El Poder contra el sindicalismo, último bastión obrero
Partamos de algunas premisas obvias:
1-El sistema económico imperante en España y su entorno sociopolítico es el capitalismo.
2-La decisión de ser empresario es voluntaria.
3-La decisión de ser trabajador es obligatoria, no hay otra forma de subsistencia.
4-El empresario siempre puede despedir al trabajador, por buen trabajador que sea, le pertenece su fuerza de trabajo; el trabajador nunca puede despedir al empresario, por mal empresario que sea, no le pertenece su capital.
5-La situación de inferioridad del trabajador es manifiesta, es una desigualdad connatural de la relación laboral capitalista.
6- El empleo depende de la demanda de productos y servicios. A mayor demanda, mayor empleo; caída de la demanda, subida del desempleo.
7-El mercado laboral está sujeto a las mismas leyes que el mercado de productos. No hay precio justo, sino precio ajustado al precio mínimo de mercado.
8-El organigrama de la empresa es muy simple, la jerarquía máxima la detentará el empresario por su simple aportación del capital, el trabajador ostentará el cargo jerárquico en función de su aptitud.
9-Las empresas no operan democráticamente. Las decisiones adoptadas no se rigen por acuerdos mayoritarios, las acuerdan solo los dueños.
10-Para producir bienes y servicios el empresario es prescindible, el trabajador es imprescindible.
11- El empresario, bajo amenazas claras o veladas, sabiéndose impune, puede prohibir derechos fundamentales al trabajador; el trabajador no puede, salvo si quiere enfrentarse a los tribunales, coartar ningún derecho de cualquier índole al empresario.
En los estados capitalistas europeos las relaciones en el campo laboral y de Seguridad Social están profusamente reguladas por normas internacionales, nacionales y autonómicas, pudiéndose contar miles de normas de diferentes rangos actualmente en España. En el caso español no es necesario aplicar el dicho de que hecha la ley, hecha la trampa, porque se aplica el hecho de que con no cumplirla basta (aunque lejanas en el tiempo, las Leyes de Indias protegían al indígena indefenso, pero jamás fueron efectivas, al contrario, tuvieron efecto pernicioso; algo más cercana, el Fuero del Trabajo de la época franquista solo contempló un derecho al trabajo, el dimanante del deber impuesto al hombre por Dios; y en nuestros días la Constitución del 78 contempla el deber de trabajar y el derecho al trabajo, deber impuesto a la mayoría y derecho ejercido, no por quien quiera, sino por quien pueda).
Todo este cuerpo normativo no puede ser, no ya comprendido, siquiera conocido por las dos partes enfrentadas en el mundo laboral. El empresario, el elemento que absorbe el sudor del otro en el despiadado mundo de la competencia capitalista, no estudia con profusión tratados, leyes, normas y convenios; a lo sumo, dependiendo del tamaño de la empresa, consultará con un abogado especializado en el mundo empresarial o tendrá contratado un equipo jurídico que le asesorará en el pago mínimo de impuestos y salarios. O si tiene formación jurídica, le bastará con acudir a las páginas que los diferentes Ministerios ponen a disposición del bando empresarial. El trabajador, el elemento que aporta el sudor al otro en el despiadado mundo de la competencia capitalista, no es que no estudie con profusión tratados, leyes, normas y convenios, es que ignora la existencia de la práctica totalidad de ellos. A lo sumo, sabrá de la vigencia de una ley de mínimos llamada Estatuto de los Trabajadores y de la rebaja de derechos que ha sufrido desde su aprobación en 1980.
En un cuerpo a cuerpo de reivindicación de sus derechos como asalariado, por muy amparado que esté por la ley, el trabajador está indefenso, está al albur del empresario. Ante la reivindicación de sus derechos, insisto que amparados por la ley, el empresario puede responderle con un cierra la puerta por fuera y dile que pase al primero que está en la cola esperando a que te eche. Y el empresario sabe que el juez lanzará una moneda al aire en el muy hipotético caso de que el trabajador le demande, con lo que tiene el cincuenta por ciento ganado.
Pero todo trabajador sabe que la unión hace la fuerza, y por eso se agrupó en el siglo XIX, no sin luchas cruentas con el Poder, en organizaciones obreras, ya fueran partidos o sindicatos. El partido se dedicaría a la lucha política, a conseguir el cambio de la sociedad. El sindicato a la defensa del obrero en el ámbito laboral, aunque los sindicatos anarquistas aunaran ya entonces ambas luchas sin participar directamente en el campo político. Con el neoliberalismo hoy en día como ideología imperante, neutralizados los partidos obreros, sobre todo tras el derrocamiento interno soviético, la operación de acoso y derribo al sindicalismo es la nueva meta de los medios de que dispone la burguesía, que son todos. Un ejército de profesionales de todos los sectores de la información, la economía, el derecho, la enseñanza (la asignatura de emprendedores a adolescentes, ¿cuántos podrán emprender con un ICO privatizado? ¿No sería más consecuente una asignatura de derechos en el trabajo, ya que la inmensa mayoría del alumnado serán obreros?), etcétera, están al servicio de la propaganda neoliberal que poco a poco ha conseguido que el discurso de que el Mercado es el ente que coloca a cada elemento de la sociedad donde se merece vaya calando en las sociedades más avanzadas. El estado de bienestar social va empequeñeciéndose a pasos agigantados. Pero queda un escollo que les va costando apartar; este escollo son los sindicatos de clase.
Las campañas de derribo contra estos son cada vez más furibundas. Se presenta al sindicato como el principal responsable de la falta de empleo, se acusa al sindicato del abandono a su suerte de los parados, se magnifican los errores, se desprecia el asociacionismo obrero, se difama a sus dirigentes, se denigra a sus representantes electos, se persigue judicialmente a los sindicalistas más comprometidos. Todo ello facilitado por el cambio de estructura de las empresas, cada vez más atomizadas, con lo que se dificulta el campo de acción sindical al estar diseminados los trabajadores a los que debe organizar. Y todo ello apuntillado desde los poderes institucionales, dominados por la derecha, aunque no olvidemos que votada por burgueses y trabajadores.
Antes se habló de la legislación que ampara al trabajador. En un país en el que la iniciativa legislativa prácticamente la acapara el Gobierno, su papel como consejo de administración de los intereses de la burguesía es nítido e incontestable. Es muy elocuente que en una página ministerial española dirigida a la pyme, de cien leyes que recopila como normativa relacionada con estos tipos de empresa solo cinco se acerquen a la normativa laboral. Entre ellas se encuentra el Estatuto de los Trabajadores, que, como se ha dicho anteriormente, es una ley de mínimos para la defensa del trabajador ante la vorágine empresarial. Desde la entrada de España en el régimen de libertades formales que consagró la Constitución del 78, otorgada por la Ley para la Reforma Política franquista, muchos artículos que debían desarrollarse por ley no han parado de sufrir modificaciones, todas regresivas desde la primera intervención gubernativa.
Las modificaciones han sido tantas y tan sustanciosas que el gobierno del Partido Popular se vio obligado a hacer un segundo texto refundido. Como consejo de administración al servicio de la CEOE, la última gran reforma del gobierno del PP en 2012 dejó el Estatuto reducido a cenizas, sin contenido social, sin la menguada defensa del obrero que le quedaba, un articulado que más que referido a los trabajadores supone un guiño a las tesis neoliberales, con la mira del rifle criminal apuntando al corazón del sindicalismo. Aniquilado el Derecho laboral, los sindicatos de clase solo pueden optar por dos caminos: resignarse al papel que le han asignado los poderes económicos de burócratas gestores, o, ante condiciones laborales del siglo XIX, recuperar las peleas de aquel siglo. Con total seguridad, para esto último, los burgueses sabrán animar a sus sirenas para que sigan entonando el canto del consumo destructor del planeta y la clase obrera permanezca sin atarse al mástil liberador de la lucha para seguir estrellándose en los infernales acantilados de las migajas mortales del capitalismo.