La pobre niña no tiene culpa, ella recoge lo que le den. Su papá decidió que era el día más indicado y así que se organizó.
No tengo nada contra las personas de la Casa Real, pero sí mi más enérgica oposición a la monarquía como forma de estado en el siglo XXI. Ya, o mejor dicho, desde la Ilustración, no necesitamos un primus inter pares para regular la armonía política en España.
El día que por fin la República llegue a este país, esperemos que no esté lejano, nuestros electos dirigentes republicanos aplicarán la lección humana de Mao y darán un puesto de trabajo a cada miembro de la familia real para que se ganen dignamente el sustento. Ni guillotina -la pena de muerte está abolida incluso para los más abyectos criminales-, ni exilio -como españoles conservarían sin género de duda su derecho a residir en su país de nacimiento-.
Pero mientras el pueblo español no cuestione en su mayoría la institución monárquica, tendremos que soportar sus anacronismos. Entre ellos, los de otorgar títulos y condecoraciones. Para mayor vergüenza nacional, los títulos y condecoraciones son tratados en consejo de ministros y publicados en el BOE.
No tiene otra cosa mejor que hacer nuestro poder ejecutivo que perder el tiempo en dilucidar líneas sucesorias de ducados y marquesados, o dar el amén a los deseos laudatorios paternos del rey en la persona de su hija mayor. Y como si de una cuestión de estado se tratara, poner esos hechos antediluvianos negro sobre blanco en la gaceta dedicada a publicitar, por mandato constitucional, las normas por las que nos debemos conducir todos los españoles. Sirva de consuelo que los nobles, cuando se les reconoce el derecho al título, han de pasar por caja. Lo de las condecoraciones es otro cantar, porque hasta en esto hay clases; sucintamente, las que se otorgan, en contadas ocasiones, a la clase baja no son remuneradas; las otorgadas, con profusión, a la clase alta son remuneradas, de bien nacido es agradecer los servicios prestados.
Contradiciendo lo anterior, la recién otorgada distinción del Toisón de Oro a la sucesora, por ahora aconstitucional, al trono del suelo hispánico (excluidas Portugal, Andorra y Gibraltar) no conlleva recompensa económica alguna. Tendrá que seguir esperando a cumplir la mayoría de edad para conseguir algún ingreso, que no será moco de pavo; claro que en este caso los monárquicos no podrán recitar su cantinela de “…como un español más”. Si no, que se acerquen a cualquier barrio obrero de cualquier ciudad española a ver cuántos españolitos reciben un sueldo desde el primer día que dejan de tener diecisiete años.
Por coherencia ideológica, me negaba a ver las imágenes de la imposición del vellocino a la princesa, pero al final me he decidido a contemplar un acto que bien podría haber tenido lugar hace más de quinientos años, cuyos intérpretes no eran actores sino los protagonistas reales, valga la redundancia. Me informo en las redes sociales y me entero de que papá, BOE en ristre, oído el consejo de ministros, ya le había prometido el monárquico borrego colgante en octubre de 2015.
Después de la larga espera, y supongo que tras varias súplicas y berrinches de la niña por incumplimiento de promesa, bien podía haberse programado la imposición en un día no lectivo, porque en nuestra sociedad está muy mal visto que dos niñas no asistan a clase por asunto tan trivial. No creo que ningún maestro dé como justificada una falta a clase porque a un padre se le ocurra regalar, pongamos por caso, un anillo a su hijo por muy de oro que fuese. Pero con un buen profesor particular se pondrán al día en los estudios, que ningún español se preocupe por esa falta.
Reconozco que, al menos conscientemente, he escuchado por primera vez interpretar la marcha real con instrumentos de cuerda. Los cuatro jóvenes virtuosos, orgullosos de haber sido los elegidos para tan regio evento, saben que sobran desde el momento en que la última nota salga de sus respectivos instrumentos, y se van con viento fresco y sin el aplauso de la concurrencia. Al menos todos han escuchado la música puestos en pie, mientras ellos permanecían sentados incluso ante la presencia de los reyes y consortes, en funciones y honoríficos. Ese es el amor por la cultura, tratar a los músicos como en un burdel.
Y como si no tuvieran otra cosa mejor que hacer, allí que se fueron, en representación de las más altas instituciones, los representantes de los tres poderes democráticos, quizás por eso de que no dijeran que no fue ni el Tato. Seguramente los familiares que acompañaban a los niños plebeyos de buena redacción, al ver a los jefes del partido de la corrupción (que no digo yo que los allí representantes del PP no sean honrados a sobre cabal), no se sacaron las manos de los bolsillos y no pararían de tentarse la cartera, que nunca se sabe, y no sería la primera vez que en ceremonia tan esplendorosa algunas cosas cambiaran de dueño sin que el legítimo se diera cuenta.
Los problemas de España bien pueden aplazarse unos minutos por la asistencia a la entrega de un regalo a una niña. Desahucios, precarización, violencia de género, desigualdad, ascenso del fascismo (bueno, esto último es un problema para los rojos, en Interior no hay constancia) pueden esperar a que el acto se desarrolle con alegría, y si el pueblo no tiene para pan, que coma pasteles.
La cámara de televisión enfoca a la concurrencia. Algunos me son conocidos, otros no consigo identificarlos. Pero los de la primera fila, acostumbrados a la subvención, con toda probabilidad les pondrían el cazo a los representantes de los poderes estatales, y los de la segunda les preguntarían lo de qué hay de lo mío. Me suenan los familiares reales, son muchos años viéndolos en revistas y televisión, y algún invitado importante, entre los que creo reconocer a uno que en su juventud encabezaba las manifestaciones contra la OTAN, pero que por exigencias del guion acabó presidiendo la organización militar criminal, que le pregunten a los yugoslavos, Solana, el de nombre Javier, no el otro Solana, el de la Trilateral. También al prolífico autor de la Concha, académico de la lengua por su conocida obra literaria. ¿Qué harán estos dos ilustres personajes en la entrega del regalo a una niña? Consultada la lista de toisoneros, ellos también fueron distinguidos con la entrega de la más alta insignia real. Solo faltaba que hubiera asistido el monarca saudí, pero su fallecimiento hace unos pocos años evitó la deshonra al pueblo español, aunque a su hermano allí presente le habría honrado su estancia. Algunos dicen que más que hermanos, socios.
Así que la crónica no da para más. No es este lugar para comentar si la reina austera no estrenaba vestido, o si el peinado de la presidenta del Congreso era demasiado sencillo, o si parece que el presidente del Gobierno se tinta el pelo. Lo único reseñable era que un acto al que asistieron herederos de la institución instaurada por Franco, comisionistas, paniaguados, afiliados al partido más corrupto de Europa, bombardeadores, trepas, fuera presentado al súbdito español de manera tan entrañable y glamurosa. Pobre niña, tendrá el consuelo de que al menos asistió la mejor reina consorte que ha tenido la monarquía española en sus siglos de historia.
Me ha contado un pajarito, que suele ser mentirosillo, que en la comida familiar en palacio del día siguiente a la imposición áurea, doña Leonor tuvo la siguiente conversación con papá:
– En el recreo, la becaria de la clase estaba llorando y me acerqué a ella
– ¿Y qué le pasaba, por qué lloraba?
– Porque vio en televisión lo de mi toisón y decía que ella sacaba mejores notas y se lo merecía más que yo.
– ¿Y tú que le dijiste?
– Que a mí las insignias no se me dan por mérito, se me dan por ser quien soy.
– La dejarías callada
– No, me respondió una cosa que no entendí…algo así como que no hay mal que cien años dure….
– Ya ha tenido esa niña su minuto de gloria. Hay que fastidiarse cuánta envidia nos tiene la chusma.