The news is by your side.

No me callo por educación

A todos nos han dicho que a veces es mejor callar por educación. Que no merece la pena responder ante las falacias o desplantes que nos hace una persona. Que, aunque tengamos las de ganar, la vida no es una batalla. Que el ojo por ojo nos deja a todos ciegos y, de paso, sordos a causa de los gritos de dolor de una sociedad vengativa. Así que es mejor callar. Callar es saludable y necesario, especialmente ante las personas de estatus.“Alabar y callar para medrar”…¡Pero qué dañino es a veces el refranero!: con sus frases hechas recogidas en tiempos donde tal vez ni existiese la democracia y donde la utopía no era posible entre jornadas calurosas en el campo o temporadas de cólera.

Basta ya de callar cuando vivimos en una época en la que ya se sabe que la información es educación, que una sociedad educada es una sociedad informada y que ocultar la realidad es ser cómplice de un sistema que solo imparte aquellos conocimientos que convienen a la élite del momento. Es nuestro deber informar. Cuando uno es periodista, es dueño de sus palabras y esclavo de sus silencios.

Pero el mejor oficio del mundo no consiste solo en informar. Hoy hemos venido aquí para interpretar y opinar, para ejercer el derecho a la expresión y a la rabia. Para criticar -eso sí, con mucha educación– ciertas conductas contradictorias e insalubres para la sociedad llevadas a cabo por algunos líderes del momento.

Empezamos por Casado: el de la meritocracia

Este mes ha debido de ser muy duro para Pablo Casado. Ante las oleadas de críticas e investigaciones llevadas a cabo las últimas semanas, el nuevo líder del PP ha decidido hacer mutis por el foro -o más bien por el fuero- alegando que no debe dar más explicaciones sobre la obtención de su peculiar titulación universitaria y de su posterior máster.

Antes de sus merecidas y meritocráticas vacaciones, Casado comunicó que no va a dar más informaciones que las que según él son pertinentes. A los que nunca creímos en su partido no debería sorprendernos tal impertinencia y descaro, pero una vez más tendremos que esperar a que el Tribunal Supremo muestre a los votantes populares- cual primogénito que intenta arruinarles la navidad a sus hermanos pequeños- todos los regalos que sus líderes habían escondido en su salón. Tal vez así ellos también dejen de creerlos.

Sin embargo, como ya hemos comprobado en las últimas décadas, el voto a la derecha es o bien un voto de fe ciega por parte de las clases bajas que confían cada año su pequeña hucha a los usureros, o bien un voto de necesidad para las clases altas que no se pueden permitir perder sus privilegios. Mientras que el primer grupo de votantes no quiere ver atisbo de fraude o maldad en su nuevo ídolo, el segundo colecciona los mismos másteres Master Card que ahora siembran una polémica sobre la devaluación del esfuerzo que los jóvenes estamos viviendo por culpa de la inflación educacional. Mal que nuestro país ha sufrido y sufrirá durante décadas.

Porque hablando en términos neoliberales, ideología de la que el Partido Popular presume, la introducción de moneda falsa es capaz de destruir la economía de un país próspero. Conociendo entonces que la educación es, desgraciadamente, un subsistema dentro del mercado, podemos deducir que la circulación de títulos universitarios falsos o regalados ha generado la gran inestabilidad presente dentro del mundo universitario y laboral, devaluando las honradas titulaciones obtenidas por miles de alumnos que perciben como sus doctorados quedan, tras años de esfuerzo y dinero, al nivel que antiguamente tenía una simple diplomatura.

Mientras tanto, los que compran títulos de posgrado y los toman para ellos como si fuesen bebés robados al esfuerzo colectivo, continúan con su asombroso plan de vida. Con tal treta llegan al mundo empresarial teniendo todo lo que se debe tener a muy corta edad: referencias y un buena acreditación universitaria para comenzar cerca de la cúspide. Algunos de ellos se meten en el partido político que les conviene y comienzan a legislar; a redactar normas que ellos definen como pro del esfuerzo y la meritocracia.

Así pretenden inculcar la cultura de la competencia hasta en los más párvulos, porque son tiempos modernos y ellos abanderados del conocimiento y el esfuerzo. La LOMCE y sus reválidas harán de vuestros hijos fuertes y capitalistas. Competencia brutal en desigualdad de condiciones: el mejor sistema para prosperar. Por ello debes votar a Pablo Casado, hazlo por el futuro de tus hijos. Un imputado en el Caso Máster e investigado por fraude en su grado universitario es, sin duda, un adalid de la cultura del mérito además de un cristiano ejemplar. Sus planes de educación han de ser tan brillantes como su currículo académico.

Las amistades religiosas

Nadie ha dicho que la competencia brutal en desigualdad de condiciones no pueda ser religiosa, católica concretamente. El Partido Popular no se puede desvincular de los valores ultraconservadores. Atacar a la escuela concertada y a los privilegios de la Iglesia sería un suicidio político. Es por eso por lo que las medidas educativas del PP siempre han ido destinadas a mantener a flote instituciones concertadas y a satisfacer las exigencias educacionales del clero. 

Sea insuflando dinero público a las instituciones religiosas o redactando planes de estudios fabricados para el puritanismo, el Partido Popular ha sabido contentar a la Iglesia Católica. Esta, a su vez, ha sabido usar su influencia para mantener el status quo de la clase privilegiada. El funcionamiento empresarial del catolicismo siempre se ha contradicho con los valores que dice profesar, dejando solo en manos de unos pocos religiosos genuinos el seguimiento de las auténticas reglas cristianas: ayuda al prójimo, sencillez y perdón, entre otras dádivas.

Pero aunque sea a través de incongruencias y ardides, el electorado popular debe creer que dichos valores católicos son enseñados en el colegio y que estos pueden ir en combinación con las enseñanzas de  competitividad extrema que mencionábamos anteriormente. Si a todo esto le añades propuestas para eliminar el supuesto adoctrinamiento de la escuela catalana -ignorando la propia naturaleza sectaria y de corte totalitario de los planes de estudios de la derecha- tienes el cóctel perfecto para atraer a los grupos conservadores españoles que buscan que sus hijos sean criados con un pensamiento único y sin capacidad de crítica.

Las propuestas de educación del PP nunca tuvieron complicado sacar adelante su programa. Un programa que va a la contra más que a favor. Un programa que subvenciona a las escuelas que segregan por sexo, que elimina todo rastro de enseñanzas sobre libre elección, que niega los derechos lingüísticos de ciertas comunidades. Un plan vetusto revestido de modernidad destinado a mantener la ventaja de carrera de las familias ricas y que para nada busca el equilibrio entre escuela pública y privada, sino que hunde la primera para hacer boyante a la segunda. 

Es sencillo intuir que el Partido Popular solo planea dañar la estructura pública y la concepción aconfesional de nuestra Constitución desde los comienzos de la democracia. ¿Nos suenan los recortes en educación? ¿La eliminación de plazas para profesores? ¿Las clases abarrotadas de las escuelas públicas? ¿La prohibición de la asignatura de Educación para la Ciudadanía? ¿La imposición de la religión como asignatura obligatoria y calificable? ¿Las reválidas para la ESO?

Demasiadas preguntas retóricas. Como las que últimamente hacen los jueces.

Concluimos con Cifuentes: la menos popular de clase

Hace pocas semanas asistimos también al testimonio más inverosímil que alguien pueda ser capaz de asimilar. Una enervada Cifuentes narraba a la juez del Caso Máster una serie de hechos que le impedían aportar prueba alguna sobre la realización de los trabajos que le permitieron obtener su maestría en Derecho Autonómico por la Universidad Rey Juan Carlos. Tras varios titubeos, frases subordinadas e interrupciones a la magistrada, Cristina Cifuentes arrojaba una conclusión: “Yo mandaba las cosas a través de una persona, de algún colaborador, de alguien de mi equipo, o de alguna empresa de mensajería, se lo mandaba en papel. Me resultaba más cómodo”.

A partir de ahí, como resulta evidente, surgieron las obligadas dudas sobre la mayor eficiencia de tan obsoleto método frente a los avances informáticos de nuestra era y del por qué no guardaba copias de algo tan elemental para cualquier estudiante que haya obtenido su título con esfuerzo. Pero ante la imposibilidad de dar un argumento coherente que explicase la improbabilidad de tantos extravíos, la expresidenta de la Comunidad de Madrid no pudo hacer nada más que ampararse en el desconocimiento, la falta de pruebas y en la remota posibilidad de que su arcaísmo se haya juntado con su falta de neurosis para dar lugar a la desaparición de toda su labor académica.

Cifuentes trataba de lograr a través de preguntas evadidas como si de impuestos se trataran, llamar a la credibilidad través del falaz método de la cristiandad moderna: “No te puedo demostrar que Dios existe, pero tú no me puedes demostrar que no existe”. O quizás a través del método de los niños que dicen a sus maestros que han hecho los deberes, pero que se han olvidado la libreta. Nunca conoceremos sus referencias.

Aunque tal vez dentro de no muy poco tiempo aparezcan dentro de su bolso, por casualidad, esos trabajos que ni el disco duro, ni el papel ni el Drive han podido retener. Tal vez se dé cuenta de ello cuando ya ha pasado por caja y renunciado a su máster.

Cristina Cifuentes nunca fue vista en clase, pero no por eso tenemos que desconfiar de ella. Lo mismo ha pasado con su compañero Pablo Casado y nadie lo ha echado del partido. Con el mismo máster y las mismas irregularidades en su obtención, Casado ha llegado a Presidente del PP donde Cifuentes fue invitada a marcharse. Al parecer las imputaciones son como los huracanes, es mejor que lleven nombre de mujer. Pero esto no la exculpa.

Pablo Casado, el ultracatólico de las amistades religiosas, no ha debido ni puede seguir mintiendo; mientras que nuestra fantasiosa Cifuentes debería bajarse de esa nube a la que nunca se le ocurrió subir sus archivos.