octubre) que, si se concreta, el plan económico de Guedes-Bolsonaro dejaría un hueco de 27 mil millones de reales en el tesoro brasileño. Su programa ultraliberal, que agrada al sector financiero pero desagrada incluso al capital productivo (industrial y agrícola), solo será aplicado bajo violencia y represión contra los gremios sindicales, los obreros, los campesinos, los estudiantes y toda forma de activismo, a los cuales Bolsonaro ya prometió “barrer del país“.
No obstante, una de las claves del ascenso de Bolsonaro se debe a que se presentó como el hombre que puede restaurar el orden en país que, según los voceros del establishment, fue desquiciado por la corrupción y la demagogia instauradas por los gobiernos del PT, y cuyas secuelas son la inseguridad ciudadana, la criminalidad, el narcotráfico, los sobornos, la revuelta de las minorías sexuales, la tolerancia ante la homosexualidad y la degradación del papel de la mujer, extraída a sus roles tradicionales, sostiene el analista ecuatoriano Mario Ramos, director del Centro Andino de Estudios Estratégicos (CENAE). A criterio de Ramos todo lo anterior se ve acentuado por el escándalo Lava Jato y el desastroso gobierno de Temer.
Integrar las masas en la economía
Mientras, el programa de Haddad propone retomar la ejecución de obras públicas para impulsar el empleo en la industria de la construcción, la ingeniería, incrementar el salario mínimo arriba de la inflación real y los beneficios sociales, cortar el precio del gas combustible (que se multiplicó desde el ascenso golpista de Temer), revisar la política de tributos para cobrar de grandes fortunas y bienes de lujo (actualmente exentos) y bajar los intereses bancarios.
Se trata de volver al plan de Lula de integrar las masas pobres a la economía para hacerla girar, que no tiene ni sombra de socialista, sino de capitalista desarrollado. Un intelectual con formación múltiple (derecho, economía y ciencias políticas). Haddad tiene experiencia de gestión como alcalde de São Paulo, la primera ciudad del continente, como ministro y como funcionario del gobierno de Lula en el área económica. Pero le falta apoyo político. Tiene en su contra todos los medios de comunicación, tres cuartos del congreso y una gran parte de los empresarios y terratenientes. Un eventual gobierno Haddad no sería para nada fácil, pero al menos el país tendría seguro el respeto a la Constitución y a las reglas democráticas.
Bolsonaro es un admirador confeso de los Estados Unidos, pese a declararse “patriota” y “nacionalista“, hizo un saludo militar a la bandera de los EEUU, cuando en viajó a Miami el año pasado, y en una entrevista prometió entregar la base espacial de Alcântara, una de las más estratégicas del mundo, a militares norteamericanos. Sobre la Amazonia brasileña, dijo que Brasil es incapaz de administrarla y planteó “acercarse” a los EEUU para explorarla.
El candidato derechista ha sido comparado con el dictador Augusto Pinochet, de Chile. Otros le equiparan a Rodrigo Duterte, el sanguinario presidente de las Filipinas. Y hay los que dicen que, comparado con Bolsonaro, hasta Donald Trump parece un político razonable y cortés.
Así que la realidad en que despertará Brasil el próximo lunes depende integralmente de la sanidad de la opción de los brasileños, la mayoría de los cuales está agotada y desinformada, llevada por campañas de difamación y años de normalización de la violencia. Cualquiera que sea el resultado el próximo domingo augura un futuro muy oscuro para Brasil en los últimos 50 años, pero especialmente para los más pobres.