El Imperialismo y la manipulación de las palabras
Los seres humanos no hacemos el lenguaje, el lenguaje nos hace a nosotros. Como ya lo mencioné en un texto reciente, los discursos configuran el imaginario de la colectividad, construyen el sentido o el caos, esquematizan realidades e irrealidades esculpiendo el universo simbólico de los sujetos.
El gobierno de Estados Unidos es el pionero en la manipulación del significado de las palabras. Hacen del eufemismo su arma más letal en la persuasión de masas, para generar en el imaginario colectivo que su quehacer político tiene como fundamentos valores universales tales como democracia, libertad, justicia, y derechos humanos. Palabras, que en la praxis las ha degradado, subvertido y prostituido por los siglos de los siglos.
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Analicemos, por ejemplo, el discurso que emplean para justificar la injerencia o una invasión a un país con el objeto de saquear sus recursos naturales. Ante el mundo declaran a ese país como una “amenaza de seguridad nacional”, así lo hicieron con Venezuela (en 2015), Siria, Irán, Irak y Birmania.
Pero veamos, ¿amenaza de qué? ¿Militar? No lo creo ¿Económica? Imposible. Desde su visión hegemónica, todos los gobiernos que no sigan el guión imperialista y no se subyuguen a sus nefastas políticas, son regímenes que atentan contra su seguridad nacional, casualmente estos países tienen ideologías comunistas o socialistas, o simplemente son naciones que quieren construir su propio rumbo económico y político, y por supuesto, ricas en recursos naturales.
En 2003, el gobierno de Bush declaró que Irak tenía «armas de destrucción masiva», y para evitar un ataque potencial convencieron a la opinión pública que era necesaria una “guerra preventiva”. Sí, disfrazaron la invasión de “guerra preventiva”. Por supuesto, tales armas de destrucción masiva nunca fueron encontradas.
Mucha gente murió en esa guerra. Claro, ellos ya se anticiparon a esto, por tal, si como efecto de una invasión se producía la muerte de civiles o un genocidio, los imperialistas dijeron que fueron «daños colaterales», este término fue acuñado por el ejército de EEUU en la guerra de Vietnam (1955-1975).
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Analicemos ahora algunos ejemplos de los nombres que coloca a sus operaciones militares. En 1989 invadió Panamá porque estaba perdiendo el control del canal, a esta operación le llamó: «Operación Causa Justa». En 1993 invadieron Somalia, a la primera operación le denominaron «Restaurar la esperanza» y a la siguiente «Continuación de la esperanza». A la invasión de Afganistán en 2001, luego del atentado terrorista, a quienes muchos consideran un acto de «falsa bandera» por parte de EEUU, la llamaron en primera instancia operación «justicia infinita», luego la nombrarían «libertad duradera». A la invasión de Irak de 2003, le denominaron «libertad Iraquí». En 2011, el turno fue de Libia, (con ayuda de España, Italia, Suecia, Francia y Gran Bretaña), a esa operación la llamaron «Amanecer de la Odisea».
Detrás de la retórica de «política exterior» vienen camufladas las invasiones, las sanciones económicas, la asistencia técnica y provisión de armas (a la oposición del país enemigo), además del financiamiento de ONGs que bajo la máscara de los derechos humanos, participan en derrocamientos e interfieren en elecciones de gobiernos no aliados, a esto les llaman «asistencia democrática» y «asistencia humanitaria».
Como por ejemplo la NED (Fundación Nacional Para La Democracia), que operó en países como Cuba, Nicaragua, Haití y Venezuela, y la USAID (Agencia para el desarrollo internacional), expertos en desestabilización a través de organizaciones sociales.
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Recordemos que todo este entramado lingüístico forma parte de la Doctrina Monroe: «América para los americanos». Frase empleada para racionalizar el neocolonialismo; «la doctrina del destino manifiesto», doctrina sostenida en una supuesta «autoridad divina» para expandirse geopolíticamente colocando gobiernos títeres que sirvieran a sus intereses.
En nombre de la democracia, la libertad, la justicia y los DDHH, Estados Unidos ha participado directa o indirectamente en el derrocamiento de gobiernos democráticos y soberanos. No solo invaden países, asesinan gente inocente y roban sus recursos, sino que también se apoderan de las palabras, se apropian de los valores más altos de una sociedad.
Asumen, desde su arrogancia, la personificación de estos principios supremos. Se posicionan ante el mundo como los buenos y héroes, y satanizan en lo mediático a los países que no quieran arrodillarse a sus pies. Recordemos a George Bush cuando denominó como «Eje del Mal» al conjunto de países que según él apoyaban el terrorismo: Irak, Irán, Libia, Corea del Norte, Siria, Cuba…
La «ayuda humanitaria» es otra composición simbólica imperialista que solo enmascara el inexorable deseo de apropiarse de la riqueza natural del país bolivariano. Detrás de la perorata estadounidense está un perverso deseo de poder y control, un patriotismo que trastoca en nacionalismo. No hay guerra donde no se viole los derechos humanos, no hay guerra donde no se toque la libertad, ninguna guerra trae justicia ni mucho menos democracia.
Ellos seguirán apropiándose de las palabras; no obstante, ustedes y yo seguiremos luchando por un mundo libre de imperialismos, una democracia en la que gobierne el ciudadano y no los intereses injerencistas, una justicia que no esté inoculada por lo político, y donde exista el verdadero respeto a los derechos humanos, y no el cinismo y la doble moral del gobierno estadounidense.