Para los argentinos, el partido del siglo, de la historia.
Los que lo vivieron (porque han de ser ustedes conscientes de que este partido no se vio, se vivió), no podrán olvidarlo nunca, sabedores, si son bonaerenses, de que dentro de cien años se continuará hablando de esta Libertadores, la cuarta de River, pero desde hoy la única.
La expectación, enorme, tras el arduo folletón con el que tuvieron que lidiar ambos clubs, organismos, gobiernos, televisiones, para finalmente poder acoger en el mejor escenario posible, un encuentro grandioso, que respondió, si cabe, a las mayores expectativas con un desarrollo digno del mejor guion de Hollywood (verán como tenemos peliculita, más pronto que tarde, de la efeméride).
Como no podía ser de otro modo, el ambiente colosal condicionó de principio a los veintidós atletas participantes. Solo el que ha jugado al fútbol (especialmente si como yo, has jugado rematadamente mal), puede comprender como, pese a haber entrenado toda la semana creyéndote has alcanzado tu mejor nivel y que juegas ya como un internacional, llega el día del partido y, como da la casualidad de que va a verte tu padre, o tu novia, o ves que no cabe la gente en el campo, o que hay una cámara, o porque te han dicho que el Madrid ha mandado un ojeador, escuchas el silbato del árbitro y a partir de ahí, las piernas parecen de plomo y no responden al cerebro, todas las das con la uña y picudas… En fin, un desastre.
Y de verdad esto pasa, incluso en el más alto nivel. Famosa es la anécdota del un compañero de equipo de Di Stéfano del que no diré el nombre por respeto y del que todo el mundo decía que en los entrenamientos era casi tan bueno como él. Pero se quedó como un regular reserva y para jugar los partidos de los jueves, y no siempre bien.
El poder soportar esa presión solo está al alcance de muy pocos deportistas de élite, y así sucedió, el partido fue un despropósito, voleón va, voleón viene, que tal parece que competían por ver quién era capaz de sacar el esférico hasta la Castellana, como logró en cierta ocasión Severiano Ballesteros con una bola de golf. Es bueno, ya que hablamos de esto y antes mencionábamos a Di Stefano (que por cierto, jugó en River), recordar ahora lo que le explicaba a un compañero en un entrenamiento:
– “¿Tu sabes de que esta forrado el balón?”
– “De cuero“.
– “¿Y el cuero de donde sale?”
– “De la vaca“.
– “¿Y la vaca que come?”
– “Pasto“.
– “Pues boludo..….¡baja la pelota al pasto de una p… vez!”
Así ocurrió, que no bajaron el balón al pasto hasta los veinte- veinticinco minutos, momento en el que todos los participantes ya habían tocado el cuero al menos dos o tres veces, y los fallos hasta entonces no habían dejado de ser clamorosos, impropios de futbolistas de ese nivel.
Bien es cierto que la caldera parecía a punto de estallar, consecuencia igualmente de los saludos y las tarjetas de visita que empecinadamente se afanaban en entregarse unos a otros, incluso en ocasiones interesándose por la salud de sus familiares más cercanos, como se pudo leer en alguna ocasión en los labios de uno de ellos.
Y a esa tensión acumulada como en la mejor película de suspense por la enorme presión de ambas aficiones, que parecía como si los millones de hinchas que las forman estuviesen de un modo u otro allí presentes, en el Bernabéu, había que añadir además que la perfecta alfombra que conformaba el tapiz del cuidadísimo césped extrañaba muchísimo a los contendientes, dado que el balón se deslizaba rapidísimo como consecuencia de la estudiada humedad de la corta y tupida hierba del estadio, en contraste con la mayor altura y la sequedad de la misma a la que están habituados en su país, lo que como consecuencia, en contraposición con el más veloz y rápido estilo de juego europeo, a uno o dos toques, provoca un estilo típico de juego, mucho más lento, sobando y recreándose en ocasiones hasta la saciedad con la pelota.
Observarán ustedes que hasta ahora he utilizado las palabras contendientes, participantes, evitando la palabra deportistas, porque por desgracia, y esa ha sido la mayor decepción de la noche, no lo fueron. El estilo sucio, ruin, barriobajero, que mostraban todos ellos en cada jugada y que reinó durante todo el encuentro provocaba en el espectador europeo, que salvo contadísimas excepciones, hace ya muchos años que no tolera en sus competiciones la antideportividad evidente, provocaba repito, un rechazo visceral ante esa búsqueda constante del tobillo del contrario, del pisotón alevoso una vez cometida la falta (alguno hubo que tras brutal entrada continuaba en el suelo intentando patear los testículos del contrario), de la saña en hacer realmente daño en cada contacto, de la provocación y el desafío constantes que evidenció de cada jugador ante cualquier adversario que tuviese cerca, y que en ningún momento pareció tener la consideración de colega o compañero de profesión, como afortunadamente estamos ya acostumbrados a percibir por aquí.
La tolerancia del árbitro, lamentable, y quizás este nivel de permisividad ayude a explicar parte de la violencia social que algunos países sudamericanos todavía provoca el fútbol. Pero en la culpa llevan la penitencia, sobre todo Boca, ya que precisamente esta violencia le ha costado posiblemente el título, con la merecida y estúpida expulsión de Barrios, uno de sus mejores futbolistas.
Lo mejor, el comportamiento festivo de las aficiones, muy por encima de sus equipos, y la excelente imagen ofrecida por Europa, España, Madrid y la organización. Y la policía española. Chapeau. En cuanto al resto de la historia del partido, una vez atemperados un poco los nervios futbolísticos del comienzo (los otros nunca se atemperaron), para cuando las piernas dejaron de estar construidas casi exclusivamente de madera, vimos aparecer por fin unos cuantos futbolistas por cada equipo, si bien con un muy tenue reflejo en la calidad del juego, sin duda provocado por el enorme miedo a fallar como ya antes comentábamos, y a las patadas del contrario, como también decíamos.
Destacar en esta primera parte ligeramente a Pablo Pérez y a Barrios, solo la voluntad y el ánimo de Cristian Gálvez, y el buen hacer de Benedetto. Por River, solo la experiencia de nuestros conocidos Ponzio y Enzo Prez, la voluntad (tiene buen pie) del que parece futuro madridista Exequiel Palacios, aunque de momento se marca solo, y criticar a su entrenador, Gallardo, que todavía no se sabe cómo puede poner a un jugadorazo como el Pity Martínez tan pegado a la cal, y tener sentado en el banquillo al que a la postre sería determinante, al colombiano Quintero, quizás los dos únicos que hoy por hoy, visto lo visto y fuerza es reconocerlo, jugarían de titulares en la Liga Española .
El gol de Boca en el momento justo, antes del descanso, que pudo haber sido determinante por el momento sicológico, un genial pase de Nández que transformó de una manera perfecta el bendecido en estos partidos por sus apariciones milagrosas, Benedetto.
En la segunda parte vimos el mejor fútbol, especialmente por el carácter mostrado por River, que se fue a por el partido, y prácticamente lo consiguió (parecía tener realmente más fútbol que Boca), con la fantástica jugada que significó el empate, aquella genial pared de González con Exequiel Palacios (perfecto aquí el posible nuevo del Real) y la certera definición de Pratto.
Para que la cosa resultase aún más emocionante, nos fuimos a la prórroga, pero no hay que engañarse, con la incorporación de Quintero se acabó el partido; se hizo con el control del juego y pudo mostrase un poco más el magnífico Pity Martínez, que todavía no se comprende cómo puede irse me dicen a Atlanta, y no a un grande europeo. ¡Menudo futbolista!
Y golazos de quien más se lo merecía (Quintero), y de Martínez (el segundo en merecerlo), marcando este último en las postrimerías el gol soñado, en el estadio soñado, cabalgando solo, con todos los contrarios corriendo tras él, hacia la gloria situada en la portería vacía, esperándole. Seguro que el resto de su vida revivirá ese momento a la hora de conciliar el sueño. ¡Qué envidia! Te felicitamos.
Y felicitamos también a River por su histórica victoria, a Boca por haber peleado (la próxima vez con un poquito menos de intensidad) hasta el final, pese a terminar con nueve por su mala cabeza y por la contumaz mala suerte en las finales de Fernando Gago (inolvidables los últimos seis-siete minutos con el portero de Boca incorporado al ataque), y felicitamos a la hinchada argentina por el ejemplo de deportividad que brindaron a los madrileños, ambas aficiones, sin duda alguna, muy por encima del comportamiento de sus respectivos conjuntos.
Y nuestro agradecimiento al fútbol, ese deporte que hace que el reloj se pare en el mundo entero para ver un espectáculo deportivo, que cual válvula de escape, recoge de una manera incruenta esos anhelos tribales que por desgracia, todavía anidan en nuestros corazones y portamos en nuestros cromosomas. Y esperemos que, especialmente en nuestra querida América, todo el mundo del fútbol se vaya imbuyendo cada día más de esos valores tan caros en ocasiones y tan perseguidos como son el respeto y la educación.