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La izquierda brasileña aprende de los errores de la derecha venezolana

La izquierda de Brasil ha aprovechado la experiencia de la derecha venezolana en cuanto a lo electoral. Ya que la oposición a la Revolución Bolivariana ha sido incapaz de hacer autocrítica desde que perdió por primera vez en 1.998, el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula sí lo ha hecho.

Me estoy refiriendo al boicot electoral. La oposición venezolana lo practicó por primera vez en 2.005 en las elecciones legislativas, considerando que la inmensa mayoría de los ciudadanos se creerían la matriz de opinión que negaba la realidad señalando que “Venezuela es una dictadura“. Con solo abrir los ojos y ver que en ese momento había diputados de oposición electos en el periodo anterior, alcaldes de derecha y gobernadores fascistas, la manipulación de la oposición solo cuajó en el exterior.

¿El resultado? Un parlamento dominado por el chavismo. La oposición sacrificó su cuota de poder legislativo para nada. Diez años después, tras volverse a presentar en 2.010 y 2.015, la derecha venezolana se hizo con ese poder del estado, pero no pudo ejercerlo por haber cometido fraude y no atenerse a las consecuencias constitucionales del mismo pero eso es otra historia. La oposición cuando no se presentó pasó a la irrelevancia, y cuando se presentó ganó las elecciones. La lección está clara, pero no para la derecha venezolana, que no se presentó ni a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) ni a las elecciones presidenciales. ¿Los resultados? Los mismos que 2.005, el chavismo mantuvo el poder sin que exista una masa social que lo rechace, y la oposición volviendo a la irrelevancia social.

Sin embargo los aliados del chavismo en Brasil, el Partido del Trabajo (PT) de Lula, sí han estado atentos. La manipulación mediática con la que la oposición venezolana quiere instaurar una realidad paralela que sustituya a la realmente existente en Venezuela, se ha materializado en Brasil. Allí sí hay una dictadura, ya que Temer llegó al poder por medios inconstitucionales y se mantiene en él tras dos años sin haberse sometido a las urnas. Allí sí hay persecución contra la oposición, ya que el líder de ésta, Lula da Silva, está en la cárcel tras un juicio sin garantías y sin pruebas que demuestren su culpabilidad. Allí el gobierno sí gobierna en favor de las élites, aumentando la pobreza y el hambre.

Observando que las condiciones en Brasil son las mismas que en las que la oposición venezolana basa sus análisis, el PT parece haber sacado lecciones de los errores de la derecha de su país vecino. Con Lula en la cárcel había dos opciones: participar o no hacerlo.

No participar

Teniendo en cuenta la similitud del escenario de la izquierda brasileña con la realidad paralela en la que vive la oposición venezolana, se pueden extraer unas condiciones objetivas que señalan como fracaso boicotear las elecciones de la dictadura brasileña. La oposición a Nicolás Maduro fracasó porque no contaba con apoyo social, ya que ni las encuestas ni las modestas movilizaciones opositoras, señalaban un cambio social tan enorme que fuera a ser capaz de superar los límites democráticos establecidos por las elecciones. Es decir, no existía una cantidad suficiente de personas que salieran a la calle mostrando un apoyo incontenible al boicot.

En Brasil pasa lo mismo, el PT no es capaz en el contexto actual, de movilizar a la suficiente cantidad de gente que haga rentable no participar en las elecciones. Una rentabilidad que solo se conseguiría con la caída no solo de Michel Temer, sino del sistema que permite que Lula esté en la cárcel y el poder ejecutivo desarrolle una agenda neoliberal que no fue apoyada en las urnas por la sociedad brasileña.

La no participación en las elecciones solo tendría un aspecto positivo: la credibilidad política del PT. No participar implica que a los políticos de esa organización no les importa perder los cargos, el poder y el dinero que obtienen en las instituciones del mismo sistema que persigue a su líder y a quienes lo defienden. Sin embargo esta ventaja es muy débil, basta con que el PT participe en cualquier otra convocatoria para perder esa imagen positiva.

Una vez que se decide no participar, hay que mantener esa postura durante el tiempo que el régimen resista en el poder. Si una determinada fuerza no acude a las elecciones organizadas por un determinado gobierno, pierde toda su credibilidad al tomar parte en siguientes convocatorias, porque las autoridades que las organizan siguen siendo las mismas y los métodos también.

Por lo tanto la contradicción que surge al no participar es imposible de superar. En primer lugar participar reviste de credibilidad al que las organiza, ya que su oposición reconoce que confía en el sistema electoral, en segundo lugar participar tras no haberlo hecho en anteriores convocatorias erosiona la base electoral de quién lo hace, que confió en los anteriores argumentos dados para el boicot y no entiende por qué, si las condiciones son las mismas, ahora sí se participa, terminando en un pensamiento mayoritario que considera una traición la participación.

Esta situación es la que ha sufrido la oposición venezolana, que desde la primera vez que decidieron no participar, han tomado parte en algunas convocatorias posteriores, reconociendo los resultados de las mismas autoridades, arrojados por los mismos medios electorales. De ahí su actual irrelevancia política, social y electoral. La izquierda brasileña ha entendido que sin una base social inmensa, es imposible que el boicot electoral sirva para tumbar al régimen autoritario que hoy en día gobierna Brasil.

Participar

Participar en las elecciones tiene un rápido efecto negativo: se reconoce la confianza en el sistema electoral, por lo que al PT le costará mucho levantar un movimiento social en base a sus denuncias de fraude electoral. Todo lo demás es positivo. El alcance del fraude es limitado, por lo que si el nuevo candidato de la izquierda brasileña (Fernando Haddad) designado por Lula, consigue acercarse al apoyo que las encuestas le daban al líder encarcelado, es posible que el fraude solo consiga una correlación de fuerzas más favorable a la derecha en el poder legislativo.

Tomar parte en la contienda electoral le daría la posibilidad al PT de, en el peor de los casos, convertirse en la oposición al nuevo gobierno, liderando una coalición con los comunistas, lo que terminaría con las disputas internas con sus antiguos socios neoliberales, con los que se unió para garantizar la victoria de Dilma Rousseff, una decisión que pagaron cara en forma de golpe de estado por parte de esos socios.

Ese escenario permitiría a Haddad y a Manuela d’Ávila (candidata a la vicepresidencia y líder del Partido Comunista de Brasil) asentar sus liderazgos y vencer en un futuro próximo, ya que Lula no saldrá de la cárcel hasta que el régimen brasileño tenga asegurado el fin de su carrera política.

Sin embargo no está decidido el resultado. Fernando Haddad en apenas tres días ha pasado de la irrelevancia a rozar el 20% mientras que Jair Bolsonaro no es capaz de romper su techo del 30%. El fraude electoral es algo que se da por hecho, ya que los golpistas que auparon al poder a Michel Temer, y que han metido a Lula en la cárcel sin pruebas para volver al neoliberalismo, no van a consentir una victoria de un PT más a la izquierda que nunca y aliado con los comunistas.