Cuando el odio visceral domina las entrañas de los que detentan el poder, cuando no hay razones que valgan ante su sed de venganza, cuando se tortura al lenguaje pretendiendo explicar la persecución y la inconsecuencia, entonces surge la plena: no importa qué has hecho ni de qué se te acusa, simplemente marchas por ser “correísta”.
Tamaño crimen para esa gente a la que le estorba los valores como la lealtad, la dignidad, los principios éticos. Arman procesos persecutorios, escandalizan mediante la consiguiente campaña mediática, cuyos titulares se prestan para todo con tal de desquitarse con aquél que se atrevió a exigirles respeto por la ley y los derechos.
Cuando el show ha sido montado, entonces se inventan la acusación para hundir al odiado. Así han funcionado, persiguiendo a todo el que huela a correísta. Al diablo su buen nombre, su prestigio, su familia, su honorabilidad, si te vieron con Correa, te fregaste. Ya habrá tiempo para rebuscarse por allí un cargo en su contra, viene la avalancha, viene el linchamiento mediático hasta que la víctima queda destrozada. Es el objetivo que persiguen los odiadores.
Tan notorio se ha hecho esta farsa que un anticorreísta consumado, para más señas abogado de Balda, reconoció públicamente que a los correístas se los persigue por ser correístas, no por otra cosa. ¡Qué bochorno para los perseguidores! Andrés Carrión, conocido anticorreísta de la televisión reconoció paladinamente que la prensa en el gobierno anterior ejerció un poder que no le correspondía, que llegaron a la audacia de dictar sentencias desde sus cámaras y micrófonos, reconoció que los medios se equivocaron.
A confesión de parte relevo de prueba, queda claro que los medios “libres e independientes” han sido actores políticos interesados en ejercer un poder ilegítimo y arbitrario, atropellando el derecho a la opinión y a la comunicación de la sociedad. ¿Se dan cuenta?, no estábamos equivocados cuando exigíamos que todos nos sometamos a la Constitución y a la Ley.
Y para rematar, el banquero Lasso reconoció expresamente que el traslado del exVicepresidente Jorge Glas a la cárcel de Latacunga no fue un acto de justicia, sino una venganza por la impotencia de no haber podido reducir a prisión a Fernando Alvarado, acusado de peculado por una suma no mayor a 600 dólares, sometido y humillado con un operativo policial espectacular por aire, mar y tierra, cuando vino desde África a rendir su versión libre y voluntaria. Lo persiguieron por ser correísta. Y como se quedaron con las ganas de reducirlo a prisión, se desquitaron con el preso político, quien ayer cumplió 30 días de huelga de hambre, en una medida extrema para proclamar su inocencia, cuando son sus acusadores quienes deben probar su culpabilidad. ¡Qué horror!